domingo, 9 de febrero de 2014

Sin Esperanzas ni Ilusiones. Por Kelder Toti



Sin esperanzas ni ilusiones.
               Por Kelder Toti.
Imagino, que no había pasado nada importante ese día,  para no saber la fecha exacta, pero recuerdo la intensidad del momento, olvidando el resto del día, Solo sé que durante unos minutos, mi angustia rebasó mi sombra, por la aparente decisión de destruir, un pedazo de dominio de mí. Estando en el apartamento contemplé la majestuosidad y belleza del pergamino de letras góticas, hablando siempre con los elogios del verdugo y la docilidad del perro rabioso.
En un primer momento, intenté quemarlo, pero su con­textura me prohibió el placer de la flama arder.
Preguntándome sobre mi primera derrota, deseé lanzarlo por el bajante, pero no sin antes humillarlo, firmé el título con los nombres que estarían de acuerdo con mi buen proceder, pensando largamente en las personas idóneas que servirían a tan alegre fin. Una de ellas sería el ilustre Nicolás Maquiavelo, que toda distinción ignoró y su mortalidad  debió en no buscar honores, encontrándolos ya siendo cenizas; y el otro, mi adorado Splenger, el patólogo de donde me encuentro, sin dejar traza y saña. Después de firmar y sellar en sus nombres, lo corrí con sus hermanos de papelería. Colocándolo con una empresa que se dedica a un lucrativo negocio y maloliente tarea: Fospuca, para ver si el tono retórico de esperanzas se esfumaría en el fondo de una mortaja de plástico.
 
Concluida la acción respiré aliviado por la hazaña lograda, medité sobre el porvenir y en la flaqueza de la confusión, se me ocurrió despedirme bajando las escaleras, volando de la puerta al escalón, abrí la puertas y cerraduras, llegando con entusiasmo a los cañones de hojalata, viendo su apestosa vaciedad.
Se dibujó en mi rostro un mapa de ansiedad, revisé pipote por pipote, encontré restos de sueños y pulcritud. Al remo­verlos le imploré a la Virgen que me diera fuerzas para seguir buscando, temiendo más por mi posición que por el Don en cuestión. Qué había hecho me pregunté, y más triste el viento me respondió, que será de ti. El castigo será aterrador, la piel se me erizó, pero nada cambió, los ojos en lago se convirtieron, y mi
futuro se truncó.
Mirando la fría bola de calor, se me enfrío el cuerpo. No fue acaso esta la razón por lo cual lo hice. Me pregunté, y des­cubrí, finalizando la tarde, que no importaba lo que hiciera, su elegante manto estaría conmigo, porque no podía escapar al mundo trazado en un principio por mí y al final por un trozo de ambición, podía pedir una replica o hacer una copia y lo más inquietante, fue el breve suspiro de libertad presenciada más no justificada, volviendo a acostarme, esperando despertar en el averno, que comenzaría al siguiente Sol, convirtiendo a los hombres en personas, a partir de las siete de la mañana del siguiente día. 

Evidenciándose que era un montón de puré de carne cruda.

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