Sin
esperanzas ni ilusiones.
Por Kelder Toti.
Imagino, que no había pasado nada importante ese día, para no saber la fecha exacta, pero recuerdo la intensidad
del momento, olvidando el resto del día, Solo
sé que durante unos minutos, mi angustia rebasó mi sombra, por la aparente decisión de destruir, un pedazo de dominio de mí. Estando en el apartamento contemplé
la majestuosidad y belleza del
pergamino de letras góticas, hablando
siempre con los elogios del verdugo y la docilidad del perro rabioso.
En un primer momento, intenté quemarlo, pero su contextura
me prohibió el placer de la flama arder.
Preguntándome sobre mi primera derrota, deseé
lanzarlo por el bajante, pero no sin
antes humillarlo, firmé el título con los
nombres que estarían de acuerdo con mi buen proceder, pensando
largamente en las personas idóneas que servirían a tan alegre fin. Una de ellas sería el ilustre Nicolás Maquiavelo, que toda distinción ignoró y su mortalidad
debió en no buscar honores, encontrándolos ya siendo cenizas; y el otro,
mi adorado Splenger, el patólogo de donde
me encuentro, sin dejar traza y saña. Después de firmar y sellar en sus nombres,
lo corrí con sus hermanos de papelería. Colocándolo con una empresa que se dedica a un lucrativo negocio y
maloliente tarea: Fospuca, para ver si
el tono retórico de esperanzas se esfumaría en el fondo de una mortaja de plástico.
Concluida la acción respiré aliviado por la hazaña
lograda, medité sobre el porvenir y en
la flaqueza de la confusión, se me ocurrió
despedirme bajando las escaleras, volando de la puerta al escalón, abrí la puertas y cerraduras, llegando con
entusiasmo a los cañones de hojalata, viendo su apestosa vaciedad.
Se dibujó en mi rostro un mapa de ansiedad, revisé
pipote por pipote, encontré restos
de sueños y pulcritud. Al removerlos le imploré a
la Virgen que me diera fuerzas para seguir buscando, temiendo más por mi posición que por el Don en cuestión. Qué había hecho me pregunté, y más triste
el viento me respondió, que será de ti.
El castigo será aterrador, la piel se me erizó, pero nada
cambió, los ojos en lago se convirtieron, y mi
futuro
se truncó.
Mirando la fría bola de calor, se me enfrío el cuerpo. No fue acaso esta la razón por lo cual lo hice. Me
pregunté, y descubrí, finalizando la tarde,
que no importaba lo que hiciera, su elegante
manto estaría conmigo, porque no podía escapar al mundo trazado en un principio por mí y al final por un trozo de ambición,
podía pedir una replica o hacer una copia y lo más inquietante, fue el breve suspiro de libertad presenciada más no justificada, volviendo a acostarme, esperando
despertar en el averno, que comenzaría
al siguiente Sol, convirtiendo a los hombres en personas, a partir de las siete
de la mañana del siguiente día.
Evidenciándose que era un montón de puré de carne cruda.
Evidenciándose que era un montón de puré de carne cruda.
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