domingo, 9 de febrero de 2014

Reconstruyendo el Retén de Catia. Por Kelder Toti


Reconstruyendo el Reten de Catia
¡El niño nace en el vicio y la escuela se lo enseña!
                                Por Kelder Toti 
Cuando el Retén de Catia fue demolido, hubo un gran suspiro de alivio entre los principales voceros de la élite intelectual y los portavoces del gobierno venezolano, porque había sido erradicado la principal mancha de barbarie, humillaciones y ofensas al ser humano, que existía en ese momento. La Bastilla había sido demolida, sin ser necesaria la revolución, signo evidente de algún progreso social. 

No debió pasar muchos años para darse cuenta que había sido sustituida su maldad, por otros centros penitenciarios, con las consiguientes masacres que se cometen en contra de sus moradores. Había nacido el Fermín Toro, el Francisco Fajardo o el Nuñez Ponte, entre otros.

La tragedia del sistema escolar venezolano, es que está transformando a los centros de enseñanza en frigoríficos de carne viva, con su culto a la fuerza bruta, a la obediencia, a la hipocresía... Al no crearle al alumno metas para la vida, sino que enseña una serie de prácticas autoritarias, que frustran al niño, marchitando su alegría y corrompen su inocencia. 

Los profesores a través de sus conocimientos y su manera de impartirlo, se convierten en el principal obstáculo de reforma al sistema educativo, articulando con sus enseñanzas la opresión; no dan el ejemplo, tampoco trasmiten los valores más elementales como: la amistad,  tolerancia,  responsabilidad, o justicia. 

Por lo general, los profesores no tienen vicio que no practiquen, es el cáncer de una moral que no permite trascender el espíritu; con sus acciones intransigentes, sus mezquindades y sus chismes; hace que tenga más valor el papel del cheque que cobran, que las enseñanzas que trasmiten.
Su labor docente se limita a mandar largos cuestionarios, con la consiguiente formación de cayos en las manos de los alumnos y los exámenes correspondientes, en el mejor de los caso se los aclaran, convirtiéndolos en unos burritos escribidores. 

 Alentando el automatismo, la memorización, la dispersión en clase, y legándole la incapacidad de reflexionar sobre su mundo. La escuela venezolana no enseña a leer, pero si a obedecer; no enseña a dividir, pero si a intrigar; no enseña las definiciones más básica de la vida, pero si a ser astuto. ¡Es basura formando basura! 

Lo común es que los alumnos delaten a sus compañeros de clase, por alguna travesura o indiscreción a los jefes de seccional, manipulando la información a su favor; concediendo a los alumnos la mayoría de los casos, un premio o un trato preferencial. Se utiliza la suspensión de clase, la expulsión o la citación del representante como instrumento represivo; indisponiéndolo en contra del proceso enseñanza-aprendizaje, talando las ganas de aprender de las mentes de los niños. 

Olvidando que la educación es un sendero que nos conduce a encontramos con lo mejor de nosotros mismos y no con nuestros errores del presente. Todo esto obliga al niño a ventilar sus conflictos entre ellos mismos, sin permitir ningún tipo de mediación de sus mayores. Tomando conciencia de su poder numérico, los estudiantes son manipulados a participar en los conflictos intestinos de los docentes, a favor de una facción u otra, deciden agarra el sartén por el mango y apoderarse de la tierra de nadie; respondiendo a las amenazas con acuchillamientos, a los gritos con amenazas de muerte y a la violencia con asesinatos selectivos.

No existe interés de parte de los profesores de enseñar, ni de los alumnos de aprender; ya que esto implica cambiar sus técnicas de enseñanza, y va en contra de su tendencia a la pasividad, esperando que el sistema resuelva por sí solo sus deficiencias. No se percatan que ellos son parte esencial del sistema; y entorpecen con su intransigencia cualquier intento de reforma por mínimo que sea, por el temor a que sus privilegios vayan a ser perjudicados. 

Los alumnos reaccionan demostrando desinterés en aprender, porque consideran que los datos que se les dan no tienen ninguna utilidad, cosa no muy lejana de la realidad.

La respuesta de los docentes es un marcado acento por el deber, sin darse cuenta que su trabajo va mas allá de estar presente en el aula, y buena parte de las veces ni esto lo llegan a cumplir. Como esto estimula la exclusión del alumno, éste se preguntará, si lo que se me va a enseñar no tiene sentido, por qué debo ir a un lugar desagradable. Como consecuencia esto favorece la deserción escolar. 

De cada diez alumnos siete abandonan la escuela antes de terminarla; y a muy pocas personas esta situación les importa, quizás el principal responsable sea el Instituto Pedagógico de Caracas, que es el instigador de esta política educativa en el sistema escolar.

El Estado a pesar de sus limitaciones, enfrenta el pro­blema, comprando a la comunidad educativa (padres-represen­tantes-alumnos), con becas, subsidios y comedores escolares, pero sin poder solucionar el problema de fondo, que la escuela es apreciada como algo lejano sin beneficio alguno. 

La creencia de que todo eso es necesario es extendida, justificando la brutalidad, con palabras vacías: disciplina, orden, responsabilidad, etc. Pero en el fondo existe un profundo miedo a cambiar la situación, ya que un ajuste en las ruedas, podría desbarrancar la carreta. 

Se ha detectado que casi el 95% de los bachilleres son incapaces de prestar atención en clase o de esbozar de forma más o menos coherente sus pensamientos en el papel. Justifica la percepción de que la educación venezolana es una de las peores del mundo, esto es visto de por sí; obviando la posibilidad de que se pueda cambiar la situación.  

Los que tienen recursos económicos mandan a sus hijos a estudiar al extranjero: Miami o Zurich; mientras que las perso­nas de los estratos más bajo no le prestan importancia a que sus hijos vayan o no a clase, después de todo, la calle puede ser una gran escuela.

Qué es lo que  mueve a los profesores actuar de esa manera. La respuesta es el reconocimiento de parte de sus colegas, lo que los obliga a ser solidarios ante cualquier abuso de trabajo, trasladando su entusiasmo a sus reivindicaciones salariales, volviéndose carceleros del infierno. Racionalizando cualquier injusticia con arbitrariedades, generando rencor que alimentara odios, aplacados con nuevas arbitrariedades. 

La causa es lo rutinario, monótono, repetitivo, y falto de creatividad de su trabajo docente, que facilita la desmotivación propia y ajena. Dar clase es cuando nos interesa conocer el alumno, convertirlo de una caja de instrucciones en una buena persona, y que el conozca a su profesor, y ayudarlo a encontrar lo que más le
conviene y saber entender con exactitud lo que más necesita y dárselo. 

Aquí no se enseña. Entra un niño pide el titulo de bachiller, ellos a los 5 años se lo buscan y se acabó. Ya no le vuelven a ver la cara más nunca. Eso no es educar. Es producción en serie de información, solo difundiendo modelos alternos, que sean tangi­bles y viables se podrá revertir  esta situación, salvándose de ellos mismos y a sus compañeros de viajes.

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