El Último Hombre.
Por Kelder Toti.
Al principio de la
presidencia de Hugo Chávez, el presidente de Venezuela atacó la idea de que la
democracia liberal junto con la economía de mercado representaba la última
evolución de la sociedad moderna, “el fin de la historia”. Cuando le
preguntaron qué había más allá del fin de la historia, respondió con una
palabra: “chavismo”.
La idea de que la
Venezuela contemporánea representa un modelo social superior a la democracia
liberal, no es tan absurda como se cree. En sus 13 años como presidente, Chávez
ha capitalizado la riqueza petrolera de su país para tomar el control del Congreso,
los tribunales, los sindicatos, las comisiones electorales y de Petróleos de
Venezuela. Hay una propuesta de legislación que limitaría el financiamiento
extranjero y que pronto también pudiera estrangular a las organizaciones no
gubernamentales. Y la gente que firmó a favor del referendo revocatorio en el
2004 se quedó sin trabajo.
El éxito de Chávez
en atraer la atención -haciéndose amigo de Fidel Castro, compra de armas a
Rusia, visitando a Irán y firmando convenios comerciales, y criticando
incesantemente a E.U.- ha popularizado la idea de que el chavismo encarna un
nuevo futuro para América Latina, quizás sea así para las naciones más
pobre y dependiente del continente como Bolivia. Al preservar algunas
libertades, incluyendo una prensa relativamente libre y elecciones seudo
democráticas, Chávez ha desarrollado lo que algunos observadores llaman una
dictadura postmoderna, ni plenamente democrática ni plenamente totalitaria, un
híbrido de izquierda que disfruta de una legitimidad nunca conseguida por la
Cuba de Castro o por la URSS.
En realidad,
América Latina ha presenciado un viraje hacia esta izquierda postmoderna en
algunos países, incluyendo a Bolivia, donde Evo Morales, espíritu afín a
Chávez, ganó la presidencia. Sin embargo, las tendencias dominantes en el
hemisferio son fundamentalmente democráticas con algunas excepciones, el
ejemplo de Colombia es evidente. La democracia se está fortaleciendo y las
reformas políticas y económicas que se están emprendiendo auguran un bien para
el futuro.
Venezuela no es un modelo para la región, para las naciones más
grandes, quizás para las naciones más pequeñas y pobres. Su camino es único, es
el producto de una confluencia de recursos naturales que la hace más comparable
con Irán y con Rusia que con ninguno de sus vecinos de América Latina. El
chavismo no es el futuro de América Latina, sino de las naciones más pobres del
hemisferio. Si es algo, es su pasado. ¿Cómo terminó Venezuela en esa situación?
La respuesta es el petróleo, el cual financia la aventura; la incapacidad
de la tecnocracia liberal de resolver los problemas estructurales del país y el
culto a Bolívar, que justifica la aventura hemisférica.
El moderno orden
político del país se negoció en un hotel de Miami en 1958 por dirigentes de los
dos partidos políticos tradicionales; el pacto resultante creó una democracia
viable que proporcionó estabilidad durante cuatro décadas.
Pero la estabilidad
política no significa una buena orientación económica. Con el crecimiento de
los ingresos petroleros durante los 70, Venezuela se vio exenta de la necesidad
de crear una moderna economía no petrolera. Las mercancías que el país había
exportado -como café y azúcar-pronto languidecieron. Y en vez de fomentar la
movilidad social o fuertes instituciones públicas, los dos partidos compraron
la paz social distribuyendo las rentas petroleras mediante subsidios, empleos
gubernamentales y padrinazgo político.
Venezuela no
sufrió la crisis de la deuda latinoamericana en los 80, trauma que en países
como: Brasil, México y Perú, y no se vacunó contra una recaída de las peores
formas del populismo económico. En vez de eso, Venezuela experimentó una
desastrosa disminución en los estándares de vida en lo que los precios del
petróleo, cayeron durante la década de los 80.
El país nunca
había sido parte de la economía global -fuera del sector energético- y no tenía
industrias competitivas en las que apoyarse. Chávez y otros en la izquierda les
echaron la culpa de los problemas de Venezuela a la globalización y a las
políticas económicas ‘neoliberales’, pero con la breve excepción de la apertura
intentada por el presidente Carlos Andrés Pérez a fines de los 80 y principios
de los 90, el país nunca trató verdaderamente de globalizar su economía, lo que
se hacía era impulsar las exportaciones no tradicionales a la región
andina.
Hay más
continuidad entre las eras pre-Chávez y Chávez que las que los partidarios de
ambas quisieran admitir. Una vez más, el reciente aumento de los precios del
petróleo ha eximido a Venezuela de las leyes de la economía, por cuánto tiempo
durará semejante paradoja, ya que para destruir el modelo es necesaria una
caída del precio del barril de petróleo, lo que augura que la salida de Chávez
del poder no significará el fin del chavismo como sistema clientelar.
El gobierno de
Chávez ha impuesto una larga serie de regulaciones controlando el cambio de
moneda, a través del control de cambio, estableciendo precios, limitando la
capacidad de los empleadores de contratar y despedir empleados, y forzando
acuerdos comerciales y de inversiones basados en consideraciones políticas,
todo lo que socava todavía al más débil sector privado. Sin embargo, debido a
sus astronómicos ingresos petroleros, la economía ha crecido fuertemente en los
últimos años, quizás no al mismo nivel de la región. La irracionalidad de la
economía chavista no se va a sentir hasta que los precios del petróleo bajen,
cosa que está sucediendo con la inflación mundial de los precios, que coloca el
barril de petróleo a 100 dólares en promedio.
La peculiar
historia de Venezuela muestra por qué Chávez no representa el futuro de la
región. Países como Brasil, Chile y Colombia, que carecen de los recursos
petroleros de Venezuela, saben que no pueden progresar sobre la base de esas
políticas inefectivas; han experimentado con ellas y se han quemado. No es un
accidente que el autoritarismo postmoderno haya tenido más éxito en ricos
países petroleros como Irán, Rusia y Venezuela. Mientras que Morales aspira a
ser otro Chávez, pronto se va a dar cuenta de que el gas natural de su país no
es una mercancía fungible como el crudo de Venezuela. El único verdadero
cliente de Morales es Brasil, al que ya ha enajenado con su nacionalización de
las inversiones brasileñas en el sector energético de Bolivia.
Las fuerzas
políticas dominantes en América Latina, traen al poder una nueva
generación de políticos de izquierda y derecha, que van en contra de la
realidad de Venezuela. Ahora los Bancos Centrales y los Ministerios de Finanzas
de la región son mucho más capaces de mantener políticas monetarias y fiscales
sanas, e inclusive presidentes inclinados a la izquierda, como el brasileño
Lula o Dilma Rousef y la argentina Kirchner, no son
partidarios de apartarse de la ortodoxia económica liberal.
En vez de
politizar las instituciones como ha hecho Chávez, México ha independizado
políticamente al Tribunal Supremo y al Instituto Electoral Federal, a pesar del
duro revés en la lucha contra los carteles de la droga. Brasil y Colombia han
aumentado la autonomía de los gobiernos locales, permite experimentos en
presupuestos y educación; y Brasil y México han adoptado programas para
aumentar los ingresos de los pobres, a la vez que les ofrecen incentivos para
mantener a los muchachos en el colegio.
Ya hay signos de
un rechazo contra Chávez. Al tiempo que el presidente venezolano ataca la
interferencia estadounidense en la política latinoamericana, ha tratado de
alentar aliados populistas como Ollanta Humala en Perú y Manuel López Obrador,
en México. Los vecinos de Venezuela se resienten con esto y los electores han
castigado a los candidatos chavistas al menos en el corto plazo, aceptándolos a
mediano plazo cuando suavizan su discurso. En realidad, Chávez puede haberle
costado la presidencia de México a López Obrador, pues los votos perdidos por
antipatía a la interferencia de Venezuela, posiblemente excedan el pequeño
margen por el que perdió las elecciones.
La popularidad de
Chávez entre los pobres de Venezuela se basa en sus políticas sociales. Ha
emprendido iniciativas innovadoras, como una red de clínicas de salud, en los
barrios de bajos ingresos, donde médicos cubanos tratan a los pobres. Ha creado
programas subsidiados de alimentos, que igualan los precios pagados por ricos y
pobres. Y ha intentado distribuir tierras a los campesinos. Algunas de esas
iniciativas satisfacen necesidades sociales apremiantes y debían haber sido
emprendidas desde hace mucho; otras, como los subsidios a los alimentos
importados, serán difíciles de mantener sin los altos precios del petróleo.
Una respuesta al
chavismo, debe reconocer que el populismo está impulsado por desigualdades
sociales reales, entre los estratos más pobre de la población. Los partidarios
de libertad económica y política en América Latina frecuentemente son
reticentes a los grandes experimentos de política social como los de Getulio
Vargas en Brasil, percibiéndolos como vía hacia inflados estados de bienestar e
ineficiencia económica. Pero el libre comercio, por sí solo, no va a satisfacer
las demandas de los pobres, y los políticos democráticos deben ofrecer
políticas sociales realistas y competitivas.
A la política
social, desafortunadamente, le es difícil acertar. A menos que cree incentivos
para que los pobres se ayuden a sí mismos, puede convertirse en un derecho, que
crea dependencia y además un déficit fiscal incontrolable. En Brasil, el
gobierno de Lula se apoderó de un programa de transferencia de ingresos a los
pobres, pero en el proceso debilitó los procedimientos coercitivos que
obligaban a mantener los niños en el colegio. Y las políticas de mercado no son
una panacea. Aun Chile, que tiene un extenso programa de educación privada de
gran nivel, presenció protestas estudiantiles, debido a la mala calidad de las
escuelas públicas.
Los gobiernos
democráticos en América Latina deben trabajar pacientemente elevando la calidad
de sus instituciones, mejorando cosas tan simples como conceder licencias para
comercios, hacer respetar las reclamaciones sobre la propiedad y controlar el
crimen. No hay soluciones fáciles, frecuentemente se requieren experimentos a
nivel local, como el “presupuesto participatorio” de la ciudad brasileña de
Porto Alegre, iniciativa de principios de los 90, que abrió el proceso
presupuestario a grupos de sociedad civil y forzó a los políticos a mostrar
adónde iba el dinero. La mala administración pública debilita el crecimiento y
les quita legitimidad a las instituciones democráticas, abriendo camino a giros
violentos y reacciones desmedidas.
En diciembre
colapsaron varias vías de comunicación por las lluvias, tardando horas
para trasladarse de Caracas a Valencia, lo que normalmente tardaba 1 hora y
media, se puede tardar hasta cuatro horas, la infraestructura por falta de
mantenimiento se deteriora rápidamente, por la falta de inversión y mantenimiento,
lo que eleva las protestas internas, al mismo tiempo que hace que el aparato
productivo pierda eficiencia. Mientras Chávez va en avión de propulsión a Minsk
y Teherán, en busca de influencia y prestigio, las infraestructuras del país
colapsan.
El futuro para
Venezuela no es muy halagador. Si Chávez se hubiera mantenido en el poder, si
hubiese construido una estructura burocrática eficiente, reformando a las
Fuerzas Armadas, al transformarla en un Ejército profesional, ya que al ser una
banda tarde o temprano se convertirán en su enemigo, si ya no lo son;
diversificar la estructura económica como lo hizo la Unión Soviética en su día,
y sobre todo si hubiera escogido mejor y seleccionado a la pléyade de asesores
que lo acompañan en su aventura, y dudo mucho que lo sigan a la cárcel o al
exilio que les espera. En todo caso sus días están contados.
El autoritarismo
posmoderno de la Venezuela de Chávez durará sólo mientras se mantengan alto el
precio del petróleo. Sin embargo, muestra un reto claro a la democracia, porque
permite elecciones democráticas y atiende necesidades sociales reales. Aquí, en
una conferencia reciente de líderes de negocios, presencié cómo muchos oradores
criticaban abiertamente a Chávez; sus señalamientos fueron citados en los
medios. No hay un estado policiaco abierto en Venezuela, por ahora al menos. El
chavismo permanece como amenaza. Pero no encarna necesariamente el futuro de
América Latina, si los demócratas de la región pueden reducir las desigualdades
económicas mediante políticas sociales innovadoras y hábiles. Por supuesto,
esos procesos no significarán el fin de la historia sino simplemente el fin del
chavismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario