viernes, 15 de agosto de 2014

El Padre de Estrategia Aire-Tierra: John Frederick Charles Fuller. Por Kelder Toti.



El Padre de Estrategia Aire-Tierra: John Frederick Charles Fuller.

                                          Por Kelder Toti. 

John Frederick Charles Fuller nació en 1878, en Chichester, West Sussex, Inglaterra. Posteriormente se traslada a Lausana con sus padres, a la edad de 11 años regresa nuevamente a Inglaterra esta vez solo, en donde permanece por un periodo de tres años en espera de asistir a colegios de alto nivel. A los 14 años ingresa al colegio Malvern College y, más tarde al Royal, Academia Militar de Sandhurst donde permaneció de 1897 a 1898. Luego de terminar sus estudios es asignado a comisionado en el 1er Batallón de la Infantería de Oxfordshire Luz (la antigua 43a ), y sirvió en Sudáfrica desde 1899 hasta 1902.

Fuller era Mayor General del ejército británico, historiador militar y estratega, destacado a través de la historia como uno de los primeros teóricos modernos en la guerra de blindados, incluyendo la categorización de los principios de la guerra. También fue el inventor de la " luna artificial ".

Trayectoria militar

En la primavera de 1904, Fuller es enviado con su unidad a la India, donde contrajo la fiebre tifoidea en el otoño de 1905, regresa a Inglaterra, por un periodo de descanso de un año. Tiempo en el cual conoce a una muchacha y se casa con ella en diciembre de 1906. Regresa nuevamente a la India, donde es reasignado a las unidades de Inglaterra, que actúa como ayudante en la segunda compañía de Voluntarios del Sur de Middlesex, en donde se le asigna la misión de formar el 10 de Middlesex, en este tiempo es aceptado a trabajar en la universidad de Camberley. Donde estuvo por un periodo de Agosto de 1913 a Enero de 1914.A inicios de la Primera Guerra Mundial, se encuentra en el cargo de oficial del Estado Mayor de las Fuerzas de Inglaterra, a la vez desde 1916 en la sede de la ametralladora del Cuerpo de Poder pesado, que luego se convertiría en el cuerpo del tanque.

Posteriormente planea el ataque con tanques en Cambrai en 1917 y las operaciones de depósito de las ofensivas del otoño de 1918. Ese mismo año ocupó diversos cargos directivos, en particular, como comandante de una brigada experimental en Aldershot. En la década de 1920, colaboró ​​con el joven BH Liddell Hart en el desarrollo de nuevas ideas para la mecanización de los ejércitos.

Aunque lo llevo a ser conocido fue el "Incidente de Tidworth", posteriormente rechazó el cargo del comando de la Fuerza Mecanizada Experimental que se formó en 1927. Aunque tuvo la responsabilidad de estar al frente de una brigada de infantería regular y la guarnición de Tidworth en la llanura de Salisbury. Fuller pensaba que no podría dedicarse a la fuerza experimental y el desarrollo de las técnicas de la guerra mecanizada sin personal adicional para que le ayuden con los deberes adicionales pertinentes, lo que la Oficina de Guerra se negó a asignar.

Sus ideas sobre la guerra mecanizada continuó siendo influyente en el período previo a la Segunda Guerra Mundial, irónicamente, más con los alemanes, en particular, Heinz Guderian, que con sus compatriotas. En la década de 1930, la Wehrmacht implementado tácticas similares en muchos aspectos para el análisis de Fuller, que se conoció como Blitzkrieg. Al igual que Fuller, los profesionales de la Blitzkrieg, en parte basaron en su enfoque la teoría de las áreas de actividad enemiga grandes debía ser evitada a tiempo rodeada y destruida.

Las tácticas Blitzkrieg fueron un estilo utilizado por varias naciones a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, en su mayoría por los alemanes en la invasión de Polonia, Europa Occidental y la Unión Soviética. Mientras que Alemania, y hasta cierto punto los aliados occidentales, aprobaban las ideas de Blitzkrieg, estas no fueron utilizadas por el Ejército Rojo, el cual desarrolló su doctrina de la guerra blindada sobre la base de operaciones profundas. Este tipo de operaciones fue desarrollado por los teóricos soviéticos militares, entre ellos el mariscal MN Tujachevski, durante la década de 1920 sobre la base de sus experiencias en la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil Rusa.

Retiro militar.

En su retiro en 1933, e impaciente con lo que él consideraba la incapacidad de la democracia para adoptar las reformas militares, Fuller se involucró con Sir Oswald Mosley y el movimiento británico fascista. Como miembro de la Unión Británica de Fascistas se sentó en la Dirección Política del partido y era considerado uno de los más cercanos aliados de Mosley.

En las elecciones generales de 1935 Fuller se opuso al ministro de Relaciones Exteriores y futuro primer ministro Anthony Eden. También fue miembro de la clandestina ultraderecha grupo de la Liga de los países nórdicos. El 20 de abril 1939 Fuller fue un invitado de honor a Adolf Hitler al desfile por su cumpleaños número 50, en donde pudo apreciar durante tres horas el ejercito mecanizado completo.
Luego Hitler le preguntó: "¿Espero que este satisfecho con sus hijos?" Fuller dijo, "Su Excelencia, han crecido tan rápidamente que ya no los reconozco". Fuller fue un escritor vigoroso, expresivo y obstinado de la historia militar y de las predicciones de polémica sobre el futuro de la guerra.
Teorías militares

Fuller es quizá más conocido hoy por su "nueve principios de la guerra" que han formado la base de gran parte de la teoría militar moderna desde la década de 1930, y que fueron derivadas originalmente de una convergencia de intereses místicos y militares de Fuller. Estos nueve principios pasaron por varias iteraciones, Fuller declaró su significado...

"... Se reduce a tres grupos, los principios de control, la resistencia y la presión, y finalmente a una ley, la ley de economía de la fuerza. Así, el sistema desarrollado a partir de seis principios de 1912 se elevó a ocho en 1915, que, prácticamente, diecinueve en 1923, y luego descendió a nueve en 1925, con la ventaja añadida de que estos nueve se pueden combinar en tres, y la ley los tres en uno..."
Los nueve principios se han expresado de diversas maneras, pero en 1925 Fuller los represento de la siguiente manera:

Dirección
La acción ofensiva
Sorpresa
Concentración
Distribución
Seguridad
Movilidad
Resistencia
Determinación

Estos principios de la guerra se han adoptado y perfeccionado por las fuerzas militares de varias naciones, sobre todo dentro de la OTAN, y siguen siendo ampliamente aplicado para el pensamiento estratégico moderno. Recientemente también se han aplicado a las tácticas de negocio y la afición juegos de guerra.
Fuller también desarrolló la idea del factor constante táctica, que establece que toda mejora en la guerra está marcada por una mejora de venta libre, causando la ventaja a cambio de ida y vuelta entre la ofensiva y la defensiva. Experiencia más completa de primera mano en la Primera Guerra Mundial en la cual se produjo un giro de la capacidad defensiva de la ametralladora que el poder ofensivo del tanque.
Fuller fue un escritor prolífico y escribió más de cuarenta y cinco libros. A continuación damos una pequeña selección de sus obras.

Influencia en los Estados Unidos:  

Objetivo, ofensiva, concentración, economía de fuerza, maniobra, unidad de mando, seguridad, sorpresa, sencillez.

Los Principios de la Guerra en el Ejército de EE.UU.

Por el momento, el Ejército de Estados Unidos no tiene solamente un conjunto de principios aplicables a la conducción de operaciones militares, sino que cuenta con dos. El primero comprende los nueve principios tradicionales, estudiados por última vez en el año 1993. El segundo identifica los principios pertinentes en las operaciones de no guerra. La primera lista se estrenó oficialmente en documentos producidos por el Ejército en el año 1921 (admitidamente, en una forma un tanto distinta de la actual); los principios de las operaciones de no guerra fueron introducidos en el Manual de Campaña Operaciones, en la versión publicada en 1993. Aunque los principios de la guerra han asumido un aspecto de permanencia, muchos soldados y civiles han cuestionado su validez a través de los años, convencidos de que factores tales como son las armas nucleares, un entendimiento más cabal de la guerra irregular o la aumentada influencia del público y de los medios de comunicación, han vuelto incompleta o incluso obsoleta la lista comúnmente aceptada de principios. En realidad, los principios se han modificado, pero los cambios han sido de menor trascendencia. En un ejército en el cual el cambio es la norma, los principios de la guerra han permanecido generalmente intachables.

No obstante, este sentido de permanencia es engañosa, por cuanto los principios de la guerra actualmente en vigencia tienen una historia voluble. Incluso su enumeración en una lista corta, con una descripción concisa de cada uno, es un fenómeno netamente del siglo XX. Así como señalara John I. Alger:
El término "principios de la guerra" no siempre connotaba la idea de una lista de reglas concebidas para facilitar la conducción de la guerra. En efecto, dos definiciones distintas del término se han empleado con frecuencia. Según la primera, los principios de la guerra representaban una filosofía comúnmente aceptada referida a la miríada de actividades que en su conjunto componen la conducción de la guerra. En el siglo actualmente en curso, se inclina cada vez más a aceptar la idea de que los principios de la guerra constituyen una lista enumerada de consideraciones, pocas en su totalidad, capaces de ser expresadas en forma sencilla y esenciales para la conducción exitosa de la guerra. La primera definición era utilizada por los autores que, en siglos anteriores, escribían sobre la guerra; la segunda ha llegado a constituir la definición en vigor en los países de habla inglesa, aunque se originó en la época napoleónica y posiblemente con el propio Napoleón.
El estratega Bernard Brodie adoptó una actitud menos reticente cuando escribiera:

Aunque el propio Clausewitz se refiere ambiguamente a ciertos "principios" que se deben observar y obedecer, . . . específicamente rechazó la noción de que pudiera existir cualquier conjunto de reglas o principios en particular capaces de ordenar universalmente una forma de conducta más bien que otra. . . . No fue sino hasta el siglo XX que los diversos manuales de campaña habrían de pretender sintetizar siglos de experiencias y volúmenes de reflexiones en unos cuantos "principios de guerra" expresados en pocas palabras y normalmente en forma de una lista enumerada. Clausewitz habría quedado horrorizado antes tales esfuerzos, y poco sorprendido por los terribles errores cometidos en nombre de esos mismos "principios".
Es posible que Clausewitz se hubiera asombrado; por otra parte, tal parece que él también reconociera que a un líder en combate le resulta más fácil recordar pocas palabras cuando los elementos de fatiga y tensión le ofuscan la mente. "Debemos poder recurrir a los principios pertinentes establecidos por la teoría", según escribiera Clausewitz. "Siempre se debe permitir que estas verdades se consideren autoevidentes. . . . De esta forma podremos evitar el empleo de un lenguaje rebuscado y desconocido, expresándonos más bien en palabras comunes, con una secuencia de conceptos lúcidos y claros". Evidentemente Clausewitz no habría tenido dificultad alguna con el principio sucinto de "sencillez".

El Ejército actualmente está en proceso de revisar su doctrina fundamental, por segunda vez desde 1989. El manual de campaña 100-5, Operaciones, habrá sido actualizado nueve veces desde 1945 —cada seis años, como promedio— cuando salga la versión de 1998. Entre los cambios significativos presentados en los borradores iniciales de dicha edición son la eliminación de los "principios de operaciones de no guerra", la revisión de dos principios actuales y la inclusión de dos principios nuevos, y la lista resultante aparece bajo la rúbrica nueva de "principios de operaciones". Después de un debate animado entre los soldados en campaña, algunos de los cuales son defensores acérrimos de los cambios al mismo tiempo que otros se han mostrado menos dispuestos a apoyarlos, la versión actual de Operaciones deja los nueve principios inalterados de la forma en que fueron difundidos en el año 1986.

Una mente inquisitiva quizás se confunda ante este apoyo del estatus quo. Puede ser que haya nacido como reacción a los cambios aparentemente descontrolados en el Ejército. Es posible que exista dentro de la institución la creencia de que la naturaleza duradera de los principios sirva de ancla doctrinaria del Ejército. A la inversa, será que la decisión de optar por la constancia se haya tomado por quienes ignoraban los orígenes de los principios y sus mutaciones históricas.

El presente artículo parte de esta última premisa. Tiene tres objetivos: primero, describir cómo los principios "tradicionales" asumieron su forma actual; segundo, explicar por qué es esencial eliminar los "principios de las operaciones de no guerra"; y tercero, el artículo sugiere que las modificaciones y adiciones a los principios de guerra originalmente propuestas para la próxima versión de la doctrina operacional del Ejército, merecen ser analizadas una vez más antes de que obliguemos a los componentes de servicio Activo y de Reserva a conformarse con un conjunto de principios operacionales que quizás aún no sean optimizados.

Los orígenes de los principios

El Ejército les presentó a sus soldados una lista de principios en el año 1921. El reglamento de Adiestramiento Nro. 10-5 presentó una lista de principios de guerra idénticos a aquéllos actualmente en uso, con excepción de que los términos "movimiento" y "cooperación" se empleaban en lugar de "maniobra" y "unidad de mando", respectivamente. Este estreno de dichos conceptos no incluyó una elaboración de los principios particulares. En el párrafo solitario que describía su propósito y uso también constaba que eran "inmutables". Charles A. Willoughby, que posteriormente se dio a conocer en su calidad de jefe de inteligencia de Douglas MacArthur en el Pacífico durante la II Guerra Mundial, fortaleció más el carácter inviolable de estos principios en su obra Maneuver In War (La maniobra en la guerra), cuando escribiera: "Estos principios son fundamentales e inmutables; han guiado a los grandes comandantes, y el éxito o fracaso ha dependido del grado y manera de su empleo. No están sujetos a excepción. Su debida ejecución constituye la verdadera medida del arte militar."4 Willoughby publicó su obra en 1939, el mismo año en que los principios reaparecieron en la doctrina militar de Estados Unidos. Habían desaparecido desde 1928 hasta la publicación en 1939 del Manual de Campaña 100-5, Tentative Field Service Regulations, Operations (Los reglamentos provisionales del servicio en campaña).

Willoughby trazó los orígenes de estos fundamentos, los cuales en esa época eran nuevos para el Ejército. Citó a Napoleón, quien escribiera que, "Los principios de César eran iguales a los de Alejandro y Aníbal; (a) mantener unidas a las fuerzas; (b) no quedar vulnerable desde cualquier dirección, [y] (C) avanzar rápidamente sobre puntos importantes". Basándose en lo anterior, Willoughby creía que, "Uno difícilmente puede dejar de reconocer (a) el principio de concentración, (b) el principio de seguridad, y (c) el principio del objetivo". Habiendo establecido esto, recopiló lo que él consideraba una lista completa y concisa de los principios de Napoleón, sacados de los escritos del emperador, y llegó a la conclusión de que éstos incluían objetivo, ofensiva, concentración, sorpresa, seguridad y movimiento. El teórico militar británico J.F.C. Fuller no coincidió totalmente con el enfoque de Willoughby, pues creía que Napoleón no había sentado "ningún principio definitivo, aunque evidentemente le servían principios bien definidos".

Al igual como Alger, Napoleón y otros practicantes y teóricos de la guerra antes del siglo XX creían que la guerra obedecía ciertas reglas fundamentales, aunque ellos no sentían obligación alguna de expresarlos en forma concisa.7 Tampoco es que estos soldados de épocas anteriores coincidieran en la medida en que un comandante se veía limitado por tales reglas. Cuando escribiera en la primera mitad del siglo XIX, Jomini afirmó que "los principios fundamentales, en los cuales residen todas las buenas combinaciones en la guerra, existen desde siempre, y se debe referir a todos los demás principios para entender sus respectivos méritos. Estos principios son inmutables; son independientes de las armas empleadas, de la época y de los lugares". Clausewitz, contemporáneo de Jomini, no compartía este sentido de la universalidad de los principios. Éste llegó a la conclusión de que los principios servían como guías importantes más bien que como reglas "en las cuales se basan todas las buenas combinaciones en la guerra". Según Clausewitz:

. . . si el arco termina en esa clave, le dará mayor prominencia, pero lo hará solamente para satisfacer la ley filosófica del pensamiento de modo que demuestre con claridad el punto hacia el cual convergen todas las líneas, y no con el propósito de construir sobre esa base una fórmula algebraica para ser usada en el campo de batalla. Porque incluso esos principios y reglas tienen mayor valor para determinar en la mente reflectora las características principales de sus movimientos acostumbrados, que, a manera de semáforos, señalan la vía que habrá de tomarse para su ejecución.

Ambos hombres coincidieron en la existencia de los principios de la guerra; ambos los elaboraron en forma relativamente detallada; ninguno estableció la lista sucinta al cual los soldados contemporáneos se han acostumbrado.

Tal vez ningún escritor militar occidental haya reflexionado más sobre la posibilidad de que las acciones de la guerra pudieran ser caracterizadas por un sólo conjunto de principios que J.F.C. Fuller. Sus listas se evolucionaban a medida que el autor consideraba sus matices en muchos de sus libros y artículos escritos antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial. En su obra de 1926, The Foundation of the Science of War (El fundamento de la ciencia de la guerra), enumeró tres grupos de principios, cada uno de los cuales incluía tres principios subordinados de guerra:

        Principios de Control: Dirección, determinación y movilidad.
        Principios de Presión: Concentración, sorpresa y acción ofensiva.
        Principios de Resistencia: Distribución, resistencia y seguridad.

Fuller explicó la relación entre los tres grupos de la siguiente manera: "Es de esta forma que se obtiene el orden tridimensional de control, producto del orden dual de presión y resistencia, cada una de estas fuerzas siendo en sí tridimensional. En fin, estos tres grupos forman uno sólo: economía de la fuerza."

B.H. Liddell Hart, contemporáneo de Fuller, en su discusión de máximas se unió con lo que era una creciente fascinación entre los ejércitos occidentales. Aunque en su obra publicada en 1932 y titulada The British Way in Warfare (El modo de guerra británico) rehusó llamarlos principios (porque sus ideas eran "guías prácticas más bien que principios abstractos"), llegó a la conclusión de que "los principios de la guerra, no sólo uno de éstos, se pueden sintetizar en una sola palabra: `concentración'. Pero para que sea verídico, este concepto tiene que precisarse pues se trata de `la concentración de la fortaleza contra la debilidad'. . . He aquí un principio fundamental, el entendimiento del cual puede evitar la comisión de un error fundamental (y el más común): el de ceder al adversario la libertad y tiempo necesarios para concentrarse y así contrarrestar la concentración propia de uno". Liddell Hart pasó a identificar sus seis máximas, aclarando que "cuatro son positivas y dos son negativas. Se aplican tanto a la estrategia como a la táctica".
        Seleccionar la línea (o curso) menos esperada.
        Explotar la línea de menor resistencia.
        Optar por una línea de operaciones que ofrezca objetivos alternos.
        Asegurarse de que tanto el plan como las disposiciones sean flexibles, o sea adaptivos.
        No atacar cuando el enemigo puede quitarle el florete.
       No renovar un ataque a lo largo de la misma línea (ni de la misma manera) después que ésta ha fracasado.

Con su resurgimiento en el manual militar provisional 100-5 de 1939, los nueve principios enumerados en el reglamento de adiestramiento 10-5, Doctrine, Principles and Methods (Doctrina, principios y métodos), con fecha de 1921, asumieron la forma de siete "principios generales" para ser empleados durante la "conducción de la guerra":
        Objetivo final.
        Concentración de fuerzas superiores, lo cual exigía una "estricta economía en cuanto a la cantidad de fuerzas asignadas a las misiones secundarias".
        Acción ofensiva, aunque "una actitud defensiva puede adoptarse como estratagema temporal".
        Unidad de esfuerzo.
        Sorpresa.
        Seguridad.
       Planes sencillos y directos.

No aparecía ninguna lista de principios en el manual de campaña 100-5 del año 1941. En lugar de ello, al lector se le presentaba varias "doctrinas de combate": objetivo final, planes y métodos sencillos y directos, unidad de esfuerzo, concentración de fuerzas superiores, sorpresa y seguridad.13 Sólo fue con la llegada de la versión de 1949 del mismo manual que los principios correspondieron a aquéllos difundidos en la edición publicada en 1993. De ahí que la actual lista de los nueve principios, aparentemente sacrosantos, sólo tenga 49 años de vigencia.

Los Principios de la Guerra y el Ambiente del Conflicto Moderno 

Aunque el propósito y utilidad de los principios de guerra les eran evidentes a muchos de los teóricos militares en la primera mitad del siglo XX, la introducción de armas nucleares, la aumentada influencia de la guerra irregular y otros cambios hicieron que otros cuestionaran su valor. En sus escritos durante la segunda década de la Guerra Fría, John Keegan resolvió que "uno de los propósitos de los principios ha sido hacer que las nuevas e insólitas circunstancias nos parezcan comprensibles, permitirnos ver el hilo que unifique una guerra con otra, forzar los eventos a conformarse con un patrón predeterminado, y hacer que los conflictos obedezcan las unidades dramáticas. . . . Se llega a un punto en el desarrollo de sistemas de armas en el cual resulta imposible comparar el pasado con el presente". Keegan también insistía en que los principios inherentemente implicaban "la maximización de los medios", por lo cual no se aplicaban ni a la guerra nuclear limitada ni a la guerra convencional moderna.

Ésta exigía más bien "una respuesta sutil, paciencia, autocontrol, firmeza sin crueldad, y la capacidad para aceptar algo menos que una victoria total"; cualidades éstas que, según Keegan, resultan incompatibles con los nueve principios de la guerra. En su argumento, Keegan ni consideraba el hecho de que la aplicación de dichos principios exigía la readecuación de los medios acorde con el objetivo político, por cuanto todos los demás principios finalmente se subordinan al principio de "objetivo". Tal parece que tenía poca confianza en la capacidad de los líderes militares occidentales de su época para aplicar los principios con la destreza requerida por Clausewitz, Fuller y otros.

Al otro extremo se planteaban argumentos de que los principios eran universalmente aplicables, ya que se constituían en "una recopilación de las reglas concisas para la guerra, concebidas para ayudar a los líderes de combate desde los oficiales en los niveles más bajos hasta los generales. Aunque dichas reglas se denominen principios, máximas o axiomas, existen independientes de los factores tiempo, lugar y situación".

Tal argumento era atractivo superficialmente; habría sido muy útil si hubiera sido acertado, pero los mismos principios se habían modificado repetidas veces —tanto de formato como de contenido— desde su introducción en 1921. Se habían sometido a cambios necesarios para asegurar que se mantuviera su permanente pertinencia ante los cambios doctrinarios, cambios éstos que se debían en parte a los avances tecnológicos, adaptaciones por parte de los adversarios reales y potenciales, un mejor entendimiento de la teoría militar y revisiones de la estrategia nacional.

El principio de "concentración" identificado en 1939, a modo de ejemplo, posteriormente se cambió no sólo de forma (apareciendo después como "masa"), sino también de sustancia en el transcurso de las décadas subsiguientes. Debido a las limitaciones en cuanto al alcance y la naturaleza directa de los fuegos durante la época napoleónica, la concentración exigía reunir en el campo de batalla un máximo de soldados y armamentos en un momento determinado. Más tarde tal concentración no sólo se volvió innecesaria —puesto que la tecnología permitía la concentración de los efectos logrados por medios dispersos— sino que también resultó ser potencialmente contraproducente. La rígida aplicación de los principios, ordenada más bien que demostrada por sus aplicaciones anteriores, tenía mayores posibilidades de producir el fracaso que el éxito.

En un artículo publicado en la revista Military Review en el año 1991, William C. Bennett demostró su entendimiento de la necesidad de mantener una actitud flexible en la aplicación de los principios. Llegó a la conclusión de que los principios de guerra efectivamente se aplican incluso a diferentes acciones fuera del alcance tradicional del significado del término "guerra". En su discusión de la Operación Just Cause en Panamá (1989-90), observó que, "Ciertos acontecimientos indican que cuando los principios de guerra se aplican en operaciones de contingencia de corta duración en un ambiente de [conflicto de baja intensidad], la interpretación de los principios debe considerarse dentro de un contexto más amplio que el normal. Las formas que pueden asumir algunos de los principios probablemente serán menos tradicionales, es decir netamente `militares', y más `policiales' o `políticas' de naturaleza". La introducción de los principios en los reglamentos de adiestramiento de 1921 compartió esta visión de un alcance más amplio en la aplicación de los principios: "Su aplicación varía de acuerdo con la situación. . . no sólo en acciones puramente militares, sino también en actividades administrativas y en la gestión de negocios. . . .Todas las operaciones militares activas serán planificadas y ejecutadas acorde con estos principios".

Así como aquéllos identificados por el Ejército, los principios de guerra empleados por las demás instituciones armadas de Estados Unidos también han cambiado con el tiempo. En un momento, la Fuerza Aérea les agregó los elementos de "oportunidad y velocidad", "logística" y "coherencia" a los nueve principios que compartía con el Ejército. En la actualidad tanto la Fuerza Aérea como la Armada emplean los mismos nueve principios enumerados en el Manual de Campaña (FM) 100-5 Operaciones, versión de 1993, y en la Publicación Conjunta 1, aunque no es de sorprender que existan diferencias en cuanto a las definiciones y aplicaciones empleadas por las distintas instituciones. En el Manual 1 de la Fuerza de la Flota de la Infantería de Marina (FMFM), Warfighting (La conducción de la guerra), el Cuerpo de Infantería de Marina se refiere a "dos conceptos de tanto significado y universalidad que los podemos proponer como principios: a saber, la concentración y la velocidad". Aparte de lo anterior, el manual sólo alude a los nueve principios actualmente empleados por las demás instituciones en sus principales manuales de operaciones. El Cuerpo de Infantería de Marina, en su FMFM 1-3, Tactics (Táctica), también menciona los "principios de la táctica: lograr una ventaja decisiva, avanzar más rápido que el enemigo, atrapar al enemigo y, el objetivo de todos los principios, lograr un resultado decisivo". Con ello se implica la presencia de la cooperación como otro elemento en la lista.

La Aplicación de los Principios del Ejército de EE.UU:
 
Efectivamente todos los estudiosos de la guerra, en algún momento durante sus carreras, han considerado los principios y la posibilidad de aplicarlos a las operaciones de combate. El valor de los principios en tales operaciones es muy evidente. Pero está menos claro cuando la naturaleza de las operaciones se desvía de aquéllas que dieron inicio a la evolución de los principios. Tal es el caso cuando uno considera operaciones tan dispares como son la guerra irregular, las operaciones espaciales, armas de destrucción masiva, o bien actividades militares que no caben dentro del alcance de las que normalmente se asocian con las formas tradicionales del conflicto convencional.

Muchos coincidieron con Keegan cuando éste afirmara que los principios tenían poco valor en las consideraciones de la guerra nuclear. Otros han reconocido la necesidad de adaptar los principios en lugar de desecharlos; considérese la observación de John O. Shoemaker, quien resolviera que "los principios de la guerra tienen una aplicación definitiva a la Guerra Fría. . . . En la profesión militar se le atribuye gran importancia en la reducción de problemas a una terminología fácilmente entendible. De mayor importancia es el esfuerzo dedicado a la definición de objetivos, tareas y metas deseadas con los detalles y claridad suficientes para evitar cualquier malentendido de los mismos". Josiah A. Wallace llegó a la conclusión semejante de que los principios eran lo suficientemente sólidos para servir de guías en acciones de contrainsurgencia, descubriendo que constituían "un excelente instrumento que el comandante puede utilizar en su análisis de todos los aspectos de sus planes de contrainsurgencia. Siempre que sus planes se conformen con los principios de guerra, se encontrará en terreno sólido". Asimismo James H. Mueller concluyó que los principios de guerra son aplicables a la doctrina y operaciones aéreas, espaciales y aeroespaciales.

Aunque puede existir una gran disparidad entre las exigencias militares y los objetivos políticos, los estudiosos del conflicto poco se asombrarán ante el apoyo concedido a la aplicación de los principios de guerra a escenarios nucleares, contingencias de guerra irregular, y aplicaciones espaciales. A pesar de las profundas diferencias que pueden existir en cuanto a las capacidades requeridas y tecnologías aplicadas en diferentes situaciones, la subordinación fundamental de las fuerzas militares a los objetivos nacionales sigue siendo igual a la relación explicada por Clausewitz: "El objeto político —que es el motivo original de la guerra— determinará tanto el objetivo militar a ser alcanzado como la cantidad de esfuerzo requerido para lograrlo".

Los Principios de No Sólo Guerra 

Un proceso de razonamiento similar hace que una aparente contradicción sea lógica: la aplicación de los principios de guerra a las operaciones militares que no tienen que ver con combate. (Ver la figura 1) Muchos de los principios, cuando no todos, parecen ser tan valiosos en la ejecución de las operaciones de no guerra como durante la prosecución de la guerra. Emory R. Helton resolvió que seis de los nueve principios de guerra —incluyendo los de objetivo, ofensiva, seguridad, unidad de mando, economía de fuerza y sencillez— se aplicaban a la Operación Provide Comfort, realizada en la parte septentrional de Iraq después de la Guerra del Golfo Pérsico en el año 1991. Es más, aseveró que "cinco de éstos [principios] probablemente se aplicarán en cualquier operación humanitaria en el futuro". Existen buenas razones por creer que los principios de concentración, maniobra y sorpresa se podrán aplicar a cualquier operación orientada hacia las exigencias de estabilidad y apoyo.

El General Pershing percibió esta aplicación más amplia de los principios. Aunque se efectuaron cambios considerables en cuanto al carácter de la guerra en el transcurso de su trayectoria profesional, "los principios de la guerra que aprendí en West Point permanecen inmutables", según escribiera él. "Fueron convalidados por mis experiencias en nuestras guerras contra los indios, como también durante la campaña contra los españoles en Cuba. Los apliqué en las islas Filipinas y observé su aplicación en Manchuria durante la Guerra Ruso-Japonesa."

Más recientemente, Richard Rinaldo sostuvo que resulta contraproducente separar los principios que rigen la conducción de la guerra de aquéllos aplicables en las operaciones de no guerra: "Esta distinción pretende crear la independencia donde existe más bien la interdependencia, la división donde existe la unidad". Rinaldo, al igual que Pershing, también postulara que "los principios de la guerra ... son lo suficientemente robustos para ser aplicados a través de todo el espectro de las operaciones militares. ... la categoría de operaciones denominadas `de no guerra' resulta innecesaria en las consideraciones doctrinarias, y en lo relacionado con los principios y guías fundamentales". Brodie coincidió con esta opinión, afirmando que los principios eran "esencialmente propuestas de sentido común relacionadas en forma general pero de ninguna manera exclusiva, con la conducción de la guerra".

Los principios de la guerra han sido efectivamente más robustos de lo que habría de admitir una interpretación estrecha de su propósito. Su aplicación invariablemente exige la consideración cuidadosa de los requisitos singulares de una situación determinada; sin embargo, con los elementos de adaptación y el ejercicio del coup d'oeil (golpe de vista) tan valorado por Clausewitz, resulta factible aplicar los principios mucho más allá de los límites del campo de batalla.

Esta adaptación implica la flexibilidad no sólo en la aplicación de los principios, sino también en su definición. Así como insistiera Roger A. Beaumont, "la lista debería someterse a un proceso permanente de revisión y actualización, y debe emplearse como herramienta de análisis. . . . Las nuevas tecnologías de la guerra quizás puedan alterar el balance y hacer que los factores recién surgidos sean los más importantes. El arte militar, al igual como cualquier otro, se encuentra en estado de evolución, pues parte de su naturaleza fue formada por el pasado y los materiales bélicos, en tanto que su esencia se deriva del genio innovador del artista".31
La receta del éxito ha sido la combinación cuidadosa de los principios, aunque se aplicaran en situaciones de guerra o bien en operaciones realizadas en otros ambientes.

A veces un sólo principio ha predominado, en tanto que en otras ocasiones un conjunto de varios principios ha prevalecido en el pensamiento militar. En algunos casos un principio ha resultado ser inútil, o incluso de mayor valor en su violación que en su aplicación.32 En la mayor parte de tales situaciones, así como en las más convencionales, la victoria le ha pertenecido a la fuerza que supiese aplicar en forma más prudente la sagacidad inherente en los principios.

Los estrategas exitosos nunca cometen una violación deliberada de los principios de guerra, sin antes evaluar los riesgos y calcular los costos. . . . No obstante las reclamaciones de los críticos, los principios de la guerra son efectivamente útiles y sí tienen sentido. El archivo histórico indica que los vencedores, en su mayoría, les prestan atención a los principios. Los vencidos, menos aquéllos que sencillamente enfrentaron una superioridad abrumadora de potencia humana y material, por lo general han dejado de hacer lo mismo.33
Con la publicación de su doctrina revisada en el Manual de Campaña (FM) 100-5, versión de 1998, el Ejército piensa cerrar la brecha filosófica que se ha producido entre las operaciones de combate y aquéllas que no implican una lucha directa.

Esto es un resultado esencial del análisis más reciente de su doctrina de guerra. La primera operación realizada por el naciente Ejército de Estados Unidos bajo la Constitución, no se materializó durante tiempo de guerra, sino que fue una acción ejecutada con el fin de restaurar la paz y estabilidad a las diferentes partes del Estado de Pensilvania afectadas por la Rebelión Whiskey. Bajo el mando del propio presidente Washington, el Ejército amenazó con intervenir en la situación, lo cual puso término a los disturbios civiles en lo que hoy en día se consideraría una exitosa operación de no guerra. El carácter preventivo de la amenaza de recurrir a la fuerza no cambió fundamentalmente la naturaleza de la acción militar.

Asimismo, los soldados que se preparan en el año 1998 para realizar operaciones en Bosnia han tenido que sujetarse al mismo adiestramiento requerido para alcanzar un nivel de alistamiento personal y profesional adecuado para el conflicto armado. Las diferencias en cuanto a las reglas de empeñamiento no modifican ni la necesidad de recibir una preparación total ni la utilidad de los principios empleados durante dicha preparación. El ambiente operacional imperante exige que los soldados desempeñen un papel más amplio; si bien es aún necesario ser guerrero, tal aptitud ya no es una calificación adecuada para prestar servicios en la actualidad. Las dos listas de principios existentes sencillamente dejan de destacar los elementos comunes en cualquier operación del Ejército en campaña.

Estas dos listas implican diferencias donde existen similitudes. La sencillez es un principio de guerra, pero no de las operaciones de no guerra en las cuales es claramente de igual importancia. La legitimidad representa el caso contrario, pues se cita como principio de las operaciones de no guerra pero no se menciona en la lista de principios de guerra. Al echarles un vistazo, tal pareciera que la legitimidad debería ser un principio tanto de la guerra como de las operaciones de no guerra; no obstante, uno debe considerar de nuevo la función de los principios.

Si es que sirven en realidad para orientar el accionar (más bien que como verdades incuestionables que se aplican universalmente a todas las operaciones militares), entonces la legitimidad se debería entender como condición esencial de cualquier operación, en lugar de verse como un principio. A diferencia de un principio que un comandante puede pasar por alto (aunque a riesgo de sufrir una derrota), ningún comandante puede rechazar la legitimidad como base fundamental de una operación militar.

La guerra es una forma de operación militar, y la más exigente, costosa y traumática de todas. Pero los eventos recientes constituyen un reflejo de la experiencia histórica del Ejército de Estados Unidos: el combate es uno de los menos comunes de todos los tipos de operaciones realizadas por la mayoría de aquéllos que visten el uniforme. No es de ninguna manera la más frecuente, y en varios aspectos resulta menos complicada que las intervenciones armadas en las cuales las acciones de un líder de escuadra pueden tener implicancias estratégicas.

Por consiguiente, una sola lista de principios —y deberíamos llamarlos principios de operaciones— habrá de aplicarse a toda la gama de operaciones militares. No existe ningún requisito de aplicar cada principio en igual medida a cada actividad; de hecho, se producen contingencias en las cuales algunos de los principios no tienen aplicación alguna. Sin embargo, cada elemento de esta lista establecida es digno de incluirse entre los principios, debido en parte a que debe ser considerado durante las fases de planificación y ejecución aún cuando finalmente no resulte ser útil en la misión considerada.

Una revisión de los principios tradicionales de la guerra representó un punto de partida lógico para el desarrollo de una sola lista de principios de operaciones. Pero las recomendaciones expresadas por aquéllos destinados en campaña para que se mantuvieran los principios de "guerra" establecidos antes de 1993, y que sencillamente se descartaran los principios de operaciones de no guerra, echan a perder una oportunidad. Hemos aprendido lecciones en esta época de post-Guerra Fría que merecen ser insertas en la próxima doctrina del Ejército para el empleo de la fuerza terrestre.

El hecho de que basábamos nuestro modo de pensar en una premisa fallada respecto a los aspectos comunes en cualquier operación del Ejército, ya sea de combate o bien de cualquier otra índole, de ninguna manera desvalida aquellas lecciones. De ahí que la presente sección proporcione el raciocinio para continuar el curso anteriormente esbozado para la próxima versión del Manual de Campaña 100-5, Operaciones: sacar los aspectos útiles de nuestras experiencias en todas las operaciones desarrolladas en años recientes, identificar las oportunidades para adaptarnos, y hacer precisamente eso.

La figura 1 enumera los principios de guerra y los de las operaciones de no guerra, según aparecen en la doctrina del Ejército a principios del año 1998, e identifica los principios originalmente propuestos para la próxima versión. La discusión gira en torno a aquellos principios —tanto los nuevos como los modificados— que deberían incluirse en la lista adoptada por el Ejército en dicho año.

Principios de Operaciones: Efectos Concentrados (modificación del principio anterior, "concentración").
Aunque el principio de "masa" fue uno de los principios incluidos en el Reglamento de Adiestramiento original, redactado en el año 1921, en la versión del FM 100-5 publicada en el año 1939 la palabra "concentración" apareció en su lugar. La guía ofrecida en el FM 100-5 de 1993 concerniente al principio de concentración es clara y pertinente: "Concentrar los efectos de una potencia de combate abrumadora en el momento y lugar decisivos". Desafortunadamente, la "concentración" en raras ocasiones se entiende y se aplica de esta manera. Cuando escribiera Phillip Meilinger que, "la precisión de las armas aéreas ha redefinido el significado del término `concentración'. . . . El resultado de la tendencia hacia la `precisión del corredor aéreo' en la guerra aérea es una denigración de la importancia de la concentración", estaba completamente equivocado. Primero, la potencia de fuego es sólo una de las capacidades que el comandante pretende concentrar. Segundo, las armas de precisión constituyen un componente potencialmente crítico de la concentración, según se entiende ésta última hoy en día: la concentración de los efectos para cumplir la misión.36 Si un misil, o una bomba, o bien un proyectil de artillería puede lograr un resultado deseado, su empleo es una aplicación extremadamente eficaz y eficiente del principio de concentración. Dicho principio ya no tiene el mismo significado como el que tenía en la época napoleónica:37 reunir en tiempo y espacio soldados o armas de apoyo. Tales métodos, tanto hoy como en el futuro, podrán provocar condiciones que más probablemente resulten en desastre que en el éxito, pues crean objetivos rentables para las potencias de fuego aéreo y terrestre del adversario.

Tampoco es cierto que el principio de concentración implique reunir todos los fuegos disponibles en tiempo y espacio. El concepto se refiere más bien a la concentración de los efectos de todas las capacidades pertinentes, ya sean militares o de otros sectores, incluyendo: medios del Ejército (blindados, artillería, aviación); apoyo conjunto (medios de inteligencia, aviación, fuegos navales y mísiles); fuerzas especiales; operaciones sicológicas; guerra electrónica; y otros medios capaces de contribuir al éxito de la misión.

Aunque se utilice acero, electrones, palabras persuasivas aplicadas para lograr derrotar al enemigo, la distribución de comida y agua, atención médica, y capacidades de ingeniería para ayudar a los refugiados, la intención es crear y mantener el éxito a través de la concentración de los efectos inherentes en dichas capacidades. Asimismo, R.R. Battreall manifestó su mal entendimiento de la aplicación del principio de concentración al escribir, "Cuando una cantidad suficiente de blindaje se encuentre reunida en un punto, éste llega a constituir el punto crítico". Hace ya mucho tiempo que el término sucinto "concentración" se interpreta erróneamente; más vale emplear el término "efectos concentrados".

Principio de Operaciones: Unidad de Esfuerzo
(modificación del principio anterior, "unidad de mando").

Así como anteriormente se señaló, la "cooperación" más bien que la "unidad de mando" se incluía entre los principios de la guerra en el año 1921. La unidad de esfuerzos, con la unidad de mando y la cooperación como conceptos correlativos, apareció por primera vez en el manual de 1939 como la enunciación preferida de este principio. La unidad de esfuerzo apareció también en la edición del manual Operaciones de 1941, aunque sí con algunos cambios sutiles, pero en el año 1949 el término se sustituyó por unidad de mando. Tal cambio ocurrió a pesar del hecho de que las palabras empleadas para describirlo eran idénticas a aquéllas empleadas en la edición de 1941. Considérese las diferentes definiciones de este principio (o bien, esta doctrina de combate, según la terminología del manual difundido en el año 1941) durante el período de 1939 a 1949, cuando los sucesivos autores de la doctrina lucharon por aclarar la distinción entre la forma (unidad de mando) y la función (unidad de esfuerzos) durante el referido lapso de once años:

—1939: "La unidad de esfuerzos es necesaria para aplicar eficazmente la plena potencia de combate de las fuerzas disponibles. Se consigue a través de la unidad de mando. Cuando lo anterior no sea factible, hay que depender de la cooperación."
—1941: "La unidad de mando logra instaurar aquella unidad de esfuerzos que resulta esencial a la aplicación decisiva de la plena potencia de combate de las fuerzas disponibles. La unidad de esfuerzos se fomenta a través de la total cooperación entre los diferentes elementos de mando."
—1949: "La unidad de mando logra instaurar aquella unidad de esfuerzos que resulta esencial a la aplicación decisiva de la plena potencia de combate de las fuerzas disponibles. La unidad de esfuerzos se fomenta a través de la total cooperación entre los diferentes elementos de mando. El mando de una fuerza compuesta de las armas conjuntas o combinadas se le otorga al oficial de mayor jerarquía presente capacitado para ejercer el mando, a menos que se designe a otro específicamente para servir en calidad de comandante."

El principio de unidad de mando que apareció en la edición de 1993 del FM 100-5, afirma que "para cada actividad", los líderes militares deberán "buscar la unidad de mando y la unidad de esfuerzos". Esta última, de acuerdo con los principios de las operaciones de no guerra identificados en el mismo manual, les ordena a los soldados a "buscar la unidad de esfuerzos en el logro de cada objetivo".

Históricamente, la unidad de mando ha sido difícil de alcanzar. Así como escribiera James Winnefeld, es "el principio más difícil de alcanzar en la guerra combinada. . . . La renuncia del mando nacional y control de la fuerza es un acto de fe y confianza sin par en las relaciones entre naciones. En una coalición se logra mediante la construcción de convenios de mando y la organización de la fuerza de acuerdo con las tareas a ser cumplidas, con el fin de garantizar que las responsabilidades se equiparen con las contribuciones y esfuerzos de cada participante . . . Es imprescindible que no se les atribuya la primacía a los convenios a expensas de las exigencias bélicas".

Anthony Rice descubrió que la unidad de mando era "más honrada en su violación que en su acatamiento" en las guerras recientes y doctrina conjunta de Estados Unidos. El fenómeno que él denominara "el mando paralelo" ha sido mucho más común, refiriéndose a una situación en que las naciones comparten objetivos comunes al mismo tiempo que mantienen el control de sus respectivas fuerzas.

Rice ofreció varios ejemplos, incluyendo las palabras de Douglas Haig durante la I Guerra Mundial, cuando afirmara que "No estoy bajo el mando del general Joffre, aunque eso no tiene ninguna importancia, pues mi intención era hacer todo lo posible por llevar a cabo los deseos del general Joffre en cuestiones de estrategia, como si hubieran sido órdenes". Haig tomó esa decisión después de recibir la directriz del Ministro de Guerra de Gran Bretaña Lord Kitchener, en el sentido de que su comando "es independiente y las órdenes en ningún momento no serán emitidas por un general aliado".

Rice llegó a la conclusión de que la unidad de mando "nunca se estableció entre las fuerzas inicialmente desplegadas contra los nazis". Además, aunque Estados Unidos tomó la delantera entre las naciones comprometidas contra Corea del Norte, en Vietnam "tal parecía que la estructura de mando tomara un paso hacia atrás en el tiempo. . . . Se adoptó más bien una estructura de mando paralelo". Durante la Operación Desert Storm, Rice observó que la coalición "logró mejorar notablemente la estructura de mando empleada en Vietnam, pero aún le faltaba implantar la unidad de mando". Aproximadamente dos años después de iniciada la misión en Somalia, el Ejército de Estados Unidos aún dejó de establecer la unidad de mando a nivel local incluso de su propio personal; la muerte de 18 soldados en combate, los días 3 y 4 de octubre de 1993, se le puede atribuir en gran medida a este fracaso.

Rice le atribuyó la mayor prioridad a la unidad de mando a pesar de la realidad histórica y una doctrina conjunta que le pone mayor énfasis a la unidad de esfuerzos. No obstante, también reconoció que el énfasis atribuido a la unidad de esfuerzos en la doctrina conjunta, pese a la verdad fundamental de que la unidad de mando constituye la condición preferida, es un indicio de que esta última ha sido difícil de lograr, cuando no imposible.

Esta dificultad se ha exacerbado ante la falta de objetivos nacionales e internacionales claramente enunciados durante la conducción de varias operaciones. Cuando los comandantes militares deben intentar definir y justificar los objetivos, basándose en guías ambiguas o reclamaciones públicas, a los participantes en las operaciones quizás les resulte difícil llegar a un consenso en lo relacionado con los estados finales deseados, ni hablar de la manera más adecuada para alcanzarlos.

Finalmente, existen organizaciones que tal vez compartan los objetivos generales en un teatro de operaciones pero que rehusen subordinarse a las autoridades militares. Algunas organizaciones no gubernamentales, incluyendo aquéllas compuestas de voluntarios del sector privado, quizás respondan a la coerción o engatusamiento, pero otras invariablemente insisten en mantener su autonomía. Un comandante puede considerar retirar los medios de seguridad u otro apoyo prestado a tales organizaciones en un esfuerzo por obligarles a cumplir con las exigencias de la misión, pero las implicancias estratégicas de cualquier baja sufrida por una organización no gubernamental imposibilitan la adopción de tal política.

La unidad de mando es, por tanto, la forma preferida para lograr la coordinación y control. La unidad de esfuerzos, cuyos efectos deseados son la instauración de un "propósito y dirección comunes por medio de la unidad de mando, coordinación y cooperación", constituye la función operacional requerida para lograr el éxito. Sin la unidad de esfuerzos, las labores realizadas por cualquier elemento pueden negar los avances obtenidos por otros. La unidad de esfuerzos es una función indispensable para alcanzar el éxito en cualquier operación; la unidad de mando es la forma adecuada por obtenerla. El principio de operaciones es la unidad de esfuerzos.

Principio de Operaciones: La Moral. 

De acuerdo con Ardant Du Picq, "Aníbal era el mayor general de la antigüedad debido a su comprensión admirable de la moral del combate, la moral del soldado, aunque fuese integrante de la fuerza propia o bien la del enemigo". En una extensa discusión del liderazgo en la edición de 1939 del FM 100-5, consta que "el hombre es el instrumento fundamental de la guerra . . . . La guerra implica una dura prueba de la resistencia moral. . . del individuo". John Baynes, en su obra Morale, un estudio clásico del 2º de Fusileros Escoceses durante la I Guerra Mundial, comentó que "el mantenimiento de la moral se reconoce entre los militares como el factor de mayor importancia en la guerra; en otros sectores a veces les resulta difícil entender por qué es así". Franklin D. Jones dio una explicación tanto por el reconocimiento por parte del soldado de la extrema importancia de la moral como por la falta de entendimiento de la misma por parte de sus homólogos civiles: "En ningún sector de la vida civil es el grupo social de importancia tan vital y tan principal para el individuo como lo es para el soldado en combate".

Mantener la moral del soldado y de su unidad exige la formación, mantenimiento y restauración del espíritu de lucha. La moral abarca la voluntad para colaborar constantemente para lograr un propósito común, el cual en el Ejército muchas veces es el cumplimiento de cualesquier tareas que se le asignen al grupo del cual forma parte el soldado.

 Tanto los individuos como las organizaciones tienen una moral, y una buena moral en ambos niveles resulta esencial para el éxito en cualquier operación militar. El proceso de adquirir y mantener esta cualidad tan deseable es complicado, debido a sus múltiples componentes. La autoconfianza es crítica, la lealtad a la unidad es esencial, y la voluntad de hacer sacrificios personales por el bien del grupo total es un requisito. El mariscal de campo William Slim planteó elementos fundamentales adicionales que incluían aquéllos considerados necesarios por muchos otros estudiosos del tema:

     La moral [tiene] ciertos fundamentos los cuales son, en orden de importancia, espirituales, intelectuales y materiales.
      Lo espiritual: Debe haber un objeto trascendente y noble: el logro del mismo debe ser vital; el método empleado para lograrlo debe ser activo y agresivo.
       Lo intelectual: El soldado debe convencerse de que es posible alcanzar el objeto; también debe percibir que él forma parte de una organización eficiente, capaz de alcanzar el objeto; y debe tener confianza en sus líderes, contando con la seguridad de que ellos no menospreciarán los peligros y apuros que él quizás tenga que sufrir.

      Lo material: El hombre debe creer que sus comandantes y el Ejército lo tratarán en forma justa y equitativa; debe recibir, en la mayor medida posible, las armas y equipo más adecuados para el logro de su misión; se debe optimizar las condiciones en que vive y trabaja.

Clausewitz consideraba que la victoria le pertenecía al partido que lograra imponer su voluntad al otro. Ese concepto es igualmente aplicable al espectro total de operaciones militares y a todos los partidos que ejercen influencia —aunque sea una influencia potencial— en dichas operaciones. La importancia de una moral fuerte entre nuestras propias fuerzas es evidente, pero otros grupos también inciden en el éxito o fracaso eventual de una empresa militar de Estados Unidos. El primero de éstos es el adversario.

Si las operaciones realmente se pueden definir como una contienda entre voluntades opuestas, entonces el éxito de todo esfuerzo por socavar la moral del adversario bien puede ser un aspecto complementario (y posiblemente alternativo) de la destrucción de la fuerza como método de alcanzar los objetivos políticos y militares. Mientras mayor sea el éxito de las operaciones sicológicas, la imposición de una presión incesante, la confusión sentida por el adversario, el mantenimiento del control de la información y otros asaltos contra su seguridad, menos necesarios serán otros medios de influencia y más rápido se podrá poner fin a las hostilidades.

La conducción de ataques bien logrados contra la moral de una fuerza enemiga probablemente resulte menos costosa que la destrucción de su personal y equipo. En la presente época cuando incluso las bajas sufridas por el enemigo pueden ser contraproducentes en los esfuerzos por instaurar un estado final deseable, es posible que las acciones tendientes a minar la moral constituyan la única forma de lograr un éxito inicial o bien explotar los éxitos obtenidos.

Los no combatientes en una zona de operaciones pueden manifestar una actitud ambivalente en lo relacionado con las actividades militares de las fuerzas propias; pueden darles su apoyo o bien pueden adoptar una resistencia activa a las mismas. La presencia de una diversidad de grupos de no combatientes significa que todas las tres condiciones pueden ocurrir en forma simultánea, y que los grupos pueden modificar su conducta con el pasar del tiempo. La historia nos ha enseñado que el comandante que deje de considerar los efectos que pueden tener las personas aparentemente no combatientes, podrá sufrir reveses significativos en el campo de batalla.

Las fuerzas de Napoleón en España y de los alemanes en la Unión Soviética durante la II Guerra Mundial pagaron altos precios por haber dejado de ganarse el apoyo, o cuando menos la neutralidad, de los ciudadanos locales que posteriormente optaron por convertirse en partidarios eficaces. De ahí que el principio de la moral incluya la debida consideración de estos elementos no combatientes. Su disposición debe ser continuamente estudiada y moldeada, cuando no para asegurar su apoyo a las actividades de las fuerzas propias, como mínimo para fomentar su ambivalencia y así negarle su apoyo al enemigo.

Otro componente esencial de las consideraciones de los no combatientes es el público norteamericano. Clausewitz reconocía la importancia de la población de una nación; una parte de su trinidad era la de "violencia, odio y enemistad primordiales", factores que, a su juicio, "giran principalmente en torno a la población". Thomas Vaughn escribió que, "en una democracia como la nuestra, la moral también es una función del consenso nacional". Donn A. Starry señaló los peligros implicados por la tendencia estadounidense a comprometer a las fuerzas militares en apoyo a los objetivos nacionales, "sin primero sentar las bases necesarias para obtener y mantener un resuelto apoyo público para el curso político adoptado".

Herbert Wolff, en sus escritos del año 1965, declaró con presciencia que "para triunfar en Vietnam, debemos contar con el apoyo del público", agregando que tal respaldo habría de ser tan crítico que el apoyo público debería ser "el décimo principio de la guerra". Si bien las Fuerzas Armadas no se encuentran en condiciones para ejercer una influencia directa en el público norteamericano, los líderes militares estadounidenses en los niveles más altos sí están en la posición idónea para sugerirles a los dirigentes políticos que éstos deberían reconocer la necesidad de mantener el apoyo ciudadano para sus Fuerzas Armadas durante la conducción de una operación.

El hecho de que la moral es una condición requerida para lograr el éxito en las operaciones militares era una verdad muy evidente para George C. Marshall, quien la describiera como "un estado mental. Es resolución, valentía y esperanza. Es confianza, afán y lealtad. Es impulso, espíritu de cuerpo y determinación. Es la capacidad para seguir resistiendo, el espíritu que perdura hasta el final, la voluntad de triunfar. Con ella, todo es posible; sin ella, todos los demás elementos _la planificación, la preparación, la producción— no valen nada". La moral es la preocupación principal de los comandantes tanto en tiempo de paz como en la guerra. Merece incluirse entre los principios de la guerra.

Principio de Operaciones: Explotación. 

Si bien las fuerzas militares estadounidenses en repetidas ocasiones han demostrado una excelente capacidad para identificar los objetivos y cumplir las misiones, muchas veces han tenido menos éxito en sus esfuerzos por sacar el máximo provecho de sus éxitos. El éxito, ya sea en la forma de una victoria militar o bien el cumplimiento de una misión de asistencia humanitaria, bien puede ser transitorio si no se aprovecha en forma inmediata. Las Fuerzas Armadas deben establecer las condiciones adecuadas para explotar el éxito, aunque esto se complete por medio de la ejecución de otras acciones militares o bien a raíz de la transferencia a otros de las responsabilidades militares.

El principio de la explotación, según apareció en el borrador inicial del manual de campaña 100-5 del año 1998, les aconseja a los soldados a "aprovecharse de los efectos temporales del éxito en el campo de batalla y convertirlos en realidades permanentes".

Wolff, al comentar los esfuerzos anteriores por incluir la explotación entre los principios de la guerra, escribió que "no es un principio independiente en sí. . . . La explotación se subordina a los principios de maniobra y objetivo". Estuvo en lo correcto, por cuanto la explotación como tipo de operación ofensiva sirve como función de otros principios. Sin embargo, el concepto de la explotación aquí expuesto tiene un enfoque mucho más amplio.

No se limita de manera alguna a las operaciones de combate, pues se aplica igualmente a cualquier tipo de misión militar. También viene al caso en actividades realizadas para sacar el máximo beneficio de todos los éxitos alcanzados, y en los planes por hacerlo incluso antes que el éxito se logre. Los comandantes y sus estados mayores dedican horas excesivas a la planificación para enfrentar el peor escenario posible; en raras ocasiones formulan los planes adecuados para aprovecharse de un éxito mayor que el que normalmente habría de esperarse.

Es más, los efectos acumulativos de múltiples éxitos, aunque se logren en forma secuencial o simultánea, se manifiestan con muy poca frecuencia en los juegos de guerra. En una discusión de la explotación como un posible principio de la guerra, los autores de la obra Military Strategy: Theory and Application (La estrategia militar: La teoría y la aplicación) abogan por una aplicación más amplia del concepto:

El principio de la explotación fomenta el ímpetu. Les posibilita a los elementos propios aumentar y consolidar sus victorias, manteniendo desequilibrado al enemigo y en una permanente actitud defensiva. Los estrategas más sagaces defienden las estrategias más fáciles de implantar para alcanzar los objetivos vitales, abrumar al enemigo con presión tan pronto comience a debilitarse, explotar los éxitos y abandonar los fracasos. La explotación estratégica implica más que sencillamente aprovecharse al máximo de la ventaja militar. Es que también se beneficia de la primacía de los sectores político, económico y sicológico y aumenta la delantera tecnológica.

Estas observaciones se aplican con igual validez a los niveles operacional y táctico, en operaciones de combate y en misiones de no combate. La explotación, en su contexto estratégico y operacional más amplio, debería agregarse a la lista de principios de operaciones.

Conclusiones.

El concepto de sustituir los principios de la guerra por los principios de operaciones quizás parezca ser sencillo al considerarse superficialmente; sin embargo, pocos son los aspectos sencillos de la conducción bélica o cualquier otra actividad emprendida por los uniformados. Las intervenciones en Haití y Bosnia demostraron que la ausencia de una oposición armada en una zona de operaciones no reduce el rigor de las actividades que tendrán que realizar las fuerzas comprometidas en tales circunstancias. Los principios de operaciones facilitan el estudio de la profesión; sólo es posible entenderlos y aplicarlos debidamente en campaña después del análisis repetido y cuidadoso de su propósito y significado.

Es posible que la experiencia pueda compensar parcialmente el estudio deficiente, pero una persona poco dispuesta a estudiar los principios de la guerra e incapaz de entender cabalmente su valor en el establecimiento de estados finales deseados a nivel operacional y en el logro de los objetivos estratégicos nacionales, simplemente no puede aplicarlos adecuadamente. Así también el desempeño de los soldados será inadecuado cuando se vean en la obligación de ejecutar las órdenes de quién haya dejado de educarse debidamente al respecto.

La historia revela que los principios de la guerra con frecuencia han sido tema de debates largos y muchas veces perspicaces; su carácter, cantidad y definición han cambiado en repetidas ocasiones. Asumieron su forma actual en la doctrina del Ejército de Estados Unidos hace sólo 49 años. Por una parte, este lapso representa una parte mínima de los años dedicados al estudio de los principios; por otra, mucho ha ocurrido desde esa fecha. Uno bien puede plantear la pregunta legítima de si los principios según hoy en día se entienden, podrán satisfacer las necesidades de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en 50 años más.
El Ejército de Estados Unidos tiene la oportunidad singular de extender y modificar su lista de principios de operaciones.

La ausencia de una amenaza importante ante Estados Unidos y sus aliados hace que tal esfuerzo sea oportuno y factible; de hecho, constituiría una actividad complementaria a los esfuerzos por determinar la estructura de la fuerza y sistemas de armas requeridos para sellar la victoria en las décadas iniciales del próximo siglo. El presente artículo reafirma la necesidad de sintetizar los principios de la guerra y de las operaciones de no guerra en nuestra doctrina operacional, al mismo tiempo que demuestra los beneficios obtenidos al reconocer que los principios básicos de la doctrina trascienden del conflicto. Como siempre, nuestra doctrina debería prepararnos para prevalecer en la próxima guerra; no obstante lo anterior, la próxima versión puede ser ampliada para reflejar las lecciones que hemos aprendido desde el término de la II Guerra Mundial.

Bibliografía del Autor: 

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La sabiduría secreta de la Cábala : Un estudio en el pensamiento místico judío (W. Rider & Co., Londres, 1937)
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La Segunda Guerra Mundial, 1939-1945: una historia estratégicas y tácticas (Eyre & Spottiswoode, Londres, 1948)
Las batallas decisivas del mundo occidental y su influencia en la historia, 3 vols. (Eyre & Spottiswoode, Londres, 1954-6). Una edición de dos volúmenes, resumido por John Terraine omitir batallas fuera del continente europeo, fue publicado en 1970 por el picador.
Volumen 1: Desde los primeros tiempos de la Batalla de Lepanto
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 Bibliografía:

http://www.ecured.cu/index.php/John_Frederick_Charles_Fuller. "John Frederick Fuller".
Glenn Russel. "¿Se han eliminado los Principios de la Guerra?". p 33

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