Crítica Pura
a Montesquieu.
Por Kelder Toti.
Por Kelder Toti.
La democracia es
un sistema en que la ciudadanía puede quitar de sus puestos a los gobernantes
sin tener que cambiar toda la base legal del gobierno. En este sentido, la democracia
reduce la inestabilidad política y asegura a los ciudadanos que por mucho que
disientan de las políticas del gobierno en un momento dado, siempre tendrán la
oportunidad regular de cambiar a quienes gobiernan, o incluso cambiar
directamente las políticas con las cuales no están de acuerdo, en los casos en
que la democracia
representativa se combine con la democracia directa.
La mayoría de la
gente coincide en que esto es preferible a un sistema en el que los cambios
políticos se llevan a cabo por medio de la violencia, aunque sea poco eficiente,
lo que desemboca la mayoría de las veces en un Golpe de Estado o Guerra
Civil, pero qué pasa si las facciones luchan por el poder de
manera fratricida, en ese caso la democracia se vuelve retórica, y todo
moviendo político que solo existe en las palabras está condenado a morir y
desaparecer del escenario político.
Los líderes democráticos son responsable de sus actos, sólo una minoría
posee la cultura política adecuada para gobernar, se le puede dejar gobernar, y representan al resto de la
nación en su lucha histórica por un programa nacional. La mayoría de los
Estados, sólo tienen un único estrato social que, constitucionalmente, le corresponde, y que busca el clientelismo político o lo contrario
(trabajo), que es la autonomía económica de las personas. Esa clase representa
la unidad histórica del Estado, y dentro de ese estrato, existe una minoría
calificada y autónoma (tecnócratas) son los que llevan las riendas del poder.
La monarquía absoluta se funda sobre la voluntad de un solo individuo. En las antípodas del principio monárquico –en teoría- está la democracia, que niega el derecho de uno sobre los demás. In abstracto, hace a todos los ciudadanos iguales ante la ley, pero la verdad es que uno son más iguales que otros.
La posibilidad de
ascender a la cumbre de la escala social, facilita así el camino a los derechos
de la comunidad, al anular ante la ley todos los privilegios de nacimiento y al
desear que en la sociedad humana la lucha por la preeminencia se decida
únicamente de acuerdo con la capacidad individual. La vida de los partidos
políticos debe demostrar necesariamente una tendencia aún más fuerte hacia la
democracia, pero en la práctica lo que prevalece son sus intereses
particulares, sobre los de la comunidad que dicen representar, para ello la libertad
no es más que una palabra, y el socialismo el medio de enriquecimiento.
El partido
político se funda, en la mayor parte de los casos, sobre el principio de la
mayoría, donde el ejemplo palmario sería Acción Democrática (AD) o
Movimiento Electoral del Pueblo (MEP); y siempre sobre el principio de la
masa. La vida partidista de la oligarquía, se complace en presentarse con
apariencia democrática, en tanto que la sustancia de la democracia se impregna
de elementos aristocráticos. Por una parte tenemos a una aristocracia que se
disfraza de democrática, que proviene de los estratos medio altos y por la
otra, la democracia con contenido aristocrático, que excluye a los estratos más
bajos, en su beneficio. Lo que facilita el acceso del poder de los Partidos de
orientación marxista.
El rechazo
del
parlamentarismo como una etapa distinta
a la Civilización ,
ya que solo refleja el poder absoluto de la Clase Política como
aconteció en la Polis y en el Barroco Europeo. El parlamentarismo representa un período de transición entre
el período tardío de una Cultura madura y la edad de la ausencia de la forma
estatal, y bizca su destrucción.
La transformación de una cultura en una civilización se atribuye en parte a la burguesía . En el punto de inflexión, que se ve en una intervención del burgués independiente y decisiva en los asuntos políticos. La burguesía es hostil (a menudo con violencia) hacia el Estado absoluto, que representa a las instituciones tradicionales: aristocracia, sindicalismo, burocracia y gremialismo, y de los símbolos culturales del pueblo.
El Cesarismo es
esencialmente la muerte del espíritu que animó originalmente a una nación, ya
que puede usar la figura externa del militarismo, y sus instituciones. Se
caracteriza por un gobierno que no tiene forma, independientemente de su jure estructura,
de ahí la existencia de un Poder Judicial fuerte, que sirva de contrapeso al
Ejecutivo, apoyado por un Congreso Corporativo, donde tenga representación
todos los actores de la sociedad.
Las formas
antiguas están muertas, a pesar del mantenimiento cuidadoso de las
instituciones, que en apariencia son democrática pero en realidad son del tipo
bonapartistas, se mantendrán si es exitoso, si fracasan colapsan, ante una
revuelta o guerra civil; las
instituciones ya no tienen sentido o peso. El único aspecto de la
gobernabilidad es el poder personal ejercido por el César o el Emperador. Esto
marca el comienzo de una Edad Imperial.
A pesar de haber
luchado por la democracia y los
derechos del pueblo, durante el período en pugna,
el pueblo ya no se puede mover para utilizar esos derechos. Las personas
dejan de tomar parte en las
elecciones, de ahí la importancia de la abstención como actor
político, y se convierte en una clientela, que es como el barro en manos de un
artesano; y las personas más cualificadas se alejan del proceso político,
cayendo en decadencia la toma de decisiones. Esto marca el final de la Real Politic.
Incluso las revoluciones populares no son una excepción: los métodos de
gobierno no se alteran de manera significativa como sucedió con el chavismo, la
posición de los gobernados sigue siendo la misma, utilizando los mismos
expedientes y procedimientos; y los pocos que se deciden a gobernar
permanecen encima del resto de la nación como minoría dominante.
La democracia es
simplemente el arma política del dinero como representante del capital, y es el medio por el cual el
dinero opera el sistema político democrático. La penetración profunda de
poder del dinero a través de una sociedad es otro marcador de la transición de
la cultura a la civilización, de ahí de la importancia de apoderarse de la
renta petrolera para poder hacer política, y perpetuarse indefinidamente en el
poder, utilizando símbolos y signos nacionalistas como los usó: el castrismo,
gomecismo, medinismo, perezjimenismo o los adecos.
La democracia
y plutocracia son equivalentes, sólo los que tienen dinero o se alían con él,
pueden hacer política. La "comedia trágica de la libertad,
igualdad y fraternidad" es simplemente ayudar al dinero para
ser más eficaz. Los principios de la igualdad , los derechos naturales , el sufragio universal y la
libertad de prensa son los disfraces para la
lucha de clases (la burguesía contra la
burocracia, que es el caso venezolano o los estratos asalariados contra los
propietarios. Libertad, es un concepto negativo, ya que es sólo una
palabra para lo que toman decisiones, e implica el repudio de toda
tradición. En realidad, la libertad de prensa o comunicación
requiere dinero, y conlleva la propiedad, por lo que sirve al capital al final.
El Sufragio implica electoralismo
como forma para resolver los problemas político, pero los conflictos surgirán
cuando las partes ya no crean en las elecciones. Dividiéndose la élite en
facciones que luchan por repartirse la renta petrolera, estallando una revuelta
o guerra civil, lo que permitirá al Gendarme Necesario tomar el poder, y
comenzar un nuevo ciclo, instalándose una nueva elite de poder, que desplazará
a la élite dominante que ha usufructuado del poder en su beneficio con el apoyo
de los grupos de inmigrantes, marginales y clientelares que buscan sólo su
prosperidad personal. .
Las ideologías defendidas por los candidatos, ya sea socialista o liberales, se ponen en movimiento por, y en última instancia sirven, sólo al dinero; los venezolanistas al contrario, buscamos el bienestar del país, del pueblo y del Estado. Porque lo que es bueno para el Estado es bueno para el pueblo, y lo que es bueno para el país es bueno para el pueblo y lo que es bueno para el pueblo, el Estado y la nación es bueno para los venezolanistas. Los Mass Media "libre" propagan su opinión, que genera las opiniones del público, de ahí la importancia de controlarla, quien las controle, controla al electorado, pero se le interpone la capacidad de difusión de la internet, solo se logrará avances significativos si se utiliza la persuasión y el consenso, entre el electorado.
Las ideologías defendidas por los candidatos, ya sea socialista o liberales, se ponen en movimiento por, y en última instancia sirven, sólo al dinero; los venezolanistas al contrario, buscamos el bienestar del país, del pueblo y del Estado. Porque lo que es bueno para el Estado es bueno para el pueblo, y lo que es bueno para el país es bueno para el pueblo y lo que es bueno para el pueblo, el Estado y la nación es bueno para los venezolanistas. Los Mass Media "libre" propagan su opinión, que genera las opiniones del público, de ahí la importancia de controlarla, quien las controle, controla al electorado, pero se le interpone la capacidad de difusión de la internet, solo se logrará avances significativos si se utiliza la persuasión y el consenso, entre el electorado.
Llamamos
a esto la esfera de la democracia; pero, si pasamos a la esfera del partido,
podremos observar que, a medida que se desarrolla la democracia, aparece un
efecto lateral: el avance de la organización (Partido) sobre la masa, la
democracia tiende a declinar inevitablemente a favor de la vida partidista; la
evolución democrática tiene un curso parabólico. En estos momentos, al menos en
lo que la vida partidaria se refiere, la democracia está en fase
decadente.
La clase
política busca tres objetivos básicos que están en contradicción con el
Estado-Nación: Su carrera política está en función de su enrrequicimiento
personal, que es la única forma de mantener al Partido y su poder personal sobre él, el ejemplo de Leopoldo
López es bastante elocuente. La supervivencia política a cualquier costo,
sin importar las vidas humanas en juego, la actitud de Maduro o Diosdado
Cabello durante la represion verifica lo anterior. Y solo importa los objetivos políticos de la
organización, el Psuv o el Partido Comunista de Venezuela (PCV) son constancia de
lo anterior. En realidad para la clase política “democrática” no tiene sentido la constitución del país y
su pueblo, y son algo secundario en su proyecto. La crisis actual lo demuestra.
El Superestado
son un subproductos de la civilización en su fase de decadencia, y son
generados por una minoría dominante que puede
presentarse como liberal, marxista o democrática. Usualmente surgen cuando un
Estado parroquial, de los varios que se han estado disputando la hegemonía con
los otros durante “el tiempo de angustias”, le proporciona un golpe fatal a sus
restantes vecinos y unifica a toda la
civilización, aunque a veces puede surgir por obra de un conquistador
extranjero, sea bárbaro o bien de otra civilización. Los políticos liberales
como los marxistas son delegados de los USA o Brasil y Cuba. Y buscan que el
país se subordine a la nueva metrópoli. Tanto Nicolás Maduro como María Corina
Machado son agentes de un Superestado, uno trabaja en la sombra para Brasil y
el otro para EEUU.
El Superestado
Ecuménico sirve como una cura de reposo para la civilización que ha estado
sumergida en una guerra fratricida del tiempo de angustias por las luchas
civiles, lucha entre facciones o entre los Estados. Al mismo tiempo proporciona
una serie de servicios a la minoría dominante, que busca en alianza con la
élite dominante de la nación, disfrutar de la conquista del poder,
permitiéndole que ésta pueda regir de mejor forma al país en su beneficio, pero
éstos generalmente terminan por aprovechar más al proletariado interno y
externo en su provecho como es el caso de los colombianos, haitianos o
peruanos. Así, por ejemplo, los Superestados crean redes de carreteras que a la
larga serán aprovechados por los extranjeros para invadir la civilización
durante el interregno, y por el proletariado interno para difundir sus
religiones foráneas o revueltas populares a favor de ellos mismos consolidando
su primacía con la ayuda de la élite dominante que lucha contra las clases
nacionales, para mantenerse en el poder indefinidamente.
En realidad existe un culto a una institución efímera, que va en contra del país, y de su supervivencia política, ya que no permite la flexibilidad para modernizar al Estado-Nación, muy similar al culto idolátrico de los atenienses del siglo III y II aC, por la democracia cuando todo el sistema político debe garantizar la supervivencia del país, y no a la inversa pero en el caso venezolano apuntala su gradual subordinación a uno de los Superestados Ecuménicos, y cataliza la lucha fratricida entre las facciones liberales y marxistas, amenazando con incendiar a la nación, ya que una de las facciones no es muy diferente de la otra.
Como regla general, cabe enunciar que el aumento de poder de los líderes es directamente proporcional a la magnitud de la organización tanto AD, el MAS o Copei son ejemplo de ello. Donde la organización es más fuerte encontramos que es menor el grado de aplicación de la democracia. Toda organización sólidamente construida presenta un campo eminentemente favorable para la diferenciación de órganos y de funciones. Cuanto más extenso y más ramificado es el aparato oficial de la organización, tanto mayor es el número de sus miembros, tanto más rico su tesoro y tanto más amplia la circulación de sus medios de comunicación, tanto menos eficiente el control ejercido por la masa y tanto más reemplazado por el poder creciente de las comisiones partidistas.
A medida que se
desarrolla una organización, no sólo se hacen más difíciles y más complicadas
las tareas de la administración, sino que además aumentan y se especializan las
obligaciones hasta un grado tal que ya no es posible abarcarlas de una sola
vez, a todas, se especializan, y sólo los asesores la puedan calibrar, porque
son los especialistas, capaces de manejar la coyuntura, dándose la dictadura de
los asesores, la aristocracia del conocimiento, los líderes solo son mascarones
de proa del Partido.
En un movimiento
que avanza con rapidez, no solo el aumento del número de obligaciones, sino
también el carácter más específico de éstas, impone una diferenciación de
funciones cada vez mayor. Nominalmente, y según la letra de las
reglamentaciones, todos los actos de los dirigentes están expuestos a la
crítica siempre vigilante de la masa, pero la realidad es que esta es ignorante
de los procedimientos burocrático, y no existe elecciones primarias. En teoría,
el dirigente es apenas un empleado comprometido a cumplir las instrucciones que
recibe. Debe atender las órdenes de la masa, de la cual no es sino el
órgano ejecutivo. Pero a medida que la organización aumenta en su magnitud y
tamaño, esta dependencia se hace totalmente ficticia. Los miembros deben
abandonar la idea de que conducen o supervisan siquiera la administración total
o parcial del partido, y están obligados a dejar estas tareas en manos de
personas fidedignas o leales designadas especialmente para ese fin: en
manos de funcionarios asalariados y “especializados”, a muerto la democracia,
su cosmovisión y sistema.
Origen y
etimología
El término democracia proviene
del antiguo griego, puede traducirse como «poder»). Sin embargo la significación etimológica del término es mucho más compleja. El término «demos» parece haber
sido un neologismo derivado de la fusión de las palabras demiurgos (demiurgi) y geomoros (geomori). El historiador Plutarco señalaba que los geomoros y demiurgos, eran junto a los eupátridas, las tres clases en las que Teseo dividió a la
población libre del Ática (adicionalmente la
población estaba integrada también por los metecos, esclavos y las mujeres). Los eupátridas eran
los nobles; los demiurgos eran los artesanos; y los geomoros eran
los campesinos. Estos dos últimos grupos, «en creciente oposición a la nobleza, formaron
el demos». Textualmente entonces, «democracia» significa «gobierno de los
artesanos y campesinos», excluyendo del mismo expresamente a los esclavos y a
los nobles. En la democracia venezolana es la fusión de los obreros y burgueses
en contra de los burócratas y terratenientes.
Algunos
pensadores consideran a la democracia
ateniense como el primer ejemplo de un sistema democrático,
bastante imperfecto. Otros pensadores han criticado esta conclusión,
argumentando por un lado que tanto en la organización tribal como en antiguas civilizaciones en todo el mundo existen ejemplos de
sistemas políticos democráticos, y por otro lado que solo una
pequeña minoría del 10% de la población tiene derecho a participar de la
llamada democracia ateniense, quedando automáticamente excluidos la mayoría de
los trabajadores, campesinos, esclavos y las mujeres.
De todas formas,
el significado del término ha cambiado con el tiempo, y la definición moderna
ha evolucionado mucho, sobre todo desde finales del siglo XVIII, con la sucesiva introducción del sistema democrático en muchas naciones y
sobre todo a partir del reconocimiento del sufragio universal y del voto femenino en el siglo
XX. Hoy en día, las democracias existentes son bastante
distintas al sistema de gobierno ateniense del que heredan su nombre.
Formas de la
democracia:
Democracia indirecta o representativa:
El pueblo se limita a elegir representantes para que
estos deliberen y tomen las decisiones, de forma jerárquica. Esto responde
a la verdadera necesidad de que un simple empleado llegue gradualmente a
“líder”, y adquiera una libertad de acción que no debiera tener. El jefe se
acostumbra, así, a resolver cuestiones importantes con su propia responsabilidad,
y a decidir diversos asuntos relativos a la vida del partido sin intentar
consulta alguna a la masa, evitando las primarias dentro del partido que
pudieran fortalecer a sus contrincantes. Es obvio que el control democrático
sufre de este modo una disminución progresiva, y se ve reducido finalmente a un
mínimo infinitesimal. Este régimen imperó entre 1959 a 1978 hasta ser
sustituido por un régimen turco, motivado por la lucha partidista dentro de AD,
que buscaba desplazar las corrientes de democracia social de Luis Piñerúa Ordaz
por la visión elitista de Gonzalo Barrios.
En todos los
partidos políticos hay un aumento continuo del número de funciones sustraídas a
las asambleas electorales y transferidas a las comisiones ejecutivas. De esta
manera levantan un edificio poderoso y complicado para entender al electorado.
El principio de división del trabajo interviene cada vez más, experimenta
divisiones y subdivisiones. Se constituye una burocracia jerárquica y
rigurosamente definida como fue el caso de AD, Copei, MAS, Primero Justicia y Psuv.
En el catecismo
de las obligaciones partidarias, la observancia de las reglas jerárquicas llega
a ser el artículo primero. La jerarquía nace como consecuencia de las
condiciones técnicas, y su constitución es un postulado esencial de la máquina
partidista que funciona bien. Es innegable que la tendencia oligárquica y
burocrática de la organización partidaria es una necesidad técnica y práctica:
producto inevitable del propio principio de organización, a medida que el Partido
crece deja de ser democrático. El asunto estriba en que la democracia es sólo
una forma de organización efímera, y cuando deja de ser posible armonizar con
la democracia y la organización, es preferible abandonar aquélla (régimen
democrático) y no ésta (Partido).
El advenimiento
del liderazgo profesional señala el principio del fin para la democracia y del
partido; y esto, por sobre todo, como consecuencia de la imposibilidad lógica
del sistema “representativo”, ya sea en la vida parlamentaria o en la delegación
partidaria. La vida política adquiere constantemente formas más complejas. A
medida que esta complejidad aumenta, cada vez es más absurdo intentar la
“representación” de una masa heterogénea en todos los innumerables problemas
nacidos de la creciente diferenciación de nuestra vida política y económica.
En este sentido,
representar, viene a significar que un deseo puramente intelectual e
individual, se disfraza y es aceptado como la voluntad de la masa. En ciertos
casos aislados, cuyas cuestiones son muy simples, y donde la autoridad delegada
tiene duración breve, es posible la representación; pero la representación
permanente equivaldrá siempre a que los representantes dominen sobre los
representados. El partido democrático moderno como partido de lucha, dominado
por ideas y métodos militaristas, podrá cumplir sus objetivos, al atenerse al
programa como un plan de batalla, sujetando al líder, el programa se vuelve el
fin en sí mismo, permitiendo la supervivencia del Estado-Nación.
Los partidos son
una organización de lucha en el sentido político del término, y como tal deberá
adaptarse a las leyes de la táctica y propaganda, para conseguir el poder.
La centralización garantiza –y sigue garantizando siempre- las resoluciones
rápidas de las dificultades-. Una organización extensa es per se un mecanismo
pesado y difícil de poner en funcionamiento. Si tenemos que habérnosla con una
masa distribuida en una extensión considerable, consultarla para cada cuestión
supondrá una enorme pérdida de tiempo, y la opinión así obtenida será además
esquemática y vaga como es el caso del Psuv o Voluntad Popular.
Pero los
problemas del momento necesitan una decisión rápida, y por eso la democracia ya
no puede funcionar en su forma primitiva y genuina, a menos que la política
seguida sea contemporizadora, pues supone la pérdida de las oportunidades más
favorables para actuar. Un partido de lucha necesita una estructura jerárquica
del tipo militar con fuerzas de choque. En un partido, y sobre todo en un
partido de lucha política, la democracia no es para el consumo interno, sino un
artículo de exportación. Toda organización política necesita un “equipo liviano
que no estorbe en sus movimientos”. La democracia es incompatible en todo
con la rapidez estratégica, capacidad táctica y las fuerzas de la democracia no
se prestan para los rápidos despliegues de una campaña, que busca la selección
de los mejores.
Por eso es que
los partidos políticos, aunque sean democráticos, muestran tanta hostilidad al
referéndum, las elecciones primarias y a todas las otras medidas para la
salvaguarda de la verdadera democracia; y también es esa la razón de que en sus
actas constitutivas estos partidos, que se dicen democráticos muestren, si bien
no un cesarismo incondicional, al menos tendencias oligárquicas y
centralizadoras muy fuertes, que esconde su ineptitud.
Democracia semindirecta o participativa:
Algunos autores
también distinguen una tercera categoría intermedia, la democracia
semidirecta, que suele acompañar, atenuándola, a la democracia
indirecta. En la democracia semi-directa el pueblo se expresa directamente en
ciertas circunstancias particulares, básicamente a través de cuatro mecanismos:
·
Plebiscito. El pueblo concede o no concede la aprobación final de una norma
(constitución, ley, tratado).
·
Iniciativa popular. Por este mecanismo un grupo de ciudadanos puede proponer la sanción o
derogación de una ley.
·
Destitución
popular, revocación
de mandato o recall. Mediante este procedimiento
los ciudadanos pueden destituir a un representante electo antes de finalizado
su período.
·
Democracia directa:
Quien tiene el cargo de delegado adquiere un derecho moral a ese cargo, y
los delegados lo conservan a menos que sean privados de éste en circunstancias
extraordinarias o en cumplimiento de leyes observadas con estrictez
excepcional. Una elección realizada para un propósito definido adquiere una
trascendencia vitalicia. La costumbre se hace un derecho. Quien se ha
desempeñado durante cierto tiempo en el cargo de delegado termina por
considerar que ese cargo es propiedad suya. Si se le niega la reelección
amenaza con represalias (la amenaza de renuncia es la menos grave entre todas),
que tenderán a sembrar confusión entre sus compañeros, y esa confusión
continuará hasta que salga victorioso.
La necesidad de liderazgo que experimenta la masa. Entre los ciudadanos que
gozan de derecho políticos, el número de los que tienen un interés vital por
las cuestiones públicas es insignificante. En la vida de los partidos
democráticos modernos podemos observar signos de similar indiferencia. Sólo una
minoría participa de las decisiones partidarias, y a veces esa minoría es de
una pequeñez rayana en lo ridículo, ya que no pasa de cinco personas. Las
resoluciones más importantes adoptadas por el más democrático de todos los
partidos –el Psuv por ejemplo - emana siempre de un puñado de sus miembros, que
son los que maquinan, y tienen el poder.
Es verdad que la renuncia al ejercicio de los derechos democráticos
es voluntaria, excepto en aquellos casos en que la participación activa de la
masa organizada, en la vida partidaria, aparecen los burócratas, que sólo
siguen órdenes, ya que aún no se han hecho una posición dentro de su propio
círculo, gente gustosa de que se la considere como auténticos revolucionarios,
cuando en realidad lo que buscan es tener poder para enriquecerse
medrando del aparato burocrático del Estado.
La participación en la vida partidaria adquiere un aspecto escalonado. La
gran masa de electores constituye la extensa base; sobre ésta se superpone la
masa enormemente menor de miembros enrolados en el comité local del partido,
que representa quizás un décimo o quizá no más de una treintava parte de los
electores; encima de éstos, a su vez, viene el número mucho más pequeño de los
miembros que asisten regularmente a las reuniones; luego viene el grupo de
funcionarios del partido; y por encima de todo, constituido en parte por las
mismas personas del grupo anterior, el grupo de media docena de los miembros
que constituyen el comité ejecutivo. El poder efectivo aquí está en razón
inversa del número de quienes lo ejercen.
La necesidad de guía que experimenta la masa, y su incapacidad para actuar
cuando le falta una iniciativa de afuera y desde arriba, impone, sin embargo,
una pesada carga a los jefes partidistas, quienes controlan la masa a través de
delegados. Los líderes de los partidos democráticos modernos no llevan una vida
de holganza. Su vida es de esfuerzo incesante, que sólo se les recompensa cuando
obtienen un cargo dentro de la administración pública.
Hay otro factor, de aspecto moral más importante, que contribuye a la
supremacía del líder: es la gratitud que experimenta la multitud hacia quienes
hablan o escriben en su defensa. La masa alienta una gratitud sincera hacia sus
líderes, y considera que esa gratitud es un deber sagrado, expresando afecto
hacia ellos, estos explotan esa circunstancia sin misericordia: el caso de
Rómulo Betancourt o Hugo Chávez es ejemplar. Por lo general ese sentimiento de
gratitud se manifiesta en la reelección continua de los líderes que lo han
merecido, con lo que el liderazgo por lo común se hace perpetuo o hasta que
llegue la muerte.
La adoración de los conductores por los conducidos es latente, por lo
común, utilizando su carisma, mientras más carismático sea el líder mayor será
su control sobre la masa. Se revela por signos apenas perceptibles, tales como
el tono de la veneración con que suele ser pronunciado el nombre del ídolo, la
perfecta docilidad con que obedecen al menor de sus designios, y la indignación
que despierta todo ataque crítico a su personalidad. Justificando su poder por
un cogollo que es la expresión de un poder oligárquico en el Partido.
En los primeros días del movimiento Polo Patriótico, el fundamento
del liderazgo consistía en la capacidad oratoria de Hugo Chávez. La multitud no
puede escapar de la esencia estética y emocional de las palabras, sin
visualizar su capacidad intelectual y política, ya que cualquier pico de oro
puede llegar a la presidencia. La característica esencial de la democracia se
revela en la rapidez con que sucumbe a la magia de las palabras, escritas o
habladas. En un régimen democrático los líderes son oradores y periodistas,
pero eso no los faculta para gobernar, ya que pueden carecer de capacidad
política como fue el caso de Betancourt o Luis Herrera Campins.
Las cualidades personales gracias a las cuales ciertos individuos logran
gobernar a las masas. No todos los líderes están dotados, necesariamente, con
estas cualidades, a las que bien podríamos calificar de cualidades específicas
de liderazgo. Entre ellas, la principal es la fuerza de voluntad, que reduce a
la obediencia a otras voluntades menos poderosas. La siguiente en importancia
es un conocimiento amplio, que impresiona a los que rodean al líder, pero
vuelve pesimista a la intelligentsia, porque se percata de sus limitaciones;
viene luego una fuerza catoniana de convicción, fuerza de ideas que a menudo
linda en el fanatismo, y que infunde respeto a las masas por su misma
intensidad; luego la autosuficiencia aunque se acompañe de un orgullo arrogante
y autoritario, mientras el líder sepa cómo hacer que la multitud comparta su
propio orgullo, tendrá la partida ganada; en casos excepcionales la perderá, por
último, están la bondad del corazón y el desinterés, el amor al prójimo como
forma de ganar adeptos, cualidades, que Betancourt, Leoni, Caldera y Chávez,
explotaron al máximo, que evocan en la mente de la multitud la figura de
Cristo, y avivan sentimientos religiosos olvidados, pero no muertos.
Sin embargo, la cualidad que impresiona por sobre todas cosas a las
multitudes, es el prestigio de la celebridad, que se puede comprar con hazañas
o dinero. Ya que carecen los líderes de capacidad para lo primero, utilizan lo
segundo. Para las masas es una cuestión de honor depositar la conducción de sus
asuntos en las manos de una celebridad. La multitud se subordina siempre de
buena gana a la dirección de individuos distinguidos. Para la opinión popular,
ostentar un nombre que ya es conocido, en ciertos aspectos constituye el mejor
título de liderazgo, esa es la razón de explotar de manera sistemática la
grandeur militar, que ha acumulado a través de los años.
Los líderes deben lidiar con una masa de miembros, a los cuales son
superiores en respecto de la edad y experiencia de la vida, en tanto que nada
tiene que temer de una crítica implacable, que es característica tan peculiar
de hombres que acaban de llegar a la virilidad, pero carecen de poder efectivo.
Otra consideración importante, relativa a la composición de la masa que hay que
dirigir su carácter fluctuante, que puede estar contigo hoy y mañana
rechazarte.
Con el mayor progreso en la organización aparecen continuamente nuevas
necesidades, tanto dentro del partido como con respecto a su relación con el
consumo exterior. Llega el momento en que lo provisional debe dejar su lugar a
lo permanente, y el diletantismo debe ceder ante el profesionalismo, de los
contrario el Partido hace crisis como es el caso del Psuv.
Una larga experiencia nos ha demostrado que entre los factores que aseguran
el dominio de las minorías sobre las mayorías –el dinero y sus equivalentes, la
tradición, el prestigio, carisma y la transmisión hereditaria- debemos
reconocer en primer lugar a la instrucción formal de los líderes (la
superioridad intelectual), sobre la masa, el problema de los líderes es su
capacidad intelectual, que no muy diferente, por su pobre educación a la del
pueblo.
En los partidos del proletariado, en cuestión de educación, los conductores
son muy superiores a los conducidos. Los desertores de la burguesía (los por
ejemplo Machados o los Petkoff), se hacen líderes del proletariado,
precisamente por esa superioridad de instrucción formal que han adquirido en el
campo enemigo, y llevan consigo, y no a pesar de ella. Cuando los obreros
eligen a sus propios líderes, están forjando con sus propias manos nuevos amos,
cuyos medios principales de dominio están en las mentes mejor instruidas, y las
más capaces, por el contrario a veces los más mediocres son lo que toman el
poder, como fue el caso de Carlos Andrés Pérez o Jaime Lusinchi.
Se trata de la
democracia en estado puro, tal como la vivieron sus fundadores atenienses o se
practica en Suiza. Las decisiones las toma el pueblo soberano en asamblea. No existen
representantes del pueblo, si no, en todo caso, delegados que se hacen
portavoces del pueblo, que únicamente emiten el mandato asambleario. Se trata
del tipo de democracia preferido no sólo por los demócratas de la Antigua Grecia, si no también para muchos pensadores modernos (Rousseau, por ejemplo) y para
una buena parte del Socialismo y del Anarquismo. Un ejemplo de democracia directa más conocido es el de la Atenas Clásica.
Democracia líquida
La Democracia Líquida es una clase de democracia directa en la que cada ciudadano tiene la
posibilidad de votar por Internet, cada decisión del parlamento y realizar
propuestas, pero puede ceder su voto a un representante para aquellas
decisiones en las que prefiere no participar.
Aplicación
práctica
En la práctica,
existen muchas variantes del concepto de democracia, algunas de
ellas llevadas a la realidad y otras sólo hipotéticas. En la actualidad los
mecanismos de democracia más extendidos son los de la democracia
representativa; de hecho, se trata del sistema de
gobierno más utilizado en el mundo. Algunos países como Suiza o Estados Unidos cuentan con
algunos mecanismos propios de la democracia directa.
La democracia deliberativa es otro tipo de democracia que pone el énfasis en el proceso de deliberación o debate, que fue el caso venezolano hasta finales de los sesenta; y no tanto en las votaciones. El concepto de democracia participativa propone la creación de formas democráticas directas para atenuar el carácter puramente representativo (audiencias públicas, recursos administrativos, ombudsman, etc). El concepto de democracia social propone el reconocimiento de las organizaciones de la sociedad civil como sujetos políticos (consejos económicos y sociales, diálogo social, entre otros).
La democracia deliberativa es otro tipo de democracia que pone el énfasis en el proceso de deliberación o debate, que fue el caso venezolano hasta finales de los sesenta; y no tanto en las votaciones. El concepto de democracia participativa propone la creación de formas democráticas directas para atenuar el carácter puramente representativo (audiencias públicas, recursos administrativos, ombudsman, etc). El concepto de democracia social propone el reconocimiento de las organizaciones de la sociedad civil como sujetos políticos (consejos económicos y sociales, diálogo social, entre otros).
Estas
diferenciaciones no se presentan en forma pura, sino que los sistemas
democráticos suelen tener componentes de unas y otras formas de democracia. Las
democracias modernas tienden a establecer un complejo sistema de mecanismos de
control de los cargos públicos. Una de las manifestaciones de estos controles
horizontales es la figura del impeachment o «juicio político», al que pueden ser sometidos tanto los
presidentes como los jueces, por parte de los parlamentos, de acuerdo a ciertas constituciones, como la de Argentina, Brasil o
Estados Unidos. Otras agencias más modernas orientadas al mismo fin son
el defensor del pueblo u ombudsman,
las sindicaturas de empresas públicas, los organismos de auditoría, las
oficinas de ética pública, etc.
Finalmente, cabe
señalar que existe una corriente crecientemente relevante en el mundo
anglosajón que propugna combinaciones de las instituciones actuales con
aplicaciones democráticas del sorteo. Entre los autores más relevantes de esta
corriente puede citarse a John Burnheim, Ernest Callenbach, A. Barnett y Peter Carty, Barbara Goodwin o, en el
ámbito francés, Yves Sintomer. Los autores
consagrados que han dedicado más espacio a este tipo de propuestas son Robert A. Dahl y Benjamin Barber. En el mundo
hispanohablante la recepción aún es muy reducida, si bien autores como Juan Ramón Capella han plantado la posibilidad de acudir al sorteo como herramienta
democratizadora.
La igualdad
democrática, implícita o explícitamente niega cualquier tipo de autoridad
intelectual, ya que la validez de una afirmación no recae en su adecuación a la
realidad, sino en la libertad e igualdad de todo losa hombres de tener sus
propias opiniones sean estas erróneas o verdaderas. En la Grecia antigua, vivió aquel
hecho, Protágoras, diría el hombre es la medida de todas las cosas, expresando
el ideal democrático de los griegos, los ciudadanos eran iguales más no los
esclavos; y el mismo valor tenían sus opiniones.
Sócrates, fue el
primero que comprendió claramente, que afirmar que el hombre era la medida de
todas las cosas, era justificar el relativismo y anarquía intelectual, que
reproduciría en los hombres solo con más ignorancia y orgullo, trayendo consigo
la anarquía. Combatió a los sofistas haciéndoles ver las inevitables
contradicciones que encierra el relativismo, para Sócrates la sabiduría no era
algo dado a los hombres, sino que era algo que todo ser humano que tuviera las
condiciones materiales y espirituales podía cultivar, a través de la educación.
Lamentablemente, el discurso socrático, estaba condenado al fracaso, ya que en
una democracia toda afirmación es reducida a una mera opinión, ya que se
desprecia la capacidad intelectual de las personas; y toda afirmación puede ser
anulada por su opuesta, aunque puede ser cierta.
De esta manera se
postula que nadie puede afirmar una verdad que sea valida para los demás
hombres, sino que toda verdad es valida solo para aquel que la afirma. Sócrates
creía sin embargo en el poder de la atracción de la verdad, y la necesidad de
fundamentar nuestra vida y nuestras acciones a través de la búsqueda de la
verdad, búsqueda que llevó hasta las últimas consecuencias, sacrificando su
vida para demostrarlo. Esta labor socrática es una labor necesaria dentro de
toda sociedad, aunque aquellos que tienen la misión de realizarla no sean bien
vistos, ya que los prejuicios e intereses sociales no siempre son compatibles
con la verdad, y la democracia ateniense no perdonó a Sócrates esta osadía, la
labor de los sofistas en cambio era vista con mejores ojos por los atenienses,
ya que ellos enseñaban: retórica, oratoria, instrumento necesario para el
ejercicio de la política y dominio de las masas. La enseñanza de los sofistas
era útil en el campo de los intereses políticos de la élite ateniense.
Componentes de la
democracia
En la democracia
moderna juega un rol decisivo la llamada regla
de la mayoría, es decir el derecho de la mayoría
a que se adopte su posición cuando existen diversas propuestas. Ello ha llevado
a que sea un lugar común de la cultura popular asimilar la democracia con
decisión mayoritaria cuando en realidad son contradictorias, y hasta
excluyentes como descubrieron los musulmanes, ya que puede ser el medio de una
minoría para ser intolerante, y acabar con otra minoría.
Las elecciones
son el instrumento en el que se aplica la regla de mayoría; haciendo así de la
democracia el ejercicio más eficiente, eficáz y transparente, donde se aplica
la igualdad y la oportunidad de justicia, práctica oríginada en los siglos XVIII
y XIX; cuando la mujer se hace partícipe del derecho al voto. Además, la
democracia contemporánea, no se mantiene paralela al régimen absolutista y al
monopolio del poder.
Sin embargo
muchos sistemas democráticos no utilizan la regla de la mayoría o
la restringen mediante sistemas de elección rotativos, al azar, derecho a veto
(mayorías especiales), etc. De hecho, en determinadas circunstancias, la regla
de la mayoría puede volverse antidemocrática, cuando afecta derechos
fundamentales de las minorías o de los individuos.
Las democracias reales suelen ser
complejos mecanismos articulados, con múltiples reglas de participación en los
procesos de deliberación, toma de decisiones, en los que el poder se divide constitucionalmente o estatutariamente, en múltiples funciones y ámbitos territoriales, y se establecen variedad de sistemas de control, contrapesos y
limitaciones, que llevan a la conformación de distintos tipos de mayorías, a la
preservación de ámbitos básicos para las minorías y a garantizar los derechos humanos de los individuos y grupos sociales, que pueden ser respetados con otro
tipo de régimen social, más inocuo, que la camada de picaros que conforman los
partidos.
La democracia liberal:
La democracia liberal:
En muchos casos
la palabra «democracia» se utiliza como sinónimo de democracia liberal. Suele entenderse por democracia liberal un tipo genérico de Estado
surgido de la Independencia de Estados Unidos de 1776, y luego más o menos generalizado en las repúblicas y monarquías constitucionales que emergieron de los procesos de emancipación o revolucionarios
contra las grandes
monarquías absolutas y establecieron
sistemas de gobierno en los que la población puede votar y ser votada, al mismo
tiempo que el derecho de
propiedad es preservado, que el último fin de la constitución
americana, por el contrario la constitución bolivariana establece la
persecución de la propiedad particular en favor de lo social.
Así, aunque
estrictamente el término «democracia» sólo se refiere a un sistema de gobierno
en que el pueblo ostenta la soberanía, el concepto de «democracia liberal»
supone un sistema con las siguientes características:
·
Una constitución que limita los diversos poderes y controla el funcionamiento formal
del gobierno, y constituye de esta manera un Estado de derecho.
·
El derecho a votar y ser votado en las elecciones para una amplia mayoría de la población (sufragio universal).
·
Protección del derecho de
propiedad y existencia de importantes grupos privados de
poder en la actividad económica. Se ha sostenido que esta es la característica
esencial de la democracia liberal.
·
Libertad de prensa, así como acceso a fuentes de información alternativa a las propias del gobierno
que garanticen el derecho a la información de los ciudadanos.
·
Vigencia de los derechos humanos, que incluya un marco institucional de protección a las minorías.
A partir de lo
anterior algunas estudiosos han sugerido la siguiente definición de democracia
liberal: la regla
de la mayoría con derechos para
las minorías.
La igualdad ante
todos por la ley viene acompañada por una libertad individual que debilita al
Estado, ya que cada uno podrá servir o negarse a servir a los intereses de las
mayorías, según más le plazca, lo cual llevará al caos o la anarquía. La
democracia que Platón critica es la democracia Ateniense, que "a través de
la navegación y el comercio se convirtió en el imperialismo comercial
ateniense, tal como se desarrolló en el siglo V". Antes de nuestra era,
pretendiendo someter económicamente a través del comercio a todas los Estados
cercanos con economías básicamente autárquicas, principalmente al Estados
Espartano.
Ante el caos que surge del individualismo exacerbado, el
panorama se vuelve propicio para la imposición de una tiranía. Platón hace
referencia (577a) a su experiencia personal con el tirano Dionisio, para
aclarar que tampoco en esta descripción se trata de meras especulaciones, sino
del análisis de eventos reales. La tiranía resulta de un líder popular que
aprovechando las contradicciones entre pobres y ricos dentro del Estado
democrático (565d) agita contra los ricos logrando el apoyo popular,
polarizando la población. Sin embargo después de repartir las tierras entre el
pueblo y sobre todo, dando preferencia a sus allegados, ya no necesita a
los más humildes, por lo cual el tirano provoca constantes guerras exteriores
que justifiquen su estadía en el poder, por lo cual finalmente terminará
haciéndose del odio del pueblo.
La competencia
técnica coloca al líder en un puesto más alto que la masa, subordina la masa a
los líderes, encuentra reforzada su influencia por otros diversos factores,
tales como la rutina, la educación social que adquiere en la cámara, el
aprendizaje esencial en la labor de comisiones parlamentarias. Los líderes
procuran naturalmente aplicar en la vida normal de los partidos las maniobras
que han aprendido en el medio parlamentario; de esta manera a menudo logran
desviar la corriente que se opone a su propia voluntad.
La principal
fuente de poder del líder está en su indispensabilidad. Son muchos los oradores
parlamentarios y los líderes de gremio que están en oposición con la masa, a un
tiempo en lo teórico y en lo práctico, y sin embargo continúan pensando y
actuando tranquilamente en nombre de la masa. Esta, desconcertada e incómoda,
está atenta a la conducta de los “grandes hombres”, pero es raro que se atreva
a privarlos de su autoridad y a destituirlos.
Esta
incompetencia de las masas es casi universal en el terreno de la vida política,
y constituye el fundamento más sólido del poder de los líderes. La
incompetencia proporciona a los líderes una justificación práctica y, en alguna
medida también, moral. Puesto que la masa es incapaz de velar por sus propios
intereses, es necesario que cuente con expertos que atiendan sus asuntos. La
incompetencia de las masas, que en último análisis reconocen siempre los
líderes, sirve para dar una justificación teórica al dominio de éstos. En todas
las cuestiones de gobierno para cuya decisión se requiere un conocimiento
especializado, en las cuales es esencial cierto grado de autoridad, hay que
admitir cierta medida de despotismo y, en consecuencia, una desviación de los
principios de la democracia pura. Desde el punto de vista democrático esto es
quizás un mal, pero es un mal necesario, ya que es admitida.
De esta manera la
democracia termina por transformarse en una forma de gobierno por los mejores
hacia los mejores: en una aristocracia. Tanto en lo material como en lo moral,
son los líderes quienes han de ser considerados los más capaces y los más
maduros.
En los partidos
de la clase trabajadora encontramos que el personal de funcionarios es aún más
estable que el de los líderes en general, por ejemplo el PCV. Esta prolongada
retención de los cargos supone un peligro para la democracia, dentro del
Partido, pero esta es sustituida por burocratismo; por esta razón las
organizaciones que anhelan conservar su esencia democrática establecen como
norma que todas las funciones deben ser adjudicadas solo por breves
lapsos.
Cuanto más
prolongada es la retención del cargo, tanto mayor se hace la influencia del
líder sobre las masas y tanto mayor, por consiguiente, su independencia. Por
eso una repetición frecuente de elecciones es una precaución elemental, por
parte de la democracia, contra el virus de la oligarquía, que puede
transformarse en una dictadura, la línea del Partido es la Dictadura del
Presidente del Partido, ya que es una autocracia.
El liderazgo es
retenido indefinidamente, no porque sea la expresión tangible de las relaciones
entre las fuerzas que existen en el partido en un momento determinado, sino
simplemente porque ya está constituido. A menudo los líderes son confirmados en
su cargo todo el tiempo que ellos mismos lo quieran, por una pereza gregaria o,
si podemos emplear el eufemismo, en virtud de la ley de la inercia.
A quien la
colectividad prefiere sobre todos los otros no es tanto al camarada merecedor,
sino al probado y experto, cuya colaboración no debe interrumpirse por ninguna
razón. Ciertos individuos, simplemente por haber sido investidos con
determinadas funciones, se hacen inamovibles, o al menos difíciles de
reemplazar. Toda organización democrática, por su propia naturaleza, se apoya
en una división del trabajo. Pero dondequiera que esa decisión del trabajo
prevalece hay necesariamente especialización, y los especialistas se hacen
indispensables.
Las designaciones
por poco tiempo en un cargo son democráticas, pero, en sus aspectos técnicos y
psicológicos, son muy poco prácticas. Si no logran despertar en el funcionario
un sentido propio de responsabilidad, abren la puerta a la anarquía
administrativa. Los dos defectos más graves de la democracia auténtica son su
falta de estabilidad y su dificultad de movilización; ambos dependen del
derecho reconocido de que las masas soberanas tomen parte en la administración
de sus propios asuntos, en favor de una burocracia competente, ésta se conforma
con posiciones que la beneficie individualmente, aunque perjudique a la
colectividad.
A medida que los
jefes se desvinculan de la masa, se muestran cada vez más inclinados a llenar
los claros que se producen en sus propias vidas, no mediante elección popular,
sino mediante coopción, y así aumentan su propia clientela todo lo posible, al
crear nuevos cargos por iniciativa propia. Aparece en los líderes una tendencia
a aislarse, a establecer una especia de baluarte, y rodearse como con un muro,
dentro del cual solo pueden entrar quienes participan de su propia forma de pensar.
En lugar de permitir que sus sucesores sean designados por elección de la masa,
los líderes hacen cuanto está a su alcance por elegirlos por sí mismos y por
llenar todos los claros de sus propias filas, directa o indirectamente, por el
ejercicio de su propia voluntad, solo los pueden suceder los que se han
sometido a su voluntad, siendo tristes figuras mediocres.
En la designación
de candidatos para la elección, encontramos otro grave fenómeno oligárquico: el
nepotismo. La elección de los candidatos depende casi siempre de una
camarilla formada por los dirigentes locales y sus asistentes, quienes
sugieren a la masa algunos nombres adecuados. En muchos casos la banca
parlamentaria es considerada casi como una propiedad familiar.
La práctica de
pagar por todos los servicios tiende, en no poco grado, a reforzar la
burocracia partidaria, y favorece al poder centralizado. La dependencia
financiera del partido, es decir, de los líderes, que representan a la mayoría,
traba a la organización como con cadenas de hierro. Los miembros de la
organización más tenazmente conservadores son, en realidad, quienes
dependen de modo más categórico de ella. Para la mayor parte de los hombres, el
idealismo puro no es un incentivo adecuado para desempeñar sus obligaciones, lo
que buscan es dinero y prestigio.
En consecuencia,
es necesario que los líderes reciban una retribución prosaica además de la
devoción de sus camaradas y la satisfacción de una conciencia tranquila. Por
otras dos razones es necesario que los empleados estén bien pagados.
La primera es
moral: el trabajador merece su salario. La otra razón corresponde a la esfera
de la política práctica: pagar poco a los funcionarios, como cuestión de
principios, es peligroso, precisamente porque lo confía todo a la única carta
del idealismo. El líder mal pagado está más expuesto a sucumbir a la tentación;
es más probable que traicione al partido por interés que quien, por estar bien
pagado, obtiene por su trabajo un ingreso seguro y suficiente. Además, el pago
mezquino de los funcionarios hace difícil aplicar otra medida preventiva contra
el establecimiento de la oligarquía, porque impide los cambios frecuentes de
personal en los cargos dirigentes, y de esta manera favorece indirectamente la
formación de una oligarquía.
El aumento de la
potencialidad financiera del partido, que facilita al principio el pago liberal
de los funcionarios, contribuye mucho a alentar los apetitos dictatoriales de
los miembros de la burocracia partidaria, que fiscalizan las fuerzas económicas
del partido en virtud de su condición de administradores, conformándose con
expandir sus tentáculos a la administración pública.
Con la
institución del liderazgo comienza, como consecuencia de lo prolongado de la
función, la transformación de los líderes en una casta cerrada. A pesar de la
violencia de las luchas intestinas que dividen a los líderes, en toda
democracia éstos manifiestan una solidaridad firme frente a las masas.
“Bastante pronto advierten la necesidad de convenir entre ellos mismos, para
que el partido no se les escape con divisiones.” Cuando hay una lucha entre los
líderes y las masas, siempre salen victoriosos los primeros, si logran
mantenerse unidos.
No hay indicación
alguna de que el poder de la oligarquía en la vida partidaria esté expuesto a
desaparecer en un futuro próximo. Aumenta la independencia de los líderes junto
con su condición de indispensables. También la influencia que ejercen, y la
seguridad económica de sus puestos, adquieren cada vez más poder de fascinación
sobre las masas, y estimulan la ambición de los elementos más talentosos por
ingresar a la burocracia privilegiada del movimiento laborista.
Es imposible
negar que las masas se rebelen de tiempo en tiempo, pero esas rebeliones son
siempre sofocadas. Solo cuando las clases dominantes, atacadas por una ceguera
súbita, adoptan una política que fuerza las relaciones sociales hasta un punto
de ruptura, las masas partidarias aparecen activas en la escena de la historia
y derriban el poder de las oligarquías. Aparte de esas interrupciones
transitorias, el desarrollo natural y normal de la organización debe imprimir
en los partidos más revolucionarios un sello indeleble de conservadurismo.
Una
característica esencial de la democracia es que cada uno lleva en la mochila su
bastón de mariscal, y el apetito de una tragavenado. Es verdad que la masa
siempre es incapaz de gobernarse; pero no es menos cierto que cada individuo de
la masa, en la medida que tiene las condiciones que son el requisito que le
permita elevarse por encima de la multitud, puede alcanzar el grado de líder y
llegar a gobernante. Esta promoción de nuevos líderes supone siempre un
peligro, para los que ya están en posesión del poder, de verse obligados a
dejar su lugar a los recién venidos. Por eso el viejo líder debe mantenerse
siempre en contacto con las opiniones y sentimientos de las masas a las que
debe su situación, y buscar al mejor sucesor posible.
La apariencia de
acatamiento a la masa, que los líderes manifiestan, llega a adquirir formas de
demagogia en el caso de los más débiles y los más astutos como fue el caso de
Carlos Andrés Pérez. Los demagogos son los cortesanos de la voluntad popular.
En lugar de elevar a las masas hasta su propio nivel descienden al nivel de
éstas utilizando la vulgaridad, cayendo en el barbarismo. Sería un error acusar
a la multitud de levantarse contra sus líderes, y hacer a las masas
responsables de las caídas de éstos. No son las masas las que han devorado a
los líderes: los jefes se han devorado entre sí, con la ayuda de las masas.
Las diferencias que conducen a luchas entre
los líderes en casi todos los casos dependen de dos categorías o motivos. Por
sobre todo están las diferencias objetivas y las diferencias de principio, en
conceptos filosóficos generales, o al menos en la forma de concebir la
evolución social inmediata y las consiguientes divergencias de opinión respecto
de las tácticas más deseables.
En segundo lugar tenemos las luchas que
obedecen a razones personales: antipatía, envidia, celos, intentos audaces por
apoderarse de los primeros puestos, y la demagogia. En casi todos los casos las
dos series de motivos están algo confundidos en la práctica; y a la larga la
encontramos, que la primera serie tienden a ser desplazados por los de la
segunda, en la medida que las diferencias de principio y de orden intelectual
se transformen en personales y despiertan una hostilidad profunda entre los
representantes de las diversas teorías.
La democracia liberal frente a otras ideas de democracia, que no son
democráticas: Al respecto, este tipo de democracia tiene algunas
particularidades que la distinguen de otras formas de democracia, entre ellas
la libre confrontación de ideas. En palabras de Pío Moa:
“El liberalismo
permite exponer todas las ideas, pero la confrontación entre ellas ha de
facilitar precisamente, la superación de las falsas o destructivas y la
reafirmación de las mejor fundadas, en un proceso sin fin. Por eso la
confrontación es indispensable, y un buen modo de evitar choques más físicos”.
La oligarquía surgida de la democracia está amenazada por dos graves peligros: la rebelión de las masas y (en relación íntima con esta rebelión, de la cual suele ser el fruto las revueltas populares), la transición hacia una dictadura, cuando uno entre los oligarcas logra conquistar el poder supremo, eligiendo a su candidato en el cogollo. La consecuencia es que en todos los partidos populares falta ostensiblemente un espíritu de fraternidad genuina: no encontramos una confianza mutua sincera y cordial, por el contrario lo que prevalece es la envidia y la intriga; hay una lucha latente, un espíritu de irritación determinado por la desconfianza recíproca de los líderes entre ellos como sucedió con AD, Copei o el Psuv .
La lucha entre los viejos líderes y los aspirantes al poder constituye una amenaza permanente a la libertad de palabra y de pensamiento. Los líderes llegan al extremo de ejercer una censura sobre todos aquellos colegas de quienes sospechan inclinaciones rebeldes. Los líderes de lo que podríamos llamar “el gobierno” siembran en la mente de las masas desconfianza hacia los líderes de la “oposición” al calificarlos de incompetentes y profanos, y acusarlos de charlatanes, corruptos, demagogos y farsantes, en tanto que en nombre de la masa y de la democracia se presentan como exponentes de la voluntad colectiva, y exigen la sumisión de los insubordinados, y aun de los camaradas simplemente descontentos; esto es simplemente un reflejo de la lucha por el poder, en el Partido.
Un buro que
domina el partido democrático moderno utiliza varios medios para amansar a la
oposición, que son la dádiva, las gabelas burocráticas a sus parientes y amigos
o la persecución política. Si los líderes de la oposición son peligrosos porque
tienen muchos prosélitos entre las masas, y si, al mismo tiempo, son pocos en
número, los viejos líderes partidarios procuran tenerlos en jaque y neutralizar
su influencia mediante métodos conciliatorios. Brindan a los líderes de la
oposición altos cargos y honores dentro del partido, y así los hacen inocuos;
tanto más cuando vemos que no los admiten en los cargos supremos, sino que los
relegan a puestos de segundo orden que no les dan influencia notable, y donde
no tienen esperanzas de llegar un día a ser mayoría.
Hay ocasiones en
que se entronizan nuevos liderazgos. Lo único que revelan es que hay un nuevo
líder que está en conflicto con el anterior y, gracias al apoyo de la masa, ha
prevalecido en la lucha y ha logrado la destitución del viejo líder, y
reemplazarlo como fue el caso de Eduardo Fernádez contra Rafael Caldera, que
buscaba éste último perpetuarse en el poder de Copei. Con esta sustitución la
democracia no gana prácticamente nada. Tan pronto como los nuevos líderes han
logrado su objetivo, tan pronto como triunfan (en el nombre de los derechos
lesionados de las masas anónimas), al derrocar la odiosa tiranía de sus
predecesores, y al alcanzar el poder en su turno, vemos que sufren una
transformación que los hace muy semejantes a los tiranos destronados.
El partido donde
el círculo de las élites está restringido por demás, o donde, en otras
palabras, la oligarquía se compone de un número demasiado pequeño de
individuos, corre el riesgo de ser barrido por las masas en un momento de
efervescencia democrática. Por eso el partido moderno, como el Estado Moderno,
procuran a su propia organización la base más amplia posible de individuos. Así
sobreviene la necesidad de una burocracia fuerte, y estas tendencias se ven
reforzadas por el aumento de las tareas impuestas por la organización partidista.
A medida que
aumenta el partido burocrático sufren un debilitamiento inevitable dos
elementos que constituyen los pilares esenciales de toda concepción
democrática: la comprensión de las metas culturales más amplias y los ideales
del régimen, y la comprensión de la multiplicidad internacional de sus
manifestaciones. El mecanismo llega a ser un fin en sí mismo.
La burocracia es
el enemigo jurado de la libertad individual, en la cosmovisión liberal, toda
iniciativa audaz en materia de política interna va contra la burocracia. El
espíritu burocrático corrompe el carácter y engendra pobreza moral. En toda
burocracia observamos una cacería de puestos, una manía por el ascenso, y
obsequiosidad hacia aquellos de quienes dependen de los ascensos, aunque tengan
que tener relaciones sexuales para llegar a su fin, “obtener un buen cargo”;
hay arrogancia hacia los inferiores y servilismo hacia los superiores.
Hay una fuerte
tendencia a la descentralización, que se manifiesta en casi todos los partidos
nacionales, que aunque alcanza para evitar la formación de una única oligarquía
gigante, determina la creación de muchas oligarquías pequeñas, cada una de las
cuales no es menos poderosa dentro de su propia esfera de influencia, y es un
tumor dentro de la eficiencia partidista. El predominio de la oligarquía en la
vida partidaria sigue siendo indestructible. El ejercicio del poder y su
influencia psicológica sobre los líderes lo ejerce aquel que máquina las
acciones, ya que es, quien dirige la nave.
La apatía de las
masas y su necesidad de guía tienen como contraparte, en los líderes, un
apetito natural por el poder. De esta manera el desarrollo de la oligarquía
democrática se acelera por las características generales de la naturaleza
humana. Lo que comenzó por la necesidad de organización, administración y
estrategia se completa por determinismo psicológico.
Pero quien
alcanzó una vez el poder, ya no estará dispuesto a regresar a la situación
relativamente oscura que ocupó antes. El abandono de una situación pública conquistada
a costa de grandes esfuerzos, después de muchos años de lucha, es un lujo que
sólo un gran señor de dotes excepcionales y espíritu de autosacrificio puede
soportar. La conciencia de poder produce siempre vanidad: una convicción
indebida de grandeza personal. El deseo de dominar, para bien o para mal es
universal. Estos son hechos psicológicos elementales. En el líder la conciencia
de su valía personal, y de la necesidad de guía que siente la masa, se combinan
para inducirlo a reconocer su propia superioridad (real o supuesta) y suscitan,
además, ese espíritu de mando que existe en germen en todo hombre,
perpetuándose en el poder, utilizando cualquier motivo para ello.
La socialdemocracia
La socialdemocracia es una versión de la democracia en la que se recurre a la regulación
estatal y a la creación de programas y organizaciones patrocinados por el
Estado, para atenuar o eliminar las desigualdades e injusticias sociales que, según consideran sus defensores, existirían en la economía libre y el capitalismo. La socialdemocracia se apoya básicamente en el sufragio universal, la noción de justicia social y un tipo de Estado denominado Estado de Bienestar.
La socialdemocracia surgió
a finales del siglo XIX a partir del movimiento socialista, como una propuesta alternativa, pacífica y más moderada, a la forma revolucionaria de toma del poder y de imposición de una dictadura
del proletariado, que sostenía una parte del
movimiento socialista, dando origen a un debate alrededor de los términos de «reforma» y
«revolución». En general se ha presentado como ejemplo real de socialdemocracia
al sistema de gobierno que predomina en los países escandinavos, sobre todo en Suecia.
La democracia como sistema de relaciones horizontales
El término «democracia» también se utiliza ampliamente no
solo para designar una forma de organización política, sino una forma de
convivencia y organización social, con relaciones más igualitarias entre sus
miembros. En este sentido es habitual el uso del término «democratización», como por ejemplo la democratización de las relaciones familiares, de las
relaciones laborales, de la empresa, de la universidad, de la escuela, de la
cultura, etc., tales ejercicios están orientados básicamente al ámbito de la
participación ciudadana, cuyos principales mecanismos utilizados para tales
efectos son elecciones a través de voto popular, asambleas, propuestas de
proyectos y todos aquellos en que se canaliza la voluntad de cambios o
aprobaciones con participación directa de los distintos grupos sociales.
Cuando los líderes no son personas de medios, y cuando no
tienen otras fuentes de ingreso, se aferran firmemente a sus puestos por
razones económicas, y llegan a considerar las funciones que ejercen como
propias por derecho inalienable, esto no es condenable si tiene las dotes
para ello, pero se vuelven revulsivos si son enanas mediocridades. Esto es
especialmente cierto respecto de los trabajadores manuales, quienes, en cuanto
llegan a líderes, pierden su aptitud para el oficio anterior. Para ellos la
pérdida de su puesto sería un desastre financiero y, en caso todos los casos,
resultaría casi imposible que volvieran a su antigua forma de vida.
Al renunciar al
idealismo, se han hecho oportunistas. Estos antiguos creyentes se han transformado
en escépticos y egoístas cuyos actos no tienen más guía que el frío cálculo.
Por su superioridad han llegado a líderes, pero con el correr de los años están
presos entre todos los apetitos que suscita la posesión de poder, y a la postre
es imposible distinguirlos de aquellos de sus colegas que se hicieron
socialistas por ambición, de los que desde un primer momento contemplaron
deliberadamente a las masas solo como un instrumento que podían utilizar para
alcanzar sus propias ambiciones personales.
Lo cierto es,
empero, que en el curso de la evolución de la burocracia, a medida que el
conducido se transforma en conductor subordinado, y luego en líder de primera
fila, experimenta una evolución mental que a menudo determina una
transformación completa de su personalidad. Cuando ocurre esto el líder suele
no ver en su propia transformación nada más que un reflejo de una
transformación del mundo que lo rodea. Los tiempos han cambiado, nos dice, y en
consecuencia hacen falta una táctica nueva y una teoría nueva. La mayor madurez
de juicio corresponde a la mayor madurez de la nueva era.
El pasaje brusco
de la oposición a la participación en el poder es lo que ejerce mayor
influencia en la mentalidad de los líderes. Hay un deterioro de la composición
del partido y muchos elementos ingresan a él simplemente porque lo consideraban
el mejor medio de asegurarse una parte de las prebendas de la administración
pública. Donde quiera los Psuv conquistan municipalidades, alcaldías y
gobernaciones , dondequiera que administraban bancos populares y sociedades
cooperativas y distributivas, dondequiera que disponían de cargos rentados, no
podíamos dejar de observar una declinación notable de su nivel moral, ni
advertir que los ignorantes y los ambiciosos constituían la mayoría entre
ellos.
La interpretación
bonapartista de la soberanía popular era una dictadura personal conferida por
el pueblo, de acuerdo con leyes constitucionales. El bonapartismo reconocía la
validez de la voluntad popular al extremo de conceder a esa voluntad el derecho
de la autodestrucción: la soberanía popular podía suprimirse a sí misma. El
bonapartismo es la teoría del dominio individual originado en la voluntad
colectiva, pero que tiende a emanciparse de esa voluntad y volverse, a su
turno, soberano. En su pasado democrático encuentra una defensa contra los
peligros que pueden amenazar su presente antidemocrático. Es la síntesis de dos
conceptos antagónicos: la democracia y la autocracia bonapartista.
En las multitudes
democráticas encontró el bonapartismo un suelo notablemente favorable, pues dio
a las masas la ilusión de ser el amo de sus amos, a través del poder popular.
La obediencia absoluta que la masa organizada debe a sus líderes es el fruto de
las relaciones democráticas que hay entre los líderes y la masa, y no es más
que la subordinación colectiva a la voluntad colectiva. La democracia moderna
sostiene que nadie puede desobedecer las órdenes de los oligarcas, pues al
hacerlo la gente peca contra sí misma y desafía su propia voluntad, transferida
espontáneamente por ellos a sus representantes, e infringe así el principio
democrático. En la historia de la vida del partido es innegable que el sistema
democrático se reduce, en último análisis, al derecho de las masas a elegir,
con intervalos preestablecidos, amos a quienes en el ínterin deben obediencia
incondicional.
El burócrata se identifica
completamente con la organización, y confunde sus propios intereses con los de
ella. Toma toda crítica objetiva al partido como una afrenta personal. El líder
se declara personalmente ofendido, y en parte lo hace de buena fe, pero también
en parte deliberadamente, para cambiar de campo de batalla, y poder presentarse
como el objeto inofensivo de un ataque injustificable. Si el líder es atacado
personalmente, su primera preocupación es hacer que parezca que el ataque se
dirige contra el partido en su totalidad o en contra de su sueño.
El despotismo de
los líderes no proviene solamente de un ansia vulgar de poder ni del egoísmo
incontrolado, sino que muchas veces es resultado de la creencia profunda y
sincera en la propia valía y en los servicios prestados a la causa común, al
sacrificarse durante muchos años, para obtener ese status.
Cuando en
cualquier organización la oligarquía ha alcanzado un estado avanzado de
desarrollo, los líderes comienzan a identificar consigo, no sólo las
instituciones partidarias, sino también la propiedad del partido. Este fenómeno
es común tanto en el partido como en el Estado.
Los cambios
sociales que produce la organización entre los elementos del proletariado, y
las alteraciones que ocurren en el movimiento proletario debidas a esa nuevas
influencias que la organización acerca a su órbita, son resumibles en el
término acostumbrado y amplio de aburguesamiento de los partidos de la clase
trabajadora como el PCV o el MAS. Este aburguesamiento es fruto de tres órdenes
de fenómenos muy diferentes: 1) la adhesión de los pequeños burgueses a los
partidos proletarios, ya que provienen sus líderes de las universidades; 2) la
organización de los trabajadores, y 3) la defensa capitalista, considerados
estos dos últimos fenómenos como originadores de nuevos estratos en la pequeña
burguesía.
El
aburguesamiento del partido es un hecho incuestionable, pero sus causas son muy
diferentes del ingreso de unos pocos centenares de miembros de la clase media
en la organización del proletariado militante. La principal de estas causas es
la metamorfosis que ocurre en los líderes originarios de la clase trabajadora,
con el aburguesamiento consiguiente de toda la atmósfera en que se desenvuelven
las actividades políticas del partido.
La lucha de
clases, por la acción de los órganos correspondientes, induce modificaciones y
metamorfosis sociales en el partido que nació para organizar y fiscalizar la
lucha, a través de la polarización, facilitando la permanencia en el poder.
Ciertos grupos de individuos, insignificantes en número pero de gran
importancia cualitativa, abandonan la clase proletaria y son elevados a la
dignidad de burgueses. El movimiento representa para los obreros un modo de
vida nuevo y más elevado, y les ofrece al mismo tiempo otra forma de empleo,
con la posibilidad, que aumenta continuamente a medida que crece la
organización, de conseguir elevarse poco a poco en la escala social. Cuando el
obrero abandona el trabajo manual por el intelectual, sufre otra transformación
que afecta a toda su existencia: abandona gradualmente al proletariado para
convertirse en un miembro de la pequeña burguesía.
Inspirado por una
tonta suficiencia, el líder ex-obrero suele gozar del nuevo medio, y tiende a
tornarse indiferente y aun hostil a todas las aspiraciones progresistas en el
sentido democrático. Se acomoda al orden existente y, en última instancia,
hastiado de la lucha, llega a reconciliarse con ese orden. ¿Qué le interesan
ahora los dogmas de la revolución social? Ya se ha realizado su propia
revolución social.
En el fondo, todos los pensamientos de esos líderes se concentran en la única esperanza de que siga existiendo, por muchos años, un proletariado que los elija diputados y les proporcione subsistencia, y que los mantenga en el poder. Por eso afirman que lo principal es la necesidad de organizar, organizar incesantemente, y que la causa de los trabajadores no conquistará la victoria hasta que el último obrero se haya enrolado en la organización.
En el fondo, todos los pensamientos de esos líderes se concentran en la única esperanza de que siga existiendo, por muchos años, un proletariado que los elija diputados y les proporcione subsistencia, y que los mantenga en el poder. Por eso afirman que lo principal es la necesidad de organizar, organizar incesantemente, y que la causa de los trabajadores no conquistará la victoria hasta que el último obrero se haya enrolado en la organización.
Dentro de ciertos
límites estrechos, el partido democrático, aun cuando sujeto a un control
oligárquico, indudablemente puede actuar sobre el Estado con un sentido
democrático. La vieja casta política de la sociedad, y por sobre todo el propio
“Estado”, están obligados a emprender la revaluación de un número considerable
de valores: revaluación tanto ideal como práctica. La importancia atribuida a
las masas aumenta, aun cuando los líderes sean demagogos.
La organización
política conduce al poder. Pero el poder siempre es conservador. En todo caso
la influencia ejercida sobre la maquinaria gubernamental por un partido
opositor enérgico es necesariamente lenta, está sujeta a interrupciones
frecuentes, y siempre restringida por la naturaleza de la oligarquía.
La política
interna de las organizaciones partidarias en la actualidad es absolutamente
conservadora, o está en vías de llegar a serlo. Pero podría ocurrir que la
política externa de estos organismos conservadores se hiciera osada y
revolucionaria, para esconder su aburguesamiento. Esta evolución chocaría con
la naturaleza del partido, con el esfuerzo por organizar a las masas sobre la
escala más vasta imaginable. A medida que la organización aumenta de tamaño, la
lucha por los grandes principios se hace imposible.
El objetivo principal de la organización es incorporar el mayor número posible de miembros, por lo que toda lucha ideológica dentro de los límites de la organización ha de ser considerada, por fuerza, como un obstáculo para la realización de sus propósitos; y, en consecuencia, un obstáculo que debe ser evitado a cualquier precio.
El objetivo principal de la organización es incorporar el mayor número posible de miembros, por lo que toda lucha ideológica dentro de los límites de la organización ha de ser considerada, por fuerza, como un obstáculo para la realización de sus propósitos; y, en consecuencia, un obstáculo que debe ser evitado a cualquier precio.
Esta tendencia
está reforzada por el carácter parlamentario del partido político.
“Organización partidaria” significa la aspiración del mayor número de miembros.
“Parlamentarismo” significa la aspiración por el mayor número de votos. Los
campos principales de actividad política son la agitación electoral y la
agitación directa para conseguir nuevos miembros. ¿Qué es, en realidad, el
moderno partido político? Es la organización metódica de masas electorales.
El último eslabón
en la larga cadena de fenómenos que dan carácter profundamente conservador a la
esencia íntima del partido político (aun de aquellos partidos que pregonan ser
revolucionarios) se funda en las relaciones entre el partido y el Estado.
Generado para destruir el poder centralizado del Estado, a partir de la idea de
que la clase trabajadora necesita simplemente lograr una organización lo
bastante vasta y sólida para triunfar sobre la organización del Estado, el
partido de los trabajadores ha terminado por adquirir una vigorosa
centralización, basada en los mismos principios cardinales de autoridad y
disciplina que caracterizan la organización del Estado.
A la larga, los directores del organismo revolucionario que vive dentro del Estado autoritario, apoyado por los mismos medios que aquel Estado e inspirado por igual principio de disciplina, no pueden dejar de advertir que la organización partidaria, cualesquiera sean los progresos que realice en el futuro, jamás logrará ser otra cosa que una copia en miniatura e ineficaz- de la organización estatal.
A la larga, los directores del organismo revolucionario que vive dentro del Estado autoritario, apoyado por los mismos medios que aquel Estado e inspirado por igual principio de disciplina, no pueden dejar de advertir que la organización partidaria, cualesquiera sean los progresos que realice en el futuro, jamás logrará ser otra cosa que una copia en miniatura e ineficaz- de la organización estatal.
En nuestros días,
el carácter del partido como organización siempre ávida de nuevos miembros,
siempre anhelante por obtener una mayoría absoluta, se combina con la condición
de debilidad en que se encuentra frente al Estado, para realizar el cambio
gradual de la antigua meta –demoler el Estado existente- por el nuevo objetivo
–introducir en el cuerpo del Estado los hombres y las ideas del partido-.
La lucha emprendida por los socialistas o comunistas contra los partidos de las clases dominantes ya no es de principios, sino simplemente de competencia. El partido revolucionario se ha convertido en un rival de los partidos burgueses por la conquista del poder. Por eso abre sus puertas a todos aquellos que puedan ayudarle a alcanzar este objetivo, o que puedan simplemente engrosar sus batallones para la lucha en que está empeñado. La aversión del partido se dirige contra los temidos rivales en el campo político, contra quienes compiten por el mismo fin: el poder, utilizando la persecución política como herramienta de negociación.
La lucha emprendida por los socialistas o comunistas contra los partidos de las clases dominantes ya no es de principios, sino simplemente de competencia. El partido revolucionario se ha convertido en un rival de los partidos burgueses por la conquista del poder. Por eso abre sus puertas a todos aquellos que puedan ayudarle a alcanzar este objetivo, o que puedan simplemente engrosar sus batallones para la lucha en que está empeñado. La aversión del partido se dirige contra los temidos rivales en el campo político, contra quienes compiten por el mismo fin: el poder, utilizando la persecución política como herramienta de negociación.
El partido ya no
procura luchar contra sus adversarios, sino solo ganarles y someterlos a su
dictamen, que es lo que ha pasado con la Mud frente al Psuv. La mayoría de los seres
humanos están predestinados por la trágica necesidad de someterse al dominio de
una pequeña minoría, a una condición de tutela permanente, y deben avenirse a
constituir el pedestal de una oligarquía, que no necesariamente tiene las dotes
para manejar un Estado Centralizado.
El liderazgo es
un fenómeno necesario en toda forma de vida social. Tiene gran valor científico
demostrar que todo sistema de liderazgo es incompatible con los postulados más
esenciales de la democracia. Si dejamos de lado la tendencia de los líderes a
organizarse y a consolidar sus intereses, como así también la gratitud de los
conducidos hacia sus conductores, y la inmovilidad y la pasividad general de
las masas, llegamos a la conclusión de que la causa principal de la oligarquía
en los partidos democráticos habrá de encontrarse en la indispensabilidad
técnica del liderazgo.
El proceso que
comenzó como consecuencia de la diferenciación de funciones dentro del partido
se completa con un complejo de cualidades adquiridas por los líderes al
desprenderse de la masa. En un principio los líderes surgen político
disciplinado. Reducida a su expresión más concisa, la ley sociológica
fundamental de los partidos políticos (el término “político” toma aquí el
significado más amplio) es formuladle en los siguientes términos: “La
organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los
electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los
delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía.”
Toda organización
partidaria representa un poder oligárquico fundado sobre una base democrática.
En todas partes encontramos electores y elegidos. También encontramos en todas
partes que el poder de los líderes elegidos sobre las masas electoras es casi
ilimitado. La estructura oligárquica de la construcción ahoga el principio
democrático básico.
La crítica a
— la masa popular
es asimilable por naturaleza a un animal, que busca saciar su apetito de
pasiones y sus intereses pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en
sus amores-odios; confiarle el poder es aceptar la tiranía de un ser incapaz de
la menor reflexión y rigor.
— cuando la masa
designa a sus líderes, lo hace en función de unas competencias , que cree
haber observado –cualidades oratorias e histriónicas en particular– e infiere
de ello la capacidad política; pero que resulta si sólo posee esas cualidades:
el desastre.
— en cuanto a las pretendidas
discusiones en la
Asamblea , no son más que disputas que oponen opiniones
subjetivas, inconsistentes, cuyas contradicciones y lagunas traducen su
insuficiencia, ya que los elementos decisorios se les excluye, lo que permite
apropiarse de su riqueza.
La democracia es
ingobernable. El desorden democrático conduce a la anarquía y fomenta la
inmoralidad de cada uno, que sólo busca saciar su apetito de movilidad social.
La refutación platónica de la democracia insiste en la necesidad de asociar el
saber con el poder. Las decisiones políticas deben ser inteligentes, acertadas.
Sin embargo, el vulgo no tiene capacidad política para ello, el saber político
adecuado, lo que facilita que una pléyade de aventureros se arroje sobre sí la
soberanía, para su propio beneficio. El argumento platónico afirma que como el
vulgo no tiene capacidad política, se equivocará inevitablemente al gobernar.
Sin embargo, también el tirano o el rey o los oligarcas pueden equivocarse
igualmente.
Democracia en las monarquías constitucionales
Dos casos
especiales para la idea de democracia son las monarquías constitucionales y las democracias
populares que caracterizan al socialismo real.
La monarquía
constitucional es una forma de gobierno que caracteriza a varios países
de Europa (Gran
Bretaña, España, Holanda, etc.), América (Canadá, Jamaica, etc.), y Asia (Japón, Malasia, etc.).
Las monarquías
constitucionales varían bastante de país a país. En el Reino Unido las normas constitucionales actuales le conceden ciertos poderes
formales al rey y los nobles (designación del Primer Ministro, designación de
gobernantes en las dependencias de la Corona , veto suspensivo, tribunal de última
instancia, etc.), además de los poderes informales derivados de sus posiciones.
Existe una
tendencia general a la reducción progresiva del poder de los reyes y nobles en
las monarquías constitucionales que se ha ido acentuando desde el siglo XX. Si
bien, por tratarse de monarquías, en estos países existe una notable
desigualdad ante la ley y de hecho de los reyes y demás nobles frente al resto
de la población, la severa restricción de sus facultades de gobierno y
judiciales ha llevado a que su participación en la mayoría de los actos de
gobierno sea excepcional y sumamente controlada por otros poderes del Estado.
Ello ha dado origen al expresivo dicho popular de que los reyes «reinan pero no
gobiernan» para referirse a la débil influencia legal que los reyes y
eventualmente los nobles tienen en los actos de gobierno cotidianos.
En el Reino de España el Rey promulga las leyes, convoca y disuelve las Cortes Generales, convoca referéndum, propone y cesa al Presidente, ejerce el derecho de gracia (indulto y
conmutación de penas), declara la guerra, hace la paz, etc. En el ejercicio de
todas sus funciones, el Rey actúa como mediador, árbitro o moderador, pero sin
asumir la responsabilidad de sus actos que han de ser refrendados por el poder
ejecutivo o legislativo, lo que lo convierte en una
figura representativa del estado pero sin poder político. El rey también tiene
el privilegio de la impunidad y no puede ser juzgado por crimen alguno.
Los opositores a
las monarquías constitucionales sostienen que no son democráticas, y que un
sistema de gobierno en la que los ciudadanos no son todos iguales ante la ley,
a la vez que no se puede elegir al Jefe de Estado y otros funcionarios
estatales, no puede denominarse democracia.
Democracia soviética
Modelo de
representatividad basado en la experiencia de la Comuna de París y en la superación en el grado de representatividad de la Democracia liberal
.Esta Democracia directa parte desde los puestos de trabajo cotidiano, donde se
eligen representantes en cada fabrica, taller, granja u oficina, con mandato revocable
en cualquier momento, poder popular.
Estos delegados
se constituyen en una Asamblea local (soviets) y luego mandaban su
representante a la
Asamblea Nacional de Delegados del Pueblo. Se le niega
el voto y el poder político, al 10% de la población que abarca a empresarios,
banqueros y terratenientes, que ya poseen el poder económico. Por eso se dice
que es Democracia obrera o Dictadura del Proletariado, ya que se aplica el
poder político contra el poder económico instituido.
Este nuevo Estado
debe ser instaurado por la insurrección de las masas, guiadas por un partido
único o frente pluripartidista si fuese posible, con una línea partidaria que
apunte a barrer con las instituciones del Estado burgués y la legalidad que
asegura el poder económico de la minoría. La elite revolucionaria consciente
tiene el objetivo de instruir a la sociedad en la formas de auto gobernarse,
insta a elegir sus delegados en los puestos de trabajo, comités de fabricas,
granjas y talleres, mediante el cual se aprenderá a administrar la economía,
transformándose en una ciudadanía cotidiana y un poder permanente.
Se discute sobre
la viabilidad de la eliminación de las condiciones de la existencia burguesa,
supuesto para el paso de la sociedad enajenada a la comunista. Esto significa
que a medida que se avance en la socialización del poder político y del poder
económico se producirá la «extinción del Estado», pasando a ser solo una
estructura administrativa bajo control de todos los ciudadanos, los hechos es
que trae aparejada el tamaño y poder del Estado, en beneficio de una claque, en
perjuicio de la mayoría. Este «no Estado» es el considerado como la etapa final
del socialismo: el comunismo.
Pero la realidad
crea una “nueva clase”, que a través del socialismo, se apropia de la riqueza,
medios de producción, mobiliario e inmobiliario de la burguesía y pequeña
burguesía; para su beneficio personal, no solo explotan lo que pertenece al
Estado sino también de los particulares, provocando la ira de las personas, que
son controladas, al ser enviadas grupos completos a los Gulag, de fracasar, se
desata la guerra civil, el modelo venezolano utilizó la exclusión de la
administración pública y el incentivó a la emigración como forma de bajar las
tensiones, pero fracasó en ello.
Democracia en el socialismo «real»
Los países con
sistemas políticos inspirados en el comunismo marxista conocidos como «socialismo real» como Cuba poseen sistemas de gobierno que suelen utilizar la denominación de «democracias
populares». Las llamadas «democracias populares» se caracterizan
por estar organizadas sobre la base de un sistema de partido político único o hegemónico, íntimamente vinculado al Estado, en el que según sus
promotores puede participar toda la población y dentro del cual debe
organizarse la representación de las diferentes posiciones políticas, o al
menos de la mayor parte de las mismas. Por otra parte en las
llamadas «democracias populares» actuales la libertad de
expresión y de prensa están restringidas y controladas por el Estado.
Según sus
defensores, la «democracia popular» es el único tipo de democracia en la cual
se puede garantizar la igualdad económica, social y cultural de los ciudadanos,
ya que los poderes económicos privados no pueden influir en el sistema de
representación, pero se constituye una nomenclatura, que se apodera de los
bienes del Estado y de los particulares en su propio beneficio, siendo
incapaces de ponerlo a trabajar en su máxima productividad.
Algunos marxistas
opinan también que las actuales «democracias populares» no son verdaderas
democracias socialistas y que constituyen una deformación de los principios
originales del marxismo. En el caso concreto de China, sostienen que ha desarrollado una economía
orientada al capitalismo, pero se vale de su título de “República Democrática Popular” para poder
contar con mano de obra barata, mediante la explotación de los trabajadores
chinos, hasta niveles de vida calificados como infrahumanos, tal como pasa en
muchas democracias capitalistas.
Democracia y derechos humanos.
Por derechos humanos y de los ciudadanos se entiende el conjunto de derechos civiles,
políticos y sociales que están en la base de la democracia moderna. Estos
alcanzan su plena afirmación en el siglo XX, es posible que el siglo XXI,
sea final de la democracia liberal.
·
Derechos civiles:
libertad individual, de expresión, de ideología y religión, derecho a la
propiedad, de cerrar contratos y a la justicia.
·
Derechos políticos:
derecho a la participación en el proceso político como miembro de un cuerpo al
que se lo otorga autoridad política.
·
Derechos sociales: libertad sindical y derecho a un bienestar económico mínimo y a una vida digna, según
los estándares prevalecientes en la sociedad en cada momento histórico.
También se ha
distinguido entre derechos humanos de primera (políticos y civiles), segunda
(sociolaborales), tercera (socioambientales) y cuarta generación
(participativos).
Democracia, mecanismos de control y accountability horizontal
Guillermo O'Donnell ha puesto de manifiesto la importancia de los mecanismos de control
o accountability horizontal, en las democracias modernas, a
las que él prefiere denominar «poliarquías». El control horizontal, se diferencia del control vertical democrático
que se realiza por medio de las elecciones periódicas, visualizado como una
conformación del Estado, integrado por diversas agencias con poder para actuar
contra las acciones u omisiones ilícitas realizadas por otros agentes del
Estado.
Las democracias
modernas tienden a establecer un complejo sistema de mecanismos de control de
los cargos públicos. Una de las manifestaciones de estos contra la vigilancia
horizontal, es la figura del impeachment o «juicio político», al que pueden ser sometidos tanto los
presidentes como los jueces, por parte de los parlamentos, de acuerdo a ciertas constituciones, como la de Argentina, Brasil o
Estados Unidos. Otras agencias más modernas orientadas al mismo fin son
el defensor del pueblo u ombudsman,
las sindicaturas de empresas públicas, los organismos de auditoría, las
oficinas de ética pública, etc
Cuando la guerra se produce, las democracias a veces
responden con lentitud a causa de los requisitos legales y burocráticos
necesarios para tomar decisiones, que la colocan a la defensiva. En una
democracia normalmente el parlamento debe aprobar una declaración de guerra, antes de comenzar o incorporarse a las hostilidades, aunque algunas
veces el ejecutivo tiene poder para tomar la iniciativa simplemente informando
al parlamento de la decisión. Además, si se instituye un alistamiento de cara a
la eventual guerra, la ciudadanía puede protestar.
Las monarquías y dictaduras en teoría pueden actuar inmediatamente por no estar sujetas al funcionamiento legal y burocrático de las democracias, pero a menudo no lo hacen, e históricamente las monarquías también realizaban declaraciones de guerra. A pesar de todo lo comentado, o quizá a causa de ello, históricamente las democracias han sido capaces de mantener su seguridad.
Las monarquías y dictaduras en teoría pueden actuar inmediatamente por no estar sujetas al funcionamiento legal y burocrático de las democracias, pero a menudo no lo hacen, e históricamente las monarquías también realizaban declaraciones de guerra. A pesar de todo lo comentado, o quizá a causa de ello, históricamente las democracias han sido capaces de mantener su seguridad.
La formación de
oligarquías como paso previo a una autocracia, dentro de las diversas especies
de democracia es consecuencia de una necesidad orgánica, y por eso afecta a
todas las organizaciones. La masa no gobernara nunca, salvo in abstracto. La
democracia es un tesoro que nadie descubrirá jamás por la búsqueda deliberada;
pero si continuamos nuestra búsqueda, al trabajar infatigablemente para
descubrir lo indescriptible, realizaremos una obra que tendrá fértiles
resultados en el sentido democrático.
Es cierto que tenemos que elegir la democracia como el mal menor en cuanto a la forma de vida social. Cuanto más compruebe la humanidad las ventajas que tiene la democracia, aunque sea imperfecta, sobre la mejor de las aristocracias, tanto menos probable es que el reconocimiento de los defectos de aquélla provoque un retorno de las élites, pero se da el caso de una lucha de élites que sólo buscan depredar al Estado en su propio beneficio. Los defectos de la democracia residirán en su incapacidad para librarse de la escoria de las élites que no tienen méritos para hacerlo.
Es cierto que tenemos que elegir la democracia como el mal menor en cuanto a la forma de vida social. Cuanto más compruebe la humanidad las ventajas que tiene la democracia, aunque sea imperfecta, sobre la mejor de las aristocracias, tanto menos probable es que el reconocimiento de los defectos de aquélla provoque un retorno de las élites, pero se da el caso de una lucha de élites que sólo buscan depredar al Estado en su propio beneficio. Los defectos de la democracia residirán en su incapacidad para librarse de la escoria de las élites que no tienen méritos para hacerlo.
Montesquieu
desarrolló las ideas de John Locke acerca de la división de poder. En su obra El espíritu de las
leyes manifiesta admiración por las instituciones políticas inglesas y
afirmó que la ley es lo más importante del Estado. Dos son
fundamentalmente los puntos en que los diferentes autores insisten al señalar
la aportación original de Montesquieu al estudio científico de las sociedades
humanas:
·
Montesquieu acomete la
tarea científica de describir la realidad social según un método analítico y «positivo» que no se detiene en la pura descripción empirista de hechos, sino que
intenta organizar la multiplicidad de datos de la realidad social en un
reducido número de tipos.
·
Dar una «respuesta
sociológica» a la aparente diversidad de los hechos sociales, bajo el supuesto
de que existe un orden o causalidad de estos hechos susceptible de una
interpretación racional.
Se considera uno
de los precursores del liberalismo y fue quien elaboró la teoría de la separación de
poderes.
He aquí el
carácter más notable del parlamentarismo: se elige cierto número de hombres
(también mujeres), por ejemplo quinientos; y a partir de ese momento, a ellos
les compete tomar, en todo, las decisiones definitivas. Prácticamente son el
único gobierno, pero en la práctica siguen las órdenes del partido de gobierno,
y sincronizan sus actividades en función de los objetivos del Ejecutivo, que no
busca resolver los problemas del país sino resolver sus problemas personales,
en su beneficio.
Ellos nombran un
gabinete que parece dirigir los negocios del Estado; pero esto no es más que
una apariencia. En realidad, este pretendido gobierno no puede dar un paso sin
haber ido antes a mendigar el asentimiento de toda la asamblea. Así no se podrá
hacerlo responsable de nada; pues, la decisión final es siempre la del
Parlamento, nunca la suya. Siempre es solamente el ejecutor de todas las
voluntades de la mayoría. No se podría apreciar justamente su capacidad
política sino por el arte con que sabe ajustarse a la opinión de la mayoría, o
hacer que la mayoría se adhiera a su opinión.
Pero cae así del
rango de verdadero gobierno al de mendicante ante cada mayoría. No tiene ya
tarea más urgente que la de ganar, de tiempo en tiempo, la aprobación de la
mayoría existente, o bien tratar de suscitar una nueva mejor orientada. Si lo
consigue, podrá seguir "gobernando" por algún tiempo; si no, no le
queda más que irse. La precisión de sus apreciaciones no desempeña en esto
ningún papel. Así, toda noción de responsabilidad es prácticamente abolida, y a
eso lo llaman alternabilidad democrática.
El Congreso
toma una decisión: por catastróficas que puedan ser sus consecuencias,
nadie será responsable de ellas, nadie puede ser llamado a rendir cuentas.
Pues, ¿puede hablarse de asunción de responsabilidades cuando, después de un
desastre sin precedente, el gobierno culpable se retira, o cuando la mayoría
cambia, o cuando el Parlamento es disuelto? ¿Puede hacerse responsable a una
mayoría flotante de individuos? La idea de responsabilidad, ¿tiene alguna
significación si la responsabilidad no es asumida por una persona determinada
sino por un grupo particular? ¿Se puede, prácticamente, hacer asumir a un jefe
de gobierno la responsabilidad de actos cuyo origen y cuya realización emanan
de la voluntad y de la inclinación de una multitud de individuos?
La labor de un
dirigente parlamentario, ¿no reside menos en la concepción de un plan, que en
el arte de hacer comprender el valor de este plan a un rebaño de carneros de
cabeza hueca, para solicitar en seguida su benévola aprobación? Quién es
más culpable, quien los elige o forma parte de la trama. El criterio del
estadista, ¿Es poseer en el mismo grado el arte de convencer y la inteligencia
necesaria para distinguir las grandes líneas y tomar las grandes decisiones,
que beneficien al país?
¿Queda demostrada
la ineptitud de un jefe por el hecho de que no logre convencer a la mayoría en
una asamblea, verdadero tumor que ha invadido el organismo en condiciones más o
menos adecuadas? Por lo demás, ¿se ha visto alguna vez que una multitud
comprenda una idea antes de que el triunfo de ésta haya revelado su grandeza?
Toda acción genial, ¿no es aquí en la tierra una ofensiva del genio contra la
inercia de la masa? Qué siempre seguirá al más fuerte.
Así, ¿Qué debe
hacer el político que no logra ganar con halagos el favor de la muchedumbre?
Presentándose como su campeón pero negociando entre ellos la traición,
que le permita obtener los recursos que le permita ganar la elección. ¿Debe
vender su alma? O bien, ante la estupidez de sus conciudadanos, ¿debe renunciar
a emprender las tareas cuya necesidad vital ha reconocido? ¿Debe retirarse?
¿Debe quedarse? ¿Cómo puede un hombre digno de este nombre resolver los problemas;
aceptar semejante situación respetando al propio tiempo la decencia o, más
exactamente, la honradez? ¿Cuál es aquí el límite entre el deber para la
comunidad y las obligaciones del honor? El verdadero jefe, ¿no debe prohibirse
métodos que lo rebajen al rango politiquero?
Y a la inversa,
un politiquero municipal o de la alcaldía, ¿no se sentirá inclinado a hacer
política por el hecho de que nunca será él mismo, sino una multitud anónima, la
que finalmente soportará el peso de las responsabilidades? Que no llevará a sus
conciudadanos a ningún lado, mientras los años pasan. Los principios
democráticos de la mayoría, ¿no debe acarrear la destrucción de la noción de
mando? ¿Es posible todavía creer que el progreso humano venga, por poco que
sea, del cerebro de una mayoría y no de la cabeza de un hombre?
Una Cámara de
diputados mediocres experimenta siempre una gran satisfacción al sentirse
guiada por un jefe cuyo mérito no sobrepase el suyo. Cada uno tiene así la
satisfacción de poder hacerse notar de vez en cuando, y sobre todo decirse:
Puesto que Juan puede ser jefe, ¿por qué no puede serlo un día Santiago? En el
fondo de esta admirable invención de la democracia, se puede observar un
fenómeno que se manifiesta en nuestros días, escandalosamente, con cada vez
mayor intensidad: la cobardía de la mayoría de nuestros pretendidos dirigentes.
¡Qué suerte, cuando deben tomar decisiones importantes, la de poder ampararse
bajo la protección de una mayoría!
Es preciso haber
visto una vez a uno de estos bandidos de la política mendigar humildemente,
antes de cada una de sus decisiones, la aprobación de la mayoría, asegurarse
así las complicidades necesarias y el poder, en todos los casos, desligarse de
toda responsabilidad. Un hombre de honor, un hombre de corazón, no puede menos
de experimentar odio y repugnancia por semejantes métodos de actividad
política; pero tales métodos atraerán a todos los caracteres mediocres,
justificándolos en aras del consenso, y del bienestar del pueblo.
Sería un error
creer que todos los diputados de un determinado parlamento, toman sus
responsabilidades a la ligera, por lo general sus decisiones son de índole
personal, no les importa perjudicar a la colectividad, sólo la participación de
todas las “Fuerzas Vivas” en el Congreso, evitará que esa partida de pícaros
dañen al país. Pero algunos diputados, obligados a tomar posición sobre
cuestiones que se les escapa de control, vuélvanse poco a poco débiles y sin
carácter, y son absolutamente irresponsables de sus decisiones ya sea de manera
activa o por omisión, de ahí la importancia de la participación en el Congreso
de todo los sectores de la sociedad.
Pues ningún
Diputado tendrá el valor de declarar: «Señores, creo que no entendemos
nada de este asunto. Esta es al menos la verdad en lo que a mí concierne, y
dependo de mis asesores». Por lo demás, esto no cambiaría nada,
en primer lugar porque esta actitud no sería comprendida por la mayoría, y
luego porque no sería difícil impedir que ese asno "echara a
perder el oficio de legislador" con su honradez. Cuando se conoce a los
hombres, es fácil comprender que, en una sociedad tan escogida,
ninguno trata de ser el más estúpido, y que, en este ambiente, la
lealtad al electorado es sinónimo de estupidez, y traición de pandilla que
dirige al país. Así, un Diputado que haya comenzado por ser más o
menos honrado, se verá fatalmente arrastrado a la vía de la mentira
y del engaño, a través de la denuncia, enriqueciéndose para mantener su carrera
política.
La única
preocupación que determina fatalmente, ya sea el establecimiento de un programa
nuevo, ya sea la modificación del anterior, es la preocupación de las próximas
elecciones. Tan pronto como en el cerebro de estos artistas en política
parlamentaria comienza a germinar la sospecha de que el buen pueblo puede
rebelarse y evadirse de los arneses del viejo carro de los partidos, helos ahí
que vuelven a tomar el timón. Aparecen entonces los que leen en las estrellas,
los astrólogos de los partidos, la "gente de experiencia" y los
"expertos"; éstos son, lo más a menudo, viejos parlamentarios que
vuelven a recordar los casos análogos que se presentaban en el tiempo,
"rico en enseñanza, de su aprendizaje político", casos en que la
paciencia del buen pueblo estaba agotada y rompía los arneses; nuevamente
sienten acercarse una amenaza semejante.
Entonces, apelan
a las viejas fórmulas, forman una "comisión", escuchan en todas
partes lo que dice el buen pueblo, husmeando los artículos de prensa y
aspirando largamente a fin de saber lo que querría el querido público,
que no pasa de una claque mal pagada, lo que le agrada y lo que espera. Se
estudia muy cuidadosamente cada grupo profesional, cada clase de empleados, y
se averiguan sus más íntimos deseos, a través de encuestas y cuestionarios.
Entonces la "fórmula" de la peligrosa oposición adquieren también,
súbitamente, la madurez necesaria para un examen serio de la realidad, buscando
toda clase de beneficios en obras del Ejecutivo.
Por lo demás, casi siempre, este fragmento del tesoro de ciencias de los viejos partidos se revela completamente lamentable, con gran asombro de los que lo han descubierto y dado a conocer. Y las comisiones se reúnen para trabajar en la revisión del antiguo programa (estos señores cambian de convicción exactamente como los soldados en campaña cambian de camisa, cuando la anterior se cae a pedazos por lo sucia), buscando un nuevo candidato para embaucar al pueblo.
Crean un nuevo
programa de promesas, en el que cada cual recibe lo que le corresponde, y ha
medida de la capacidad de movilización del coordinador, que paga la presencia
de la claque. Al campesino se le protege la agricultura, al industrial se le da
protección de sus productos, al consumidor se le protege de lo que compra; se
elevan los sueldos de los profesores, se aumentan las pensiones de los
funcionarios, todo para ganar apoyo, pero posteriormente al encumbrarse se
olvidan de sus juramentos, que no valen nada para ellos.
El Estado debe, en una amplia medida, ofrecer salida a los pensionados, a los niños de la calle y a los huérfanos, sin afectar al Estado, se reducirán las tarifas y hasta los impuestos deben ser suprimidos, pero sin lesionar al aparato gubernamental y al aparato productivo, si no completamente, al menos en gran parte. Sucede frecuentemente que se ha olvidado una corporación o grupo de presión, o que no se ha tenido conocimiento de una exigencia familiar del pueblo. Entonces, precipitadamente, se agregan nuevos documentos, hasta que por fin se pueda esperar con justicia haber calmado y contentado completamente al ejército de los empresarios cortesanos "medios" y de sus esposas, y concubinas.
No crean que
estos elegidos de la nación sean también elegidos del espíritu o de la razón.
Espero que no se pretenda que unos estadistas puedan nacer por centenares de
votos, siendo los electores poco menos que faltos de inteligencia, ya que
sus votos son comprados con migajas de arepa. No se podría protestar lo
bastante contra la idea estúpida de que el genio pudiera ser el resultado del
sufragio universal. Por otra parte, una nación no produce un verdadero
estadista sino en ciertos días benditos, y no cientos y más de un solo golpe.
Además, la masa es por instinto hostil al genio singular que la aventaja. “Más
probabilidades han de ver que un camello pase por el ojo de una aguja, que de
descubrir un gran hombre por medio de una elección” trucada.
Todo lo
extraordinario que se ha realizado desde que el mundo existe, lo ha sido por
acciones individuales. Considerando objetivamente, no hay principio que sea tan
falso como el principio parlamentario. No consideremos la manera como se
efectúa la elección de los señores representantes del pueblo, sobre todo la
manera como ganan su asiento y su nueva dignidad. Es evidente que el triunfo de
cada uno de ellos no satisface sino en una proporción absolutamente mínima de
las aspiraciones y las necesidades de todo un pueblo: hay que ser consciente de
esa posibilidad.
La inteligencia
política de la masa no está lo bastante desarrollada para llegar por sí misma a
concepciones políticas generales y precisas, ni para encontrar ella sola los
hombres que sean capaces de realizarlas. Lo que siempre llamamos opinión
pública no reposa sino en una ínfima parte sobre la experiencia
personal y los conocimientos de los individuos, y puede ser comprada por los
partidos que conspiran en contra de sus propios intereses, ya que lo que buscan
es el poder a cualquier precio, de ahí la importancia que se de el mayor número
de elecciones.
Por el contrario,
es fabricada en su mayor parte -y esto con una perseverancia y una fuerza de
persuasión a menudo notables-, por lo que se llama la información. Así como las
convicciones religiosas de cada cual nacen de la educación, y así como no hay,
dormitando en el corazón del hombre, más que aspiraciones religiosas, asimismo
la opinión política de la masa resulta de una preparación obstinada y profunda
del alma y del espíritu del pueblo, sólo con la participación de todo los
sectores de la sociedad se podrá controlar a esos aventureros del voto.
En la educación
política, la parte de influencia considerablemente mayor corresponde a la
prensa, radio, televisión, cine, internet, entre otros. Se le llama
entonces por el nombre de propaganda, decir la verdad se convirtió en eso. Ella
emprende ante todo el trabajo de la información y llega a ser como una escuela
para adultos.
Solamente que
esta enseñanza no pertenece al Estado, sino a los particulares, que de lo
ordinario son absolutamente nefastas. En algunos días, de un pequeño detalle
ridículo, la prensa hace un importante asunto de Estado y en cambio, en un
tiempo igualmente reducido, hace caer en el olvido problemas vitales como el
desempleo, el estancamiento económico, etc. Hasta hacerlos desaparecer
completamente del pensamiento y de la memoria del pueblo, olvidando sus
verdaderos problemas. Es así como, en algunas semanas, se hacía salir,
mágicamente, ciertos nombres de la nada; gracias a una vasta publicidad, se les
rodea de magníficas esperanzas, se les crea una popularidad tan grande como no
puede esperarla, durante una vida entera, un hombre de verdadero valor, para
luego defraudar a la colectividad como fue el caso de Jaime Lusinchi o Hugo
Chávez.
El culto de una institución efímera, como la democracia, ha llevado al país a poner en tela de juicio su esencia misma, ya que los intereses del Mercosur son distintos a los del país, solo construyendo una estructura política distinta se podrá defender de las fuerzas centrípetas del Super Estado Ecuménico Brasilero o del TLC, que busca explotar nuestros recursos energético en su provecho, subordinándolos a su producción, evitando chocar con los otros Super Estados. La única salida es construir un Super Estado Nación, que fortalezca su autonomía frente a esa amenaza, y la visión democrática actual es un estorbo en ese fin.
El culto de una institución efímera, como la democracia, ha llevado al país a poner en tela de juicio su esencia misma, ya que los intereses del Mercosur son distintos a los del país, solo construyendo una estructura política distinta se podrá defender de las fuerzas centrípetas del Super Estado Ecuménico Brasilero o del TLC, que busca explotar nuestros recursos energético en su provecho, subordinándolos a su producción, evitando chocar con los otros Super Estados. La única salida es construir un Super Estado Nación, que fortalezca su autonomía frente a esa amenaza, y la visión democrática actual es un estorbo en ese fin.
En realidad
nuestros demócratas responden a dos Superestados antagónicos, uno ubicado al
Sur (Brasi) y el otro ubicado al Norte (USA). Convirtiéndose en peones de las
Potencias Extranjeras. No existe diferencia entre Nicolás Maduro y María Corina
Machado. Uno le sirve a Brasil y el otro a Estados Unidos, no hay diferencia
entre ambos.
Nuestro
congresantes no quiere en modo alguno reclutar una Asamblea de Sabios o
Filósofos, sino reunir a un grupo de nulidades intelectuales, tanto más fáciles
de conducir en una dirección determinada cuanto más limitado sea cada
individuo. Solamente así se puede conducir una "política de
partidos", en el mal sentido tomado hoy día por esta expresión, orientada
por los asesores, que son el verdadero poder detrás del escenario.
Pero éste es
también el único medio para que el que mueve los hilos pueda permanecer
prudentemente al abrigo, sin ser jamás constreñido a asumir sus
responsabilidades, evitando el castigo. Así, nunca ninguna decisión nefasta al
país será cargada a la cuenta de un bellaco conocido de todos, sino sobre la
espalda de todo un partido. Así desaparece, en realidad, la responsabilidad:
pues bien se puede hacer responsable a una persona determinada, pero no a un
grupo parlamentario de charlatanes y farsante, que sólo buscan su
enriquecimiento personal. Por consiguiente, el régimen parlamentario no puede
satisfacer sino a espíritus disimulados, que temen por sobre todo obrar a plena
luz, con acuerdos entre las partes, que sólo los beneficia a ellos en contra de
toda la comunidad nacional.
A esta concepción
se opone a la de la verdadera democracia: el líder libremente elegido debe
reclamar la responsabilidad entera de todas sus acciones, que elude cuando le
es adversa la situación. Esta democracia no admite que todos los problemas sean
resueltos por el voto de una mayoría, que es coaccionada o comprada con
dádivas, perdiendo el régimen cualquier legitimidad tanto de origen como
práctica, ya que la democracia se vuelve el gobierno de los más incapaces.
Uno solo decide,
y en seguida es responsable de su decisión con sus bienes y con su vida, pero
el político oportunista no se implica en responsabilidades individuales, y le
echa las culpas o las otras facciones de sus propios errores. Si se objeta, es
difícil encontrar un hombre decidido a consagrarse a una tarea tan peligrosa,
sólo hay una respuesta que dar: es precisamente esa, a Dios gracias, la
verdadera significación de la democracia es la impunidad, que admite que
los arribistas como Henrique Capriles Radonski o Leopoldo López, puedan llegar,
por vías tortuosas de la elecciones o negociaciones, haciendo toda clase de
trampas a gobernar a sus compatriotas. El temor a las responsabilidades deja a
los incapaces y a los débiles gobernar.
El creador de semejante
sistema de valores fue: Rómulo Betancourt, homosexual que llevó al país a la
guerra civil (1960-1973), y a la finlandización en nombre de la democracia,
carente de todo escrúpulo, ya que le gustaba masturbarse mientras mandaba
a torturar a sus oponente políticos, tráfico cargamentos de petróleo con la Texaco Co por comisiones
que le permitieron hacerse rico, introdujo a un favorito como costumbre
política; y violó la
Constitución tanta veces como lo necesitó, perdiendo la Constitución todo
tipo de legitimidad, pero tenía a su favor dotes de buen orador, y algunas
inquietudes intelectuales; si esto justifica la dirección de alguien en las
riendas del poder, el debió tener las credenciales.
Al Panteón de la
historia entran sólo los héroes, no los intrigantes y oportunistas, aunque los
partidos se las arreglan para que sujetos de baja estofa lleguen a él.
Las nuevas masas de hombres, que ascienden a millones de individuos, han
abandonado el campo para ir a las grandes ciudades a fin de ganarse la vida en
calidad de obreros de fábrica en las industrias recientemente creadas, que
están cerrando por la inseguridad jurídica y las invasiones, promovida por los
chavistas y los colombianos. Esta nueva clase ha vivido y trabajado en
condiciones más que miserables, viviendo en pensiones o ranchos y desea poseer
riqueza a cualquier precio.
Una triste
adaptación más o menos automática de los antiguos métodos de trabajo del
artesano y del cultivador es imposible. La actividad del uno, como la del otro,
no es comparable con los esfuerzos impuestos al obrero industrial,
conformándose con ser toreros o buhoneros, que trabajan en la acera de una
esquina. En los antiguos oficios agrícolas y artesanales, el papel del tiempo
es secundario; es de primer plano en los métodos de trabajo, el tiempo es
excesivamente corto para que la persona pueda ascender socialmente,
conformándose con un salario básico, que no le permitirá disfrutar de la vida.
La inseguridad es
el pan cotidiano de los venezolanos, y uno de los aspectos más negros de esta
vida, ya que intimidad a las clases productiva y le permite a la nomenclatura
marxista apoderarse de la riqueza de los otros. Es verdad que el trabajador
especializado o el profesional, no es arrojado a la calle tan a menudo
como el peón, pero sus sueldos son miserables; sin embargo, no puede contar con
ninguna tipo de seguridad social. Si tiene que temer menos el hambre por falta
de trabajo, le queda que temer el lock out o la huelga. La
inseguridad del salario es una de las plagas más profundas de la economía
social, por los bajos salarios que tiene el profesional, que lo obligan a
mendigar y humillarse ante el poder de la burocracia de los partidos o emigrar.
El joven
campesino parte para la ciudad, atraído por un trabajo que le dicen es más
fácil, al no comprarle sus cosechas a precios atractivos, - tal vez el empleo
lo sea, en realidad- y cuya duración es mas corta, a penas 40 horas a la semana,
bajando la productividad, imposibilitando nuevas inversiones. Es fascinado
por la deslumbrante luz que irradia las grandes ciudades, pero tiene que
competir con el inmigrante que se conforman con una subsistencia miserable, y
disminuye el poder adquisitivo del salario... Está dispuesto a correr los
riesgos de un destino incierto.
Si se trata de
describir en algunos rasgos el alma de la clase trabajadora y marginal, que son
la mayoría de la población (40%), mi cuadro no sería fiel si no afirmase que,
en esos bajos estratos, encontraba también la luz. Encontré allí raros
sentimientos de sacrificios, de fiel camaradería y humor, una sorprendente
moderación y una reserva hecha de modestia, sobre todo en los obreros de cierta
edad. Y aunque estas virtudes se debilitan cada vez más en las nuevas
generaciones, sobre todo bajo la influencia de la gran ciudad, todavía se
encuentra en ellas numerosos jóvenes cuya naturaleza esencialmente sana,
triunfa de las bajezas habituales de la vida, evitando el malandraje, que azota
nuestras ciudades y campos.
Sólo el
conocimiento de lo que son los marxistas (distintos a los comunistas, que
nunca han llegado al poder en Venezuela) revela el secreto de sus fines ocultos
(por consiguiente, visiblemente perseguidos), de la Social-Democracia
(AD), que busca expandir el modelo de hegemonía marxista como forma de legitimidad.
Conocer este tipo de gente, es quitarnos la venda de las ideas falsas que
nos ciega en cuanto a los fines y las intenciones de este partido (Psuv). Más
allá de sus declamaciones vagas y confusas sobre la cuestión social, se
distingue la figura grotesca y maliciosa del marxismo, que busca en las
desigualdades una excusa para asaltar el poder a cualquier precio, entronizarse
con el apoyo de los humildes e inmigrantes en contra de los venezolanos
construyendo un proletariado interno que será una amenaza para el país.
La
intolerancia del chavismo: radica en no aceptar a los otros
independientemente de sus convicciones ideológicas que tengan, resulten una
amenaza o no a su régimen político bonapartista, utilizando el terror chavista,
la persecución política y los insultos como forma de denigrar la autoestima de
las personas que atacan, predisponiéndolo para la confrontación violenta,
obligándolos a someterse o verse perseguidos, la actitud de cipayos de la Mud , muestra el éxito de esa
táctica política, utilizada por Acción Democrática en los años sesenta y
noventa.
Para el marxismo,
todo el sistema democrático no es, en el mejor de los casos, más que un medio
para llegar a un fin: se sirve de él para paralizar al adversario y dejar libre
su campo de acción... Basado en los Derechos Humanos del Hombre y del
Ciudadano. Al tomar el poder les arrebata no sólo sus propiedades y riquezas,
quedándose los chavistas con ella, sino también su espíritu de lucha,
destruyendo cualquier resistencia, a través de los insultos y humillaciones;
cosa que aprendieron durante el período de Betancourt y Leoní, que se repetirá
con Pérez.
El marxismo apoyará a la democracia mientras no haya
logrado, persiguiendo tortuosamente sus designios destructores, de la riqueza
nacional, ganar la confianza del espíritu nacional que quiere destruir,
utilizando el nacionalismo de izquierda, manteniendo las apariencias
democráticas. Pero, si estuviese convencido de que, en la caldera de brujas del
régimen bonapartista, una mayoría capaz de atacar seriamente al marxismo,
entonces el juego de prestidigitación parlamentaria terminaría bien pronto, sino
me creen pregúntele a Corina Machado; ya que es una amenaza para ellos, la
inmunidad parlamentaria es simplemente un beneficio, que utilizan cuando les
conviene y rechazan cuando les amenaza.
Los marxistas son una banda de locos, que cada vez que pueden, llevan al país a la guerra civil (1928-1931 con Gómez, 1952-1957 con Pérez Jiménez, 1960-1973 con la "democracia", 1992 con Pérez y 2007-2014 con Chávez y Maduro), en el nombre del socialismo, que se traduce en tomar el poder para su beneficio propio, construyendo un Estado gigantesco, que le permita ordeñar los recurso del Estado y de los privados, a sus arcas personales, chocando con un país de mediano y pequeños propietarios que les hace frente tanto con los votos como con las armas.
Lo único que
puede hacer la masa es sustituir a un líder por otro, continuando su dominación
que puede ser creadora o dominadora. Es creadora, si le permite a la masa
transcender materialmente y espiritualmente. Y es dominadora, si sólo busca la
dominación y el placer de la élite dominante en su beneficio. Por eso los
líderes mantienen algún vínculo con la masa, incluso alianzas contra los nuevos
líderes. Los viejos líderes apelan a la disciplina, cosa que reduce la libertad
de expresión de la masa.
Robert Michels
afirma que "tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una
minoría", la idea básica es que toda organización se vuelve oligárquica o
forma un cogollo. Los líderes, aunque en principio se guíen por la voluntad de
la masa y se digan ser revolucionarios, pronto se emancipan de ésta y se
vuelven conservadores. Siempre el líder buscará incrementar o mantener su
poder, a cualquier precio, incluso olvidando sus viejos ideales, si eso le
permite sobrevivir políticamente.
Hay
otro factor, de aspecto moral más importante, que contribuye a la supremacía
del líder: es la gratitud que experimenta la multitud hacia quienes hablan o
escriben en su defensa. La masa alienta una gratitud sincera hacia sus líderes,
y considera que esa gratitud es un deber sagrado, que es consecuencia de la
influencia cristiana. Por lo general ese sentimiento de gratitud se manifiesta
en la reelección continua de los líderes que lo han merecido, con lo que el
liderazgo por lo común se hace perpetuo.
La
adoración de los conductores por los conducidos es latente, por lo común. Se
revela por signos apenas perceptibles, tales como el tono de veneración con que
suele ser pronunciado el nombre del ídolo, la perfecta docilidad con que
obedecen al menor de sus signos, y la indignación que despierta todo ataque
crítico a su personalidad.
Los líderes deben lidiar con una masa de miembros, a los cuales son superiores en respecto de edad y experiencia de la vida, en tanto que nada tienen que temer de una crítica implacable que es característica tan peculiar de hombres que acaban de llegar a la virilidad. Otra consideración importante, relativa a la composición de la masa que hay que dirigir es su carácter fluctuante.
Con el mayor progreso en la organización aparecen continuamente nuevas necesidades, tanto dentro del partido como con respecto a su relación con el consumo exterior, que es financiado por el Estado. Llega el momento en que lo provisional debe dejar su lugar a lo permanente, y el diletantismo debe ceder ante el profesionalismo.
Una larga experiencia nos ha demostrado que entre los factores que aseguran el dominio de las minorías sobre las mayorías –el dinero y sus equivalentes, la tradición y la transmisión hereditaria- debemos reconocer el primer lugar a la instrucción formal de los líderes (la superioridad intelectual).
En
los partidos del proletariado, en cuestión de educación, los conductores son
muy superiores a los conducidos. Los desertores de la burguesía se hacen
líderes del proletariado, precisamente por esa superioridad de instrucción
formal que han adquirido en el campo enemigo y llevan consigo, y no a pesar de
ella. Cuando los obreros eligen a sus propios líderes, están forjando con sus
propias manos nuevos amos, cuyos medios principales de dominio están en las
mentes mejor instruidas.
La competencia técnica coloca al líder en un puesto más alto que la masa, subordina la masa a los líderes, encuentra reforzada su influencia por otros diversos factores, tales como la rutina, la educación social que adquiere en la cámara, el aprendizaje esencial en la labor de comisiones parlamentarias. Los líderes procuran naturalmente aplicar en la vida normal de los partidos las maniobras que han aprendido en el medio parlamentario; de esta manera a menudo logran desviar la corriente que se opone a su propia voluntad en contra de enemigos poderosos fuera del país, que galvanice a los miembros del partido a favor su posición.
La principal fuente de poder del líder está en su indispensabilidad. Son muchos los oradores parlamentarios y los líderes de gremio que están en oposición con la masa, a un tiempo en lo teórico y en lo práctico, y sin embargo continúan pensando y actuando tranquilamente en nombre de la masa. Esta, desconcertada e incómoda, está atenta a la conducta de los “grandes hombres”, pero es raro que se atreva a privarlos de su autoridad y a destituirlos.
Esta incompetencia de las masas es casi universal en el terreno de la vida política, y constituye el fundamento más sólido del poder de los líderes. La incompetencia proporciona a los líderes una justificación práctica y, en alguna medida también, moral. Puesto que la masa es incapaz de velar por sus propios intereses, es necesario que cuente con expertos que atiendan sus asuntos.
La
incompetencia de las masas, que en último análisis reconocen siempre los
líderes, sirve para dar una justificación teórica al dominio de éstos. En todas
las cuestiones de gobierno para cuya decisión se requiere un conocimiento
especializado, en las cuales es esencial cierto grado de autoridad, hay que
admitir cierta medida de despotismo y, en consecuencia, una desviación de los
principios de la democracia pura. Desde el punto de vista democrático esto es
quizás un mal, pero es un mal necesario. De esta manera la democracia termina
por transformarse en una forma de gobierno por los mejores: en una
aristocracia.
Tanto en lo material como en lo moral, son los líderes quienes han de ser considerados los más capaces y los más maduros.
Tanto en lo material como en lo moral, son los líderes quienes han de ser considerados los más capaces y los más maduros.
”No
es exagerado afirmar que entre los ciudadanos con derechos políticos el número
de los que realmente tiene interés en los asunto políticos es insignificante”.
“Aunque ocasionalmente proteste la mayoría está en realidad encantada de que
haya personas que se tomen la molestia de atender sus asuntos. En la masa, y
aún en la masa organizada de los partidos laborales, existe una necesidad
inmensa de dirección y guía”.
“Existe
un derecho electoral pero no un deber electoral. Mientras este deber no se
sobreponga al derecho parece probable que sólo una pequeña minoría seguirá
haciendo uso del derecho al que ha renunciado voluntariamente la mayoría, y que
la minoría dictará siempre las leyes para la masa indiferente y apática”.
“Es
más fácil dominar a una gran multitud que a una audiencia pequeña. La adhesión
de la multitud es tumultuosa, repentina e incondicional. Cuando las sugestiones
han logrado su efecto, la multitud no tolera fácilmente la contradicción de una
pequeña minoría, ni mucho menos la de individuos aislados“.
Sobre
el devenir de las revoluciones Michels hace un pronóstico que se cumplirá
milimétricamente en Rusia. Una revolución, según él, daría origen a ”una
dictadura en las manos de aquellos líderes que tienen astucia bastante y poder
suficiente para apoderarse del cetro del dominio en el nombre del socialismo”,
que se puede vislumbrar con figuras siniestras como Diosddo Cabello o Wilmer
Ruperti.
La
revolución ”podrían conquistarla los socialistas, pero no el socialismo, que
moriría en el momento en que sus adherentes triunfaran”. A medida que aumenta
la burocracia partidaria, continúa Michels, “el mecanismo se transforma en un
fin en sí mismo”. En efecto, en la revolución rusa el Partido, y no el
proletariado (sea eso lo que sea) se convertirá en el fin último de la
Revolución. Es verdad que se alegará incesantemente que el Partido no es más
que el representante del pueblo, pero solo los dirigentes de aquél irán en Zil.
Bukharin leerá con interés, y cierta aprensión, a Michels, e intentará
desvanecer la posibilidad de que el paraíso que los bolcheviques tienen en
mente vaya a convertirse en su feudo. Por eso afirma que en un régimen
socialista:
“Lo
que constituye una categoría eterna en la presentación de Michels – es decir,
la “incompetencia de las masas”- desaparecerá, pues esta incompetencia no es en
modo alguno atributo necesario de todos los sistemas; además, es un producto de
las condiciones económicas y técnicas que se manifiestan en el estado cultural general
y en las condiciones de la educación. Cabe decir que en la sociedad futura
habrá una superproducción colosal de organizadores, que anulará la estabilidad
de los grupos dirigentes”, que se puede apreciar por internet, pero el chavismo
no ha logrado cultivar por sus desprecio a las clases altas y cultas, que se han vuelto su peor enemigo.
Bukharin
no acertará en sus previsiones. El Partido, gracias al Gulag se encargará de
controlar la “superproducción” de competidores, y él mismo será asesinado por Stalin
acusado de ser “una bestia fascista y traidor”. Las teorías de Michels se
condensan en el último capítulo de Los partidos políticos, donde acuña además
una frase afortunada para resumirlas: la ley de hierro de las oligarquías. El
resumen es impecable, así que cedamos la palabra casi por completo al autor:
“Estos
fenómenos (sociológicos) parecen demostrar, indiscutiblemente, que la sociedad
no puede existir sin una clase “dominante” o “política” (…) Según esta
perspectiva el gobierno, o mejor dicho el Estado, no puede ser sino ser la
organización de una minoría, que debe ser ilustrada y culta. El propósito de
esta minoría es imponer al resto de la sociedad un “orden legal”, que es el
fruto de las exigencias de su dominio y de la explotación de la masa de ilotas por la minoría gobernante, y que jamás podrá
representar en forma auténtica a la mayoría; esta última es así permanentemente
incapaz de autogobierno”.
…”Aún
cuando el descontento de las masas culminara en el intento triunfante de
despojar del poder a la burguesía, esto ocurre sólo en apariencia, tal y como
afirma Mosca, ya que la burocracia reemplazará a los empresarios; es forzoso
que surja siempre de las masas una nueva minoría organizada que se eleve al
rango de clase gobernante, y busque sólo su beneficio personal”, que fue el
caso de los perezjimenistas, adecos, copeyanos y chavistas. Así la mayoría de los seres
humanos están predestinados, por la trágica necesidad de someterse al dominio
de una pequeña minoría, a una condición de tutela permanente, y deben avenirse
a constituir el pedestal de la oligarquía”.
“De
esta manera la revolución social no produciría cambio real alguno en la
estructura interna de la masa, que fue lo que sucedió con AD y PSUV. Pueden
triunfar los socialistas, pero no el socialismo, que perecerá en el momento en
que aquéllos triunfen. Estamos tentados de hablar de este proceso como una
tragicomedia donde las masas se conforman con dedicar todas sus energías a
lograr un cambio de amos (...) Como lo expresa el proverbio italiano Si cambia
il maestro di cappella, ma la musica è sempre quella”. Si cambia el maestro
música no cambias la música de la capilla.
“El
resultado parece bastante malo, especialmente si tenemos en cuenta el hecho
psicológico de que aún el más puro de los idealistas que llega al poder por
pocos años es incapaz de eludir la corrupción que el ejercicio del poder lleva
consigo”, cosa que estoy de acuerdo plenamente con Michael Robert.
“El
gobierno ideal sería, sin duda, el de una aristocracia de personas moralmente
buenas y técnicamente eficientes. Pero ¿dónde hemos de describir esa
aristocracia?” y dónde la podemos conseguir se puede introducir un sistema de
selección meritocrático, en base a estudios realizados, contando con Jueces de
Residencia que evalúen su desempeño.
Quedémonos
mejor con su convencimiento en que, si bien la democracia no puede dejar de ser
oligárquica, la peor de ellas siempre será preferible a la mejor de las
aristocracias de sangre: “si queremos estimar el valor de la democracia debemos
compararla con su antítesis; la aristocracia pura”. Explica Robert: -“Sería
erróneo extraer de esta cadena de razonamiento y de estas convicciones
científicas la conclusión de que debemos renunciar a todo esfuerzo por fijar
los límites a los poderes ejercidos sobre el individuo por las oligarquías”,
por el contrario hay que sopesar los pro y contra de sus decisiones en la base.
La práctica de pagar por todos los servicios tiende, en no poco grado, a reforzar la burocracia partidaria, y favorece al poder centralizado. La dependencia financiera del partido, es decir, de los líderes, que representan a la mayoría, traba a la organización como con cadenas de hierro. Los miembros de la organización más tenazmente conservadores son, en realidad, quienes dependen de modo más categórico de ella porque sin ella se encontraría en la nada, por ello son rendatarios demito del Partido.
Para la mayor parte de los hombres, el idealismo puro no es un incentivo adecuado para desempeñar sus obligaciones. En consecuencia, es necesario que los líderes reciban una retribución prosaica además de la devoción de sus camaradas y la satisfacción de una conciencia tranquila. Por otras dos razones es necesario que los empleados estén bien pagados, para exigirles eficiencia y honestidad, de lo contrario sucumbirán al peculado.
La primera es moral: el trabajador merece su salario. La otra razón corresponde a la esfera de la política práctica: pagar poco a los funcionarios, como cuestión de principios, es peligroso, precisamente porque lo confía todo a la única carta del idealismo y la incapacidad del empleado de conseguir trabajo.
El
líder mal pagado está más expuesto a sucumbir a la tentación de la corrucción;
es más probable que traicione al partido por interés que quien, por estar bien
pagado, obtiene por su trabajo un ingreso seguro y suficiente, que es lo mejor.
Además, el pago mezquino de los funcionarios hace difícil aplicar otra medida
preventiva contra el establecimiento de la oligarquía, porque impide los
cambios frecuentes de personal en los cargos dirigentes, y de esta manera
favorece indirectamente la formación de una oligarquía en la burocracia.
El
aumento de la potencialidad financiera del partido, que facilita al principio
el pago liberal de los funcionarios, contribuye mucho a alentar los apetitos
dictatoriales de los miembros de la burocracia partidaria, que fiscalizan las
fuerzas económicas del partido en virtud de su condición de administradores, ya
que el reparte y comparte se lleva la mejor parte.
La
interpretación bonapartista de la soberanía popular es una dictadura personal
conferida por el pueblo, que fue el caso de Chávez de acuerdo con leyes
constitucionales, de ahí la importancia de la Asamblea Constituyente, que le
confirió la majestad al chavismo, cosa que fue aceptada y avalada por los
partidos tradicionales, que sólo pidieron cuotas de poder y sobornos porque saben que el regimen
democrático es una farsa.
El
bonapartismo reconoce la validez de la voluntad popular y la exalta, al extremo de conceder a esa
voluntad el derecho de la autodestrucción: la soberanía popular puede
suprimirse a sí misma. El bonapartismo es la teoría del dominio individual
originado en la voluntad colectiva, pero que tiende a emanciparse de esa
voluntad y volverse, a su turno, en soberano.
En
su pasado democrático encuentra una defensa contra los peligros que pueden
amenazar su presente antidemocrático, que es la defensa del chavismo en contra
de la oposición liberal pero en realidad son caimanes del mismo caño, y la lucha
que sostienen no es por el país o un proyecto sino por intereses personales. Es
la síntesis de dos conceptos antagónicos: la democracia y la autocracia
bonapartista. En las multitudes democráticas, de los estratos bajo encontró el bonapartismo un
suelo notablemente favorable, pues dio a las masas la ilusión de ser el amo de
sus amos pero no dejaron de ser sus peones.
La
obediencia absoluta que la masa organizada debe a sus líderes es el fruto de
las relaciones democráticas que hay entre los líderes y la masa, y no es más
que la subordinación colectiva a la voluntad colectiva, es necesario introducir
valores de disciplina, respeto y obidiencia entre los cuadros y simpatizantes,
que permit que el Estado pueda alcanzar los objetivos planificados.
La
democracia moderna sostiene que nadie puede desobedecer las órdenes de los
oligarcas, pues al hacerlo la gente peca contra sí misma y desafía su propia
voluntad, transferida espontáneamente por ellos a sus representantes, e
infringe así el principio democrático. En la historia de la vida del partido es
innegable que el sistema democrático se reduce, en último análisis, al derecho
de las masas a elegir, con intervalos preestablecidos, amos a quienes en el
ínterin deben obediencia incondicional.
El
burócrata se identifica completamente con la organización, y confunde sus
propios intereses con los de ella. Toma toda crítica objetiva al partido como
una afrenta personal, cuando lo tendría que ver como una visión de lo que
sucede y tomar correctivos. El líder se declara personalmente ofendido, y en
parte lo hace de buena fe, pero también en parte deliberadamente, para cambiar
de campo de batalla, y poder presentarse como el objeto inofensivo de un ataque
injustificable, esa fue una táctica de
Caldera y Chávez, y sólo gravó su falta de liderazgo. Si el líder es atacado
personalmente, su primera preocupación es hacer que parezca que el ataque se
dirige contra el partido en su totalidad.
El
despotismo de los líderes no proviene solamente de un ansia vulgar de poder ni
del egoísmo incontrolado o la busquda del placer a culqier precio sino que
muchas veces es resultado de la creencia profunda y sincera en la propia valía
y en los servicios prestados a la causa común, sin darse cuenta que es una
pieza más del tablero de ajedrez.
Cuando
en cualquier organización la oligarquía ha alcanzado un estado avanzado de
desarrollo, los líderes comienzan a identificar consigo, no sólo las
instituciones partidarias, sino también la propiedad del partido. Este fenómeno
es común tanto en el partido como en el Estado. Y sólo con un Poder Judicil fuerte e independiente se puede
corregir esa tendencia.
Por eso, las
organizaciones políticas pronto dejan de ser un medio para alcanzar
determinados objetivos socioeconómicos, y se transforman en un fin en sí mismo
(desplazamiento de objetivos). El Partido debe tener una estructura militar que
siga objetivos estratégicos a través de un programa político-económico,
revisado en cada generación, buscando el consenso entre la población para que se
cumpla los planes trazados consultando al Parlamento, el Poder Judicial y los
electores, teniendo el Parlamento y el Consejo de Estado para elegir al próximo
sucesor, que será aclamados por la población.
Bibliografía
en español
Los
partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la
democracia moderna. 2 Tomos: ISBN 978-950-518-197-1 e ISBN 978-950-518-198-8.
Amorrortu editores (2a, ed. 2008).
INEP Internet para el profesional de la política
http://inep.org Potenciado por Joomla! Generado: 21 May, 2009.
http://navarth.blogspot.com/2014/03/robert-michels-y-la-ley-de-hierro-de.html. "ROBERT MICHELS Y LA LEY DE HIERRO DE LAS OLIGARQUÍAS" DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2014.
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